Un héroe anónimo sin medalla
Un ertzaina libre de servicio que salvó a una bilbaína de 78 años y a su familia en la explosión de gas de Laredo lo mantuvo en secreto un año
AINHOA DE LAS HERAS
Domingo, 23 de noviembre 2008, 10:41
«Lo hice porque soy un profesional, un policía, aunque esté libre de servicio; pero no se lo conté a nadie, ni a mi madre, ni a mis hermanos, sólo a mi mujer». Jokin se emociona cada vez que recuerda aquella noche, la del 27 de julio de 2006, cuando salvó a una mujer de 78 años que había quedado acorralada por el humo en un sexto piso. Durante mucho tiempo lo mantuvo en secreto, pero ahora, requerido por sus superiores, ha contado su historia a propuesta de tres compañeros para que le concedan una medalla al mérito policial.
Eran las cuatro y cuarto de la mañana. Estaba en un camping de Laredo, donde veranea con su familia -está casado y tiene dos hijas-, leyendo un libro «medio adormilado»; le costaba conciliar el sueño. De repente escuchó una «explosión». Su instinto le empujó a vestirse para comprobar qué ocurría. El camping está situado a unos 400 metros del edificio siniestrado, en la Avenida de los Derechos Humanos. Así que enseguida descubrió la mole con parte de «la fachada desprendida». «El fuego se extendía hacia la derecha, hacia la izquierda y hacia arriba». Enseguida comprendió que podía tratarse de un escape de gas ciudad, «una catástrofe». «Soy de la séptima promoción, llevo 21 años en la Ertzaintza y he visto muchas cosas», dice.
Empezó a «gritar a viva voz: '¡Cierren el gas, apaguen la luz y vayan saliendo despacio!'». Los vecinos, asomados a los balcones, advertían de que había gente dentro de las casas. Jokin pensó: «Hay que actuar». En el camino se encontró con tres individuos a los que preguntó si estaban en condiciones de seguirle; les indicó que mojaran una prenda de ropa, él utilizó una camiseta, en la piscina por si tenían que subir por la escalera entre el humo.
Portal contiguo
Llegaron al portal y pegaron «dos patadas a la puerta, que cedió; no se rompió nada», recuerda ahora con cierta sorpresa. La nube invadía ya el rellano de la escalera y les cortó el paso. El escape y posterior deflagración se había producido en el segundo piso, donde vivía un matrimonio con dos hijos menores, que sufrieron graves quemaduras. La mujer falleció a los pocos días, y elevó a seis el número de víctimas. Los demás fallecidos, una pareja de Bilbao y su hija, y una anciana de Getxo con su asistenta, residían en el piso superior, el tercero.
Jokin decidió intentarlo a través del portal contiguo. Para entonces había perdido de vista a los acompañantes, salvo a uno, al que recuerda como un hombre corpulento y sin pelo. Se escuchaba el ulular de las sirenas de los Bomberos y gritos de «¡socorro, auxilio!». La adrenalina se le había disparado, pero su profesión -está destinado en la comisaría de Bilbao- le ha enseñado a «mantener la cabeza fría». «¡Arriba, hay gente arriba!», se escuchaban voces. Él y «el calvo», como le llama a falta de saber su nombre, subieron hasta el último piso, se metieron en una casa y salieron a la terraza.
-«Por ahí no puedo»
-«¿Te atreves?», le preguntó Jokin a su acompañante.
-«Con dos cojones», contestó él.
Saltaron de balcón a balcón por encima de los separadores, «no sé cuántos, dos, tres... Abajo había bomberos, guardias civiles, pero yo ya estaba a lo mío». Al llegar al piso de Concha G.M., la mujer a la que rescató, «pegué en el cristal y dije: 'Salgan, que les venimos a sacar de aquí'».
Concha, que hoy tiene 80 años, y entonces 78, se había refugiado con su familia en el baño, esperando a que les sacaran, mientras por el móvil les informaban de la evolución de las llamas. «Estuvimos seis personas durante hora y media allí dentro. No se nos ocurrió hacer ruido», se lamenta ahora. Su hija y su yerno, con sus dos hijos de 10 y 14 años, y su otro hijo, además de ella, que tiene problemas en las piernas y una insuficiencia cardíaca. Toda la casa es exterior, salvo los dos aseos, pero por el sumidero «empezó a entrar humo». «Estábamos hablando, pero yo notaba que cada vez respiraba peor».
Un abrazo
Una vez en el balcón, Concha espetó: «¡Uy!, yo por ahí no puedo pasar». Jokin y su amigo les tranquilizaron. «No se preocupe, que nosotros vamos a ayudarles». Desencajaron de una patada uno de los separadores, y Jokin cogió en volandas a la mujer hasta la casa de al lado. Los demás pudieron escapar por su propio pie. Para entonces, ya estaban allí los Bomberos. «Abandonen el edificio lo antes posible», les aconsejaron. Como no tenían bombonas de oxígeno y la «situación estaba controlada, nos fuimos». Los dos cruzaron la acera y se fundieron en un abrazo. «Ya no he vuelto a saber nada de él, creo que no era de aquí». Jokin regresó con sus hijas y su mujer, que temía por él y se alegró de verle. Se tomó un litro de leche para combatir el reseco en los labios por el humo. En casa no volvieron a comentar nada sobre aquella noche.
«Un año sin decir nada a nadie». Hasta que, cuando iba a cumplirse el primer aniversario de la explosión, el 17 de julio de 2007, el destino quiso que Jokin y Concha volvieran a encontrarse. «Me robaron el bolso y fui a poner una denuncia».
Cuando llegó a la sede policial, el ertzaina que le atendió era Jokin. «La vi, me pegó un 'shock' y la reconocí». «¡Cómo me alegro de verla señora, y de que esté tan bien», le dijo ante la sorpresa de la mujer. «¡Ay, Dios mío! ¿Puedes salir?». «Fue una pasada, se emocionó y yo también».
Informe sobre el caso
Tres de sus compañeros fueron testigos del reencuentro. «Me echaron la bronca por callarme una cosa así». Los ertzainas tomaron la denuncia a la mujer, y la interrogaron sobre lo ocurrido en Laredo. «Ese hombre me salvó a mí y a mis hijos», les dijo.
En febrero pasado, los jefes de Jokin realizaron un informe sobre el caso para iniciar un expediente de reconocimiento del mérito policial, aunque han transcurrido ocho meses y aún no le han concedido la medalla. «Sigo mi vida, si sale, bien, y si no, pues seguiré adelante». A Jokin le gustaría poder charlar con Concha «más adelante». «Cada vez que paso por Laredo, me quedo mirando hacia su ventana».
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