«Es una cosa higiénica reírse de lo sagrado y de los fanatismos»
El director de Els Joglars se mete en la piel de Juan Carlos I en 'El rey que fue', obra con la que hoy recala en el ciclo Talía
Ramón Fontseré (Barcelona, 1956) es un rey. Lo es por derecho propio, como director de la compañía de teatro más veterana de Europa, Els Joglars, y lo es porque interpreta a Juan Carlos I, «el rey viejo», como dice, en la obra 'El rey que fue'. Una pieza que construyó mano a mano con su predecesor, Albert Boadella, con la que hoy recala en el ciclo Talía (20.00 horas en el Teatro Casyc de la Fundación Caja Cantabria).
–En el periplo de esta gira, ¿perciben diferencias en cómo reacciona el público en unas u otras zonas al retrato que hacen de la figura del rey?
–No te sabría decir exactamente; más o menos es igual en Madrid, que en Bilbao, que en Málaga. La obra es una tragicomedia y la gente lo sigue con interés. Sí que hemos notado que, por ejemplo, el público portugués es un público más atento a la vida de este hombre, del rey viejo y reían más allí que aquí.
–¿Quizá sea por la distancia que resulta más natural o posible tomárselo a risa?
–Sí, pero también por la comprensión de los distintos tramos en la vida de este hombre. A veces la historia se pierde muy rápidamente y solo le conocemos a través de momentos oficiales o protocolarios, pero no se sabe la historia real, el entramado de episodios que configuran su vida.
«La frivolidad es el mayor defecto de Juan Carlos I, que se habría reído de algunas partes de esta obra»
«El teatro tiene que servir para entretener, pero también para reflexionar, con un elemento catártico para el público»
–Ustedes han dado forma a una visión más alternativa.
–La vida de este hombre es una vida llena de contrastes. Por eso decimos que los distintos episodios de su vida habrían sido para Shakespeare un elemento fundamental para escribir una de sus magníficas narraciones de reyes. Si Shakespeare, Molière o Valle Inclán hubieran sido contemporáneos del rey emérito, le hubieran dedicado un par o tres de obras por la singularidad de la vida de este hombre. Desde que nace en Roma hasta ahora en el exilio y en la soledad. Esta vida tiene un potencial dramático muy potente. En las obras de Shakespeare debajo de la corona está la condición humana, que es fundamental; hay un hombre de carne y huesos.
–De hecho, ¿esta última etapa puede ser la que haya hecho aflorar esa parte más humana a ojos del público?
–Sí y el hecho de que él también es cómplice de sus errores. Esta gente tan elevada que está tan alto, cuando se pega el batacazo es más sonoro. Los vicios del pueblo son más imperceptibles y los desmanes de estos hombres, cuando se descubren, son más bestiales.
–¿Cree que en esa esfera se asumen los errores como propios o viven en una burbuja?
–Esto es una cosa de la condición humana, ¿no? Aceptar los propios errores. En esta obra se le dice todo lo que se le tiene que decir; no nos hemos autocensurado en absoluto. Salen todos los temas calientes de sobra conocidos por todo el mundo. Pero se le da la oportunidad de expresar, a través de un bufón que le canta las cuarenta y también de una periodista que va en esta goleta, por qué ha actuado de esta manera con los impuestos, las señoras, el dinero…Esto es un ángulo, una mirada un poco especial.
–¿Qué característica destacaría del personaje?
–Creo que la frivolidad quizá es su mayor defecto. La frivolidad picaresca. Pero bueno, a pesar de todo lo que ha ocurrido, será recordado como el hombre que trajo la democracia a España. Si ahora estamos votando, algo tiene que ver este hombre, por lo que sea, por chiripa, por casualidad, pero es un hombre que es una figura fundamental en la historia reciente de este país. Hereda el poder absoluto de Franco y luego lo da al pueblo. Una señora de Zaragoza cuando hicimos la representación, al final, en la calle, me dijo: «Es un sinvergüenza, pero tiene que morir en España».
–¿La historia mira con cierta benevolencia el pasado común?
–Seguramente sí. Pero yo creo que la virtud de este hombre ha sido aguantar. Aguantar para que la dinastía no desaparezca. A pesar del desastre. Nosotros también lo decimos en esta obra. El peso de la dinastía es enorme, bestial. Son gente que desde que nacen ya están condenados, no tienen escapatoria. Quizá otro de sus defectos es que no ha sabido reciclarse. Él es un hombre de la monarquía antigua, un rey antiguo. La monarquía de ahora ya es distinta. Su referente es Luis XIV de Francia, el rey absoluto. Todos los privilegios, todos los honores, con esta cosa del ser superior, que se le ha otorgado por nacimiento. Creo que esta niña que está ahora es de las personas que tienen menos libertad en España.
–¿Dónde ponen el límite en esa caricatura del monarca para que no llegue a ser una burla?
–Lo hacemos desde una óptica realista, bifocal. Es decir, lo presentamos en un momento determinado de su vida, que es el actual, lo colocamos en un velero, que es un hábitat natural para él y se ven episodios anteriores de su vida. Entre el pasado y el presente. Es una tragicomedia. Hay momentos en los que creo que si él viniera a ver el espectáculo se reiría. Y hay momentos en que no se reiría nada.
–Els Joglars siempre ha lanzado un mensaje de reflexión y duda para el público para ir un poco en contra de los dogmas. A día de hoy, ¿esto se hace más necesario que nunca?
–Claro. Creo que el teatro tiene que servir para, primero, entretener, pasártelo bien, pero también para reflexionar y tener ese elemento catártico que se produce cuando el espectador ve reflejado en el escenario lo que piensa de una manera íntima, pero no se atreve a decirlo por lo que sea. Que es lo que hacía Aristófanes en sus comedias griegas, no se ha inventado hoy. Es una cosa higiénica reírse de lo sagrado, de lo dogmático, de los fanatismos, poner un poco de distanciamiento gracias al humor en las cosas de esta vida.
–Mirando al futuro, tras 13 años de dirección, ¿hay ganas de pedir la jubilación?
–No, yo quiero seguir. Para mí el teatro es un juego dentro del que me siento como protegido, como con un escudo. Me siento invencible en un escenario. Voy a cumplir 69 años este mes. A esa edad ya un poco provecta, lo que te permita jugar como un niño es extraordinario.
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