De campana, una bala
ELÍAS MARTÍN
Miércoles, 2 de junio 2010, 02:42
Buscando senderos que pudiera hollar más tarde el grupo senderista de nuestra capital El Tejo, caí en una ocasión en el pueblo de Dosamantes -así, Dosamantes-, por Liébana.
Un amigo con el que iba -era de ese pueblo- me condujo hasta ponerme a los pies de la espadaña del templo parroquial -no me gusta hablar de 'iglesia', porque ésta es una realidad humana- dedicado a la Santa Cruz, en el cruce de caminos que unen Obargo, Barreda y Dosamantes. Tal templo sirve de parroquia a los tres pueblos.
Una vez allí me hizo levantar los ojos y, señalándome una de las campanas, la de la derecha, me advierte que me fije bien y que le diga si noto en ella algo raro. A uno, cuando le advierten que se fije bien en algo, piensa: «hay trampa», y se pone a buscar como un desquiciado por sitios misteriosos y quiere ver situaciones insólitas y fuera de toda lógica. Recuerdo que le contesté: «¡el badajo!». En efecto, en vez del consabido morrillo torneado, tenía una barra de acero, regordeta y monda. «Y no tiene cresta», le salté a continuación. Su impasibilidad me trasmitía que mis observaciones no estaban desentrañando el misterio. Cuando vio que me rendía, me hizo observar el faldón. No tenía. De arriba abajo, todo el cuerpo de la campana era liso. Me descubrió el porqué. Se trataba de una bala de cañón de unos cincuenta centímetros de diámetro. Aquella bala fue vista por dos madereros, Bernardino y Paulino Barreda, que estaban talando árboles en el valle de Mena. Era al poco de haber terminado la guerra civil. Y mira por dónde se les vino a la mente que el campanario de su pueblo -Dosamantes- tenía una órbita huera, sin ojo, digo, sin campana. Y que eso no estaba bien y que si un día la guerra civil le había dejado en tal estado lamentable para convertir su bronce en balas de muerte, bien estaba que esta bala perdida volviese a rellenar aquel vacío.
Me contó las peripecias a la hora de conseguir permisos y transporte. Al fin la bala llegó a Unquera, en tren, y desde allí, en carro, a Dosamantes, tras haberla rebajado y puesto guapa en un torno.
Hoy suena con voz distinta a su hermana, pero ahí está, llamando a los tres pueblos para reunión dominical de los cristianos. Y lo que en un tiempo fue instrumento de guerra y despedazamiento humano se ha convertido en voz de paz y de vida.
La moraleja de esta historia menuda es evidente y muy pegada a las carnes de la sociedad donde vivimos: Basta de fundir campanas para labrar balas. Hagamos de éstas, campanas. Que llamen a la convivencia y a la reunión festiva de todos.
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