Un rancho en Texas
La gran cualidad de la Iglesia ha sido su cintura; la habilidad para acomodarse al presente y al mando
Admitía Walter Sobchak, inolvidable personaje de 'El gran Lebowski', que, como a tantos otros jóvenes de su tiempo, el pacifismo también lo tentó a él, ... veterano marine de los Estados Unidos (aunque, evidentemente, no durante su servicio en Vietnam). A mí me ha pasado algo parecido. La Iglesia Católica me tentó en mayo. Es perfectamente natural: los mandamases vaticanos son imbatibles en la puesta en escena y arrastran al espectador –por más secularizado que este se pretenda– a interminables jornadas televisivas, lectura de artículos y perfiles de papables.
Y es que a un papa muerto se lo olvida rápidamente. Falleció el queridísimo Francisco y, en pocos días, se culminó el trasvase de devoción a una figura nueva. Sólo la Iglesia alberga esa gracia que, en misterio y en latín, atrae a gobiernos y famosos a pesar de la doctrina, los privilegios fiscales y los abusos a menores. Ayer, Robert Prevost era nadie. Hoy, es León XIV. Y lo llamamos santidad.
No podemos ceder, sin embargo, a esta tentación milenaria y a la idea de que el catolicismo representa un dique moral contra la decadencia del mundo. La gran cualidad de esta institución portentosa ha sido su cintura; la habilidad para acomodarse al presente y al mando. La perspicaz intuición de Saulo de Tarso llevó a una pequeña secta del judaísmo antiguo a mimetizarse mansamente (también en su estética) con el Imperio, adoptando poderío y estructuras. En su carta a los Romanos, capítulo 13, el apóstol converso anticipaba el negocio, haciendo un llamado para que «cada uno se someta a las autoridades establecidas». La Iglesia no es un peligro para los gobiernos, sino un instrumento para quien sepa aprovecharlo.
En resumen, no podemos compartir el pronóstico de nuestro querido Enrique Álvarez. Este nuevo pontífice no será un restaurador ni un hereje, sino otro equilibrista que deberá conservar la ruta marcada por la Iglesia: la conversión del dogma cristiano en un producto digerible y de orden. Lo más seguro es que se mantenga como otra sucursal socialdemócrata –como lo son la comedia o la gran familia del cine español–, adaptando lentamente su moral sexual.
De lo contrario, la Iglesia perdería su control sobre el mensaje del Evangelio y este desvelaría su naturaleza apocalíptica. Sin el vínculo con las instituciones seculares –sin ese legalismo que tanto repele–, el cristianismo quedaría a merced de su carisma. El viento del Espíritu que «sopla donde quiere» y esa ruptura con los «muertos que entierran a sus muertos» alumbrarían cientos o miles de propuestas disparatadas. Todos los cristianos acabarían sometidos a su profeta particular, en ranchos o en buhardillas. Como aquellos de Waco (Texas). ¿Recuerdan?
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