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Javier Santamaría
Domingo, 24 de noviembre 2019
No me cabe ninguna duda de que en cualquier encuesta donde se les planteara a los aficionados su opinión acerca de qué maestro consagrado de ... los bolos podría ser el equivalente al Curro Romero del toreo, seguro que muchos encontrarían esa equivalencia en la figura de Rafael Marcos Díaz. El 4 de agosto de 1945 nacía en Bostronizo un niño llamado a acaparar en el futuro mucho protagonismo en las boleras. Tenía sus mejores referentes en su padre, Aureliano, y especialmente en su abuelo, Rafael Díaz, un histórico que en su juventud pudo presumir de en ocasiones haber sido la pareja de partida de Federico Mallavia. Rafael Marcos forjó en el corrobolos de su pueblo una afición a la que se entregó con pasión. Desde muy crío se afanó en perfilar los conceptos técnicos que ya desde sus competiciones infantiles hicieron reconocible el juego arreglador en el tiro y efectivo en el birle que fue llamando la atención hasta situarle en el punto de mira de las mejores peñas. Aquella promesa que los aficionados bautizaron como 'El Chaval de Bostronizo' iniciaba entonces una trayectoria plagada de luces y sombras. Comenzaba la historia de un jugador que se mantendría cuarenta años en la élite bolística, todos ellos con licencia de primera categoría y donde disputaría 36 Ligas, ganando cinco títulos: con la Bolística en los años 1969, 1976 y 1977; con Comillas, en 1979; y con Peñacastillo, en 1987.
En esa encuesta muchos aficionados coincidirían en que Rafael Marcos fue un jugador genial, pero también el más imprevisible de cuantos vieron en las boleras. Le definirían como el jugador que tiraba a las dos manos de forma magistral, posiblemente demasiado bien, y que ya apuntaba a todo lo mejor desde que su abuelo le diera a conocer cuando le llevó, todavía vistiendo pantalón corto, a jugar un concurso en la Casa de los Bolos. Ese día todos los que le vieron manejarse por la bolera supieron que tenía madera para cuajar en una figura del mejor nivel. Fue la primera exhibición de la singular clase que atesoraba aquel chaval de Bostronizo, que no tardaría en confirmar todas las expectativas suscitadas en torno a su persona al irrumpir en la élite de los bolos con la personalidad que evidenciaba en 1965, cuando a los 20 años debutaba en el campeonato provincial de primera categoría que Manolo Escalante ganaba a Mauricio Hidalgo en el Frente de Juventudes de Santander, y donde el novato acopiaba todas las mejores críticas al acabar en el octavo puesto después de firmar en su segundo concurso el registro de 130 bolos, que sería la mejor jugada de toda la competición.
Fuerte carácter
Desde entonces la trayectoria de Rafael Marcos cuenta la historia del gran maestro que sentó cátedra jugando a los bolos con su particular gesto rápido y preciso. Y también es la historia de un jugador de raza, al que la expresión incontenible de su carácter condicionó su juego como el hándicap que muchas veces, en los momentos decisivos, mermó parte del potencial que se desprendía de las virtudes que todos le reconocían para hacerle merecedor de ganar un campeonato individual de primera categoría. Una gloria que rozó en Comillas en el Provincial de 1974, cuando le disputó a Tete Rodríguez el gran título en la final a la que llegaba con once bolos de desventaja y le restaba cinco en la primera mano. Pero no pudo ser y Marcos tuvo que conformarse con la plata que volvería a repetir en 1981, en El Malecón y frente a Castanedo. Sus dos bronces en los campeonatos nacionales de 1979 y 1983 completan lo mejor de su palmarés en la competición individual.
Pero la carencia de este logro no empaña el saldo que arroja la trayectoria de un jugador que ganó más de setenta concursos y encontró su mejor recompensa jugando con Calixto, en quien halló en las temporadas de 1980 y 1981 el contrapunto que supo templar su temperamento para llevarles a ganar esos dos años el campeonato nacional de parejas.
Pasados tres lustros de su retirada de la competición, la gente de los bolos sigue teniendo presente las historias que hicieron grande la figura del chaval de Bostronizo. La encuesta entre los aficionados nos hablaría del rastro que dejó un extraordinario jugador, tan reconocible dentro de las boleras por el temperamento impulsivo que a veces le traicionó, como también significado por la mala suerte que le acosó durante toda su carrera para negarle los títulos que mereció. Una apreciación compartida por los que fueron sus compañeros y rivales, quienes, con mayor conocimiento de causa, en lo humano le describen como una persona extraordinaria, y en lo deportivo como el superclase que expresó en la bolera la raza con la que se labró un historial más que brillante.
La figura de Rafael Marcos luce en los bolos con el recuerdo preferente con que hoy se le reconoce en la tapia que cierra la bolera Carmelo Sierra, feudo de la Peña Bolística de Torrelavega. Allí su figura se aparece inmensa en el mural con el que la decana de las peñas de bolos rinde el mejor homenaje a quienes son sus leyendas. Y es que 'El Chaval de Bostronizo' siempre fue una figura discutida en las boleras, pero también fue el jugador carismático que supo dejar en el ánimo de las gentes de los bolos la impronta que sirve para distinguir a los que en las circunstancias más adversas dieron el mejor ejemplo cuando supieron manejarse con la mayor nobleza.
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