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LAURA FONQUERNIE
Sábado, 24 de agosto 2019, 07:48
Requiere paciencia y reporta tranquilidad. Eso dicen los veraneantes, vecinos de la región y visitantes que se dan cita cada tarde en el paseo marítimo ... de Santander. Desde el Centro Botín hasta el dique de Gamazo. En algunas zonas están concentrados, en grupos y entre risas. En otras algo más dispersos. Pueden pasar allí horas tranquilos, en comunidad o solos. Acompañados por el sonido del mar y el bullicio de quienes pasean por la zona. Lo que tienen en común es su pasión por la pesca, cada uno con su historia y su motivo particular de por qué eligió esta actividad y no otra. Eso sí, en algo coinciden, la mayoría destaca que «relaja» y que les ayuda a desconectar. Y, cuando la caña de algún pescador da signos de que algo ha picado, se juntan alrededor y lo celebran como una victoria conjunta.
«Es tranquilo, va con mi personalidad y, además, me relaja y ayuda a desconectar», dice José Luis Alonso, vecino de Santander. Por eso se puede pasar hasta 8 horas frente al mar esperando a que los 'maganos' confundan el señuelo de plástico con comida. Cuando muerdan el anzuelo, notará el peso y pasarán a ser parte del menú de su cena. «Pescar siempre ha sido apasionante y luego me lo como ». Al igual que muchos de los que lo hacen en la capital cántabra, practica esta actividad desde pequeño. «Mi padre me enseñó cuando era un niño».
También joven, pero algo más mayor comenzó Antonio Díaz Blade. «Empecé con catorce o quince años, me enseñaron mis tíos», comenta. No aprendió aquí sino en Melilla, donde nació. Desde entonces la pesca le ha acompañado en todos sus destinos. Fue militar, concretamente, capitán del aire y allí donde le enviaban llevaba siempre algo en su equipaje, la caña. «La guardaba en la maleta y en los ratos libres, aprovechaba para pescar». En Tetuán -su lugar favorito para esta actividad- Valencia, Canarias y, ahora, en Santander. Dice que le encanta pescar, «lo paso de maravilla». Además, «me relaja mucho, por eso se lo recomendaría a las personas que sean nerviosas», añade. Una caña y disfrutar de los peces. Justo lo que él hace. Tan solo disfrutar del ejercicio porque luego los devuelve al mar. «Quiero darles vida, creo que incluso les veo sonreír cuando lo hago», explica.
José Luis Alonso Santander
Juan Manuel Rodríguez Madrid
Carlos Lera Santander
Antonio López Asturias
Igual que Juan Manuel y Román Rodríguez Syzonov, hermanos. Con 15 y 14 años ambos pasan las tardes pescando en Santander. Viven en París, pero cada año veranean aquí. «Lo que pescamos se lo damos al de al lado o lo echamos al mar», explica uno de ellos. Practican la actividad simplemente porque les gusta. «Es un gran pasatiempo, me lo paso muy bien». «Les encanta», añade su padre. En su caso, se aficionaron hace tres años porque cada verano veían a los pescadores en el paseo. Se acercaban curiosos y ellos les enseñaban cómo se hacía. Alguno incluso les prestaba la caña. Al final se compraron la suya propia y, ahora, se acercan todas las tardes y están alrededor de «tres horas».
La mayoría de los pescadores, además de la tranquilidad, destacan también otro atractivo. La comunidad que se crea entre todos ellos. «Hay muy buen ambiente. Y, cuando creen que algo ha picado, se crea un semicírculo alrededor del pescador», comenta uno de los hermanos con una sonrisa. Luego se preguntan unos a otros cómo ha ido el día. Gorio, otro pescador que ronda el Centro Botín, recalca el mismo aspecto. «Los amigos se hacen aquí». Él pesca desde los 8 años, aprendió por su propia cuenta aunque su padre también lo hacía. Algo importante es saber cuál es el mejor momento para acercarse a pescar. Y, después de tantos años, lo sabe perfectamente. «En los repuntes. En la pleamar y bajamar, dos horas antes y después de que se produzcan».
Con la misma curiosidad que los dos hermanos empezó Carlos Lera, vecino de Santander y el más joven de quienes se encontraban en el paseo. Comenzó con 8 años, ahora tiene nueve. «Un día vi a los pescadores y me animé a intentarlo. Me dejaron una caña y conseguí 10 peces y eso te motiva», comenta orgulloso de su hazaña. «La suerte del principiante», añade su abuelo, también Carlos. Él pescaba, pero en río que «es mejor, más divertido». Lo mismo opina Antonio López, otro aficionado que ronda el Centro Botín y que lleva ya un año pescando en mar. «En río es más fino porque tienes que ir con la vara en la mano». Ahora solo tiene que poner la caña y cruzar los dedos para que algún pececillo despistado pique, explica mientras prepara el cebo. Eso sí, «da tranquilidad, te pasas aquí el día». Puede estar pacientemente esperando durante seis horas o más. «No tengo prisa para volver a casa». Él es de los que aprovecha lo pescado para cenar. Es más, lo limpia allí mismo.
Cada tarde también se acercan al paseo unas invitadas especiales, las gaviotas. Viejas conocidas para los pescadores. Aunque no esté permitido darles de comer, ellas solas se las apañan. Por eso tienen que andarse con ojo para que no merienden a su costa. «Estaba sacando una breca, ha venido una gaviota y se la ha llevado», comenta Antonio López que vio como, poco después, otra gaviota le arrebataba de nuevo la pesca.
La caña se puede lanzar a unos 30 o 40 metros e incluso más. A esta distancia, brecas, chicharros o salmonetes son algunas de las especies que pueden picar. En una jornada normal pueden llevar a casa dos o tres brecas, varios salmonetes, chicharros... Pero a veces hay sorpresas, días excepcionales. «Una vez saqué una dorada de un kilo y medio», explica orgulloso. «La semana pasada un compañero pescó un dentón de casi 4 kilos», comenta Manuel Fernández en el otro extremo del paseo, al lado de la valla que limita con el puerto pesquero. En cualquier caso, con más o menos suerte, todos ellos son habituales y vuelven cada tarde.
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