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Vega de Pas

Tierras de infinitos colores

A pocos kilómetros del mar se abre un territorio fascinante donde el tiempo se detiene. En los Valles Pasiego, la naturaleza se convierte en una terapia de choque contra el estrés

Enrique mumárriz

Viernes, 25 de julio 2014, 13:47

Tienen casonas rosas, azules, blancas y doradas. Mujeres de profundos ojos negros, vestidos montañeses y espectaculares costumbres artesanales. Una tierra negra y húmeda, ardiente de día y gélida de noche. Ríos transparentes y tejados de piazarra. Un cielo cobalto y unas nubes densas y blancas, pero también un cielo de lobos donde el brillo de sus estrellas no duda en competir con el de la luna. 'Junglas' verdes, espesas y profundas que crepitan bajo los pies del afortunado visitante. Costados hechos de hermosas laderas y praderías, y cabañas de singularísima arquitectura repartidas como las piezas de un puzle que salpican las tierras de un flúor hecho de la colisión de mil verdes. Palacios de arquitectura volátil que parecen moverse al ritmo de las tonalidades del arco iris. Cabañas donde la piedra tiene vida propia, y decenas de pueblos salpicados con un millón de pequeñas callejuelas donde la luz juega y hace viajar a través de la más espectacular paleta de colores que imaginarse pueda.

Son los Valles Pasiegos. Un territorio que nace, habla y muere a través de ellos, de sus hipnóticos paisajes. Una tierra, asimismo, de transeúntes y reses, de armonía vegetal entre los alisos, los robles y las hayas, de fortalezas y guerreros curtidos en labores de la tierra, de sobaos y amas de cría. Una tierra donde la calle es espectáculo, donde el espectáculo es la vida misma, donde la vida misma deambula al ritmo de su pasada historia, y donde la historia arranca en el interior de su propio nombre, Valles Pasiegos, y de lo que significa, descansar en un paisaje que huye, por el momento, de las masificaciones de la civilización entre los lomos de la montaña. Las vías secundarias llenas de curvas y baches descubren un paisaje único; el bullicio de la ciudad se convierte en un silencio relajante, perturbado solo por el armonioso sonido de los campanos de la reses, cada uno con su propio sonar. Curiosos los turistas que buscan los restos de los últimos vaqueros.

El tiempo parece haber perdido su segundero por la costumbre de usarlo. No hay más ritmo que el que marca la salida y puesta de sol. La tierra se reconcilia con una vida lenta que nace al borde su río o en la solana de sus llanuras sin verbo. Y es que es en ese paraje de sol y luna, donde nace un camino con sabor a tierra recién cortada. Aquí aún se conservan casi intactas muchas de sus costumbres ancestrales, como las 'mudas', desde la primavera hasta el otoño. Una trashumancia que rige la vida de las gentes de por aquí: todo el clan se desplaza de una finca a otra, cargando con ropa, enseres y animales domésticos, para segar los prados.

El río transcurre entre un paisaje verde y un tanto abrupto, de singular belleza. San Roque de Riomiera es una de las tres villas pasiegas. Posee un pequeño núcleo de casas alrededor de la carretera. Allí se toma el desvío hacia Selaya, con el Palacio de Donadío. Poco antes de llegar se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de Valvanuz, de gran devoción en la comarca.

La capital pasiega, Vega de Pas, ofrece un estilo de vida pausado y tradicional, las cabañas vividoras en el entorno de la plaza empedrada y de la iglesia. El visitante podrá reconfortarse degustando un sobao acompañado de una copa de mistela en cualquiera de sus establecimientos. Una visita instructiva para conocer el sistema de vida pasiego es al museo etnográfico. La subida hasta la otra villa pasiega, San Pedro del Romeral, permitirá a disfrutar del entorno y de la contemplación de las cabañas, muchas de ellas ya convertidas en viviendas de segunda residencia.

Esta tierra esconde algunos de los mejores secretos de Cantabria. No sólo en su extraordinaria gastronomía, de la que destacan el queso fresco, los sobaos y las quesadas, sino también las alubias blancas y rojas, o las carnes de vacuno, además del salmón y las truchas del río Pas. Sin olvidar uno de los guisos estrella: el cocido montañés. Y el lechazo. A diferencia de otros municipios, el programa cultural y deportivo de la comarca no aumenta en verano. Mantienen el ritmo del resto del año, aunque la presencia de turistas en sus hoteles rurales es más que notable. Alguna de las pequeñas cabañas con chimenea que motean las colinas se ha transformado en un acogedor taller de respostería donde aprender a hacer los tradicionales dulces. Mientras se hornea la merienda, saldrás a dar un paseo guiado por los alrededores, saludando a los pastores y conversando con los paisanos de las aldeas. Esta actividad es perfecta si buscas algo divertido para hacer con niños. Hay clases sueltas y cursos intensivos durante todo el año.

Los valles pasiegos ofrecen, una oportunidad única a los turistas, la posibilidad de respirar aire limpio alejado de la contaminación de las grandes urbes, pasear a caballo por los largos senderos, donde las máquinas aún no han llegado y los caminos están labrados por la huella del hombre; escalar algunas de las montañas más altas de la región, ver el mar desde el castro Valnera, descansar junto a los arroyos y probar las delicias de la tierra. Un sinfín de posibilidades al alcance de todos los visitantes.

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