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«Nos falta una emoción por describir», dice Nazim Zárate sentado ante un ordenador, docenas de cables y varios aparatos entrelazados entre sí. A su espalda, los Jardines de Pereda ofrecen una panorámica privilegiada desde las cristaleras del Aula Índigo del Centro Botín. Frente a él, una quincena de personas atienden y casi se oyen los engranajes mentales buscando la respuesta. «Cuando alguien te sujeta sientes…», plantea él. «Seguridad», responde una de las alumnas.
Esa es la meta del 'Taller de creación musical digital para mayores' que se ha desarrollado durante tres sesiones en el Centro Botín, de la mano del Estudio Creativo Redera, si bien tiene más de creación musical digital, que de ese concepto de 'mayores'. Guiados por el músico y productor chileno, los participantes han creado un peculiar vínculo. Toñi, Débora, Óscar, Manuel, Luis, Mercé, Alberto. Ingeniero, maestra, historiadora del arte, antropóloga, médico, directora de documentales de cine y TV. En esta propuesta caben todos los perfiles.
El primer paso es observar cuadros. Concretamente tres piezas pertenecientes a la colección de Jaime Botín, que se pueden ver en 'Retratos: esencia y expresión'. 'Al baño', de Joaquín Sorolla. 'Femme Spagnole', de Henri Mattisse y 'Arlequín', de Juan Gris. Nada que ver entre unas y otras. Después, tienen que trasladar lo que esos cuadros les han generado a un nuevo idioma: el de las notas, acordes y sonidos.
«Vamos a hacer una devolución del contenido emocional a los cuadros», explica Zárate. Al comenzar, identificaron cinco emociones por persona. A continuación, con una peculiar labor de filtrado, las pusieron en común para trabajar aspectos de composición y producción musical en relación a esas emociones. Así, cada sonido, parte de un sentimiento que fueron plasmando con sus móviles, grabando el ambiente, instrumentos, ruidos caseros «para poder componer producciones».
La segunda sesión fue un poco más técnica, de acercamiento a programas y herramientas digitales. Y finalmente, llegó «el experimento de ver si somos o no somos productores en este ámbito».
¿Lo son? «Es el primer paso», dice uno. «Estamos en estado embrionario», añade otro. «Tenemos futuro», concluye la tercera. De lo que no cabe duda es que el buen ambiente sí ha sido una nota común. Uno a uno, van pasando por la mesa, con la misma cadencia temporal marcada por el profesor. Frente a las teclas, pueden elegir lo que deseen. Sonidos más graves, más agudos, notas más largas o apenas vislumbradas. «Aquí no hay errores; estamos jugando», les anima Zárate para que no tengan miedo de atreverse a ir más allá.
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Unir lenguajes
Ninguno había experimentado antes con estas dinámicas y hacerlo a partir de obras de arte «es un desbloqueador tremendo». Son humildes: «Hay mucho que mejorar si quieres crear música», pero «pintar con los sonidos nos ha sugerido mucho». Les ha ayudado «ver que es un puente entre las artes, un lenguaje común», dice una historiadora del arte, precisamente, acostumbrada a la escritura que se ha quitado los prejuicios ante la posible «rigidez» de las técnicas.
También su compañera conocía la pintura y escuchaba música, pero «vincularla con el sonido ha sido un descubrimiento total».
Esperan inquietos a que se abra, solo para ellos, la puerta de la sala de exposiciones, la misma donde tuvieron ocasión de fijarse en los trazos de Gris, la creación de Matisse y las pinceladas de Sorolla.
El juicio con el que empezaron y con el que terminan varía. «Que nadie os diga cuáles son vuestras capacidades; descubridlo y disfrutadlo», anima Zarate. De su brazo cuelgan una decena de auriculares blancos. Cada uno de ellos lleva incorporada una tarjeta en la que se han registrado las piezas compuestas previamente. Se los colocan. Pulsan el play. Comienza la inmersión.
Cada uno marca su propia trayectoria antes las obras. Caminan, se detienen, vuelven a moverse. Unos mirando de frente, otros alejándose. Fuera, el silencio. Dentro, sonidos metálicos, olas, teclados, pájaros, llenan el espacio. El tic tac del metrónomo se alterna con ondas y mecanismos metálicos.
«Hay una diferencia enorme de verlo con esta banda sonora», exponen. Se sienten satisfechos con el resultado del proceso y se les nota en la cara. «Lo último que hemos hecho ha sido muy provechoso», destacan. «Parece que estás metido dentro del cuadro, en un lugar donde se genera ese sonido», matizan. «Todos tenemos el sonido de las olas metido en la cabeza, pero escucharlo y mirarlo ayuda a introducirse». Fue un acierto, además, hacerlo sin letra «porque las palabras son más rígidas y te condicionan más», consideran.
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