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Imagen antigua del puerto castreño. Colección particular de Jesús Garay
Viniendo de Santander

Viniendo de Santander

Castro de ayer y de hoy ·

Marineros de todos los tiempos han tenido que quedar asombrados por el paisaje que muestra la costa castreña

Javier Garay

Castro Urdiales

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Miércoles, 20 de enero 2021, 16:59

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Navegando de oeste a este, el remontar el cabo de Quejo, un espectáculo maravilloso se ofrece al fondo y al sudeste: la ladera de Cerredo que cae bruscamente hasta besar a la mar en la punta de Cerdigo. Algo misterioso se anuncia desde esa altura por detrás de ese monte. Es inevitable sustraerse. Algo fuera de lo normal ofrece ese paraje. Es protección, es arribada, refugio, recalada, descanso, seguridad, avituallamiento. Quien navegue y haya navegado por esas aguas no puede desdeñarlo. Dejarlo por estribor y lanzarse a buscar costa al este, no se puede imaginar en aquellos navegantes costeros de periplo diario y anclaje nocturno.

Es así, y aquella gente ducha en la navegación no podía obviarlo, puesto que por narices tenían que reconocer la costa y plasmar su identidad. Cerredo surge imponente, tanto como su mole de casi 700 metros que le hacen que sea la montaña más alta de todo el litoral español y que está más cercano a la mar. El reconocimiento de ese lugar por narices se hacía necesario y, una vez conocido, se comprendía que la naturaleza había obrado algo especial en él.

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Imaginándonos a Castro Urdiales en la época que los romanos lo descubren, no dejarán de lanzar loas a sus dioses. Una ensenada con gran fondo marino y unos arenales que corren de Cotolino hasta la Dársena y, al este, marismas junto a un río navegable en sus primeros metros. Qué mejor que un establecimiento colonial para iniciar su comercio con Castilla (se repite la historia). Hay madera, mucha madera, necesaria para la construcción y carena de buques. Sus arenales bajos en talud permiten varar e invernar sus navíos mientras los calafatean. Encima, ¡gran sorpresa! Hay hierro en sus inmediaciones, mucho mineral de hierro, que con toda seguridad venían buscando a sabiendas. Y a sabiendas venía buscando ese puerto el Portus Amanun anterior a su colonización.

El asentamiento originario de la actual villa de Castro, sin ninguna duda, se produjo junto al antiguo puerto de los amanos y fabliobrigalas. Razones de su fundación son muchas: económicas, militares y administrativas. Es una región rica minera (y ya pesquera) con posibilidades de activa dad comercial desde todos los puntos, desde la galia, canalizando el comercio con la meseta a través de la vía romana Pisaroca- Flavióbriga.

«Cerredo es la montaña más alta de todo el litoral español y que está más cercana a la mar»

javier garay

¿Era conocido nuestro puerto años atrás de la conquista de Roma? Los fenicios es un pueblo navegante por antonomasia de la antigüedad, ya fundan Cartago, trafican con la India, salen en primavera y verano, invernando en los lugares que encuentran para regresar a la primavera siguiente. Los fenicios también, como toda la gente de mar, son piratas. Les harán falta hombres por su condición de riesgo, enfermedades y muertes y suplen la insuficiencia del reclutamiento dedicándose a hacer incursiones en costas extranjeras mal guardadas en las que capturan hombres y se los llevan como esclavos.

Herodoto dice que los fenicios fueron los primeros en lanzarse osadamente a la navegación de altura y que antes de ello ningún navegante se atrevía a perder de vista la costa. Sabían que la Estrella Polar señala el norte y que el Sol, al medio día, el sur. Fueron muy reservados para evitar intromisiones y, salvo algunas monedas, dejaron pocos testimonios de sus actividades marinas. Los periplos que por nuestra costa se hicieron no podían sustraerse a la tentación de visitarlo (invernaban las naves en nuestras aguas antes de hacerse rumbo al norte en busca de la casiterita pita pitón). Parece que en ese lugar se pierde la tierra, dando lugar a un Finisterre.

«No es de extrañar que Roma, la madre del mundo, se enamorara de Castro Urdiales»

Javier garay

Si el día está claro, se puede vislumbrar el monte de punta lucero, monte lucero o Vispero, como decimos los de aquí. Algo incita a dejarte caer hacia tierra para tratar de rodear ese cabo y ver lo que hay detrás. Al llegar a la altura del cabo de Cerdigo, un poco más de costa que corre más al sudeste, nos lleva a montar otra punta: la punta del Rebanal. Y luego surgen los peñones y, detrás de los peñones, algo sugiere que eso es diferente. Montas los peñones y te encuentras con una ensenada que corre al oeste, majestuosa, única como no hay otra y eso dentro de la mar. Bueno esa imagen es la que tuvieron que experimentar las antiguas periplos de gente que caboteaba el atlántico.

No es de extrañar que Roma, la madre del mundo, se enamorara de Castro Urdiales. Belleza, comodidad, estrategia... y todo lo necesario de lo que buscaban se lo daba esta tierra. Y aquí instaló su cuna Cantábrica, la primera en todo el litoral Norte. Su nombre original, Flavióbriga, data de los tiempos del bravo y glorioso emperador Augusto y sus sucesores Tiberio, Nerón y Flavio, quien, por su ley Municipal, bautizó a Castro con su Nombre y de ahí surge la única y definida por siempre Flavióbriga.

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