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Juan V. Navarro Baldeweg en el mirador de los periquitos de Australia
Plazuela de Pombo

Juan V. Navarro Baldeweg en el mirador de los periquitos de Australia

«¿Cómo puede usted, don Alvarito de Satanás, recordar tan poquísimo que solo se acuerda de los maravillosos periquitos de colores y de sus ojitos negros?»

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 12 de septiembre 2025, 07:37

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En la acera izquierda de la calle Burgos según se va del muelle hacia más allá de Becedo vivía el doctor Augusto Navarro Martín y su familia, su esposa alemana que siempre me llamó 'Alverito' (infinitamente preferible al aniñado 'Alvarito' y al superfarolítico 'Álvaro' y 'Don Álvaro' de hoy en día) y sus tres hijos, Octavio, Grethen y Juan Víctor. Era un piso fascinantemente complejo. Según entrabas al recibidor había tres puertas y la cortina de un pasillo. Si la memoria no me falla –que me falla ya algo– una puerta era el cuarto de espera de los pacientes de don Augusto, dermatólogo. La segunda puerta a la derecha era una antesala y la tercera puerta era el despacho donde el doctor Navarro recibía a sus pacientes.

El transcurso mío de aquel tiempo era, pues, de este vestíbulo pasillo adentro donde ibas como imantado a un comedor imantado a su vez por las sabias conversaciones de los periquitos de Australia que convivían en una gran jaula encristalada que a su vez ocupaba toda la esquina y un considerablemente espacioso mirador. Fue la primera vez que yo vi y oí el fascinante palique de estos periquitos australianos sumamente amables entre sí, monógamos, de fondo: se les veía revolotear entrando y saliendo de su casita de madera de tres redondos agujeros puertas ventanas que quizá –porque era una estructura amplia– estuviera compartimentada en dos o tres estancias.

Esto es verosímil porque había periquitos mayores y menores; no recuerdo este detalle pero recuerdo en cambio la exótica coloratura de estos como pequeños loritos transoceánicos que eran verdes, eran azules, eran grises, había quizá uno amarillo y quizá amarillo y blanco y quizá verde gris. Eran unas criaturas preciosas, transoceánicas, que se picoteaban los picos y se balanceaban en columpios y comían alpiste en su resplandeciente comedero de acero alemán. Había una limpieza alemana en aquel mirador con su sillón y su mesa de mimbre pero que los periquitos de Australia, con solo ser ocho parejas, quizá solo seis, abarrotaban y atraían toda mi capacidad perceptiva de entonces que era, para los interiores y los sitios, muy afinada en aquel tiempo.

El prodigio de aquel piso santanderino no era Juan Víctor Navarro Baldeweg sino sus iluminados periquitos chismosos en su mirador al sol de mediodía. Todo el día era mediodía en el mirador aquel que daba a la calle de detrás, a Fernández de Isla o tal vez a un desmonte aún más sombrío que la propia calle.

«Eran unas criaturas preciosas, transoceánicas,que se picoteaban los picos y se balanceabanen columpios»

¿Cómo puede usted, don Alvarito de Satanás, recordar tan poquísimo que solo se acuerda de los maravillosos periquitos de colores y de sus ojitos negros? Y estos periquitos que se miraban y se miraban entre sí de paso también se contemplaban no sólo de uno en uno o por parejas, en un espejillo ovalado o dos, quizá eran redondeados o cuadrados y no ovalados, y ahí parloteaban y nos miraban con sus emplumadas cabecitas de perfil, nos miraban de verdad, de perfil y supongo que se comentaba entre ellos, «¡qué pesadas estas absurdas visitas de Alverito!». Yo supongo que en aquellas ocasiones mágicas estaba tan impresionado yo al verles que no creo que hiciese el menor ruido. Y los periquitos, disfrutan y congenian mejor con una cierta ruidosidad, tal vez pluviosa, muy santanderina los inviernos, tal vez resplandeciente los deliciosos veranos de acuarelas... Como todo el mundo sabe, Juan Víctor tiene justo la misma edad que yo, doce días mayor que yo, hasta doce siglos de sabiduría humanística y pictórica y quizá todavía ornitológica más que yo. Hizo, por cierto, un retrato mío inconscientemente ornitológico –parezco un poco un búho– que este último año he paseado por todas las academias y museos, toma ya, firmado por 'Perico de los Palotes' y refirmado por mí 'Navarro'. Juan Navarro pensaba de sí mismo en aquel tiempo que dibujar y pintar a esa edad como lo hacía, solo lo hacía igual de bien o mejor 'Perico de los Palotes', esa es su firma autógrafa.

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