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Cañón ha cosechado grandes éxitos internacionales con su primera novela. :: DM
CAVEAT LECTOR

La peripecia de James Cañón

JAVIER MENÉNDEZ LLAMAZARES

Viernes, 18 de febrero 2011, 11:38

Con demasiada frecuencia, las urgencias del mercado arrinconan a obras de gran talento, que merecerían mejor fortuna y, sin embargo, son relegadas al más oscuro estante de las librerías, olvidadas por la crítica e ignoradas por lectores que, de haber advertido su existencia, habrían sabido reconocerlas.

Uno de estos casos ha sido el del colombiano James Cañón. En 2009 se publicó en España su novela 'La aldea de las viudas', a cargo de La Otra Orilla, filial española de la poderosa editorial hispanoamericana Norma. Un sello especializado en presentar novedades del otro lado del Atlántico, apoyado por su cuantioso premio de novela, que cuenta en su nómina con pesos pesados como Horacio Vázquez-Rial, ganador del certamen hace cuatro años.

La novela de Cañón, sin embargo, ha pasado desapercibida en nuestro país. De nada ha servido el éxito de la edición original de Harper Collins en Estados Unidos, el reguero de traducciones (al alemán, al polaco, al hebreo, al croata, al holandés o incluso al turco) ni el reconocimiento en forma de premios como el de Mejor Primera Novela Extranjera, concedido en Francia en 2008. Mientras el joven autor colombiano se hace un nombre a escala internacional, en España continúa siendo un desconocido, incomprensiblemente.

La trama

Aseguran los gurús de la cosa literaria que, para enganchar al lector, una novela debe comenzar con un terremoto y, a partir ahí, avanzar in crescendo. Y algo así sucede con 'La aldea de las viudas', que arranca desvelando qué ocurrió «el día que desaparecieron los hombres» en un pequeño pueblo colombiano, tomado por la guerrilla comunista. Tras varios episodios de violencia, los guerrilleros vacían la aldea de varones: los que no son ajusticiados son invitados a unirse a su lucha, y la pequeña población se convierte en un forzoso gineceo, en el que todas las mujeres se convierten en viudas, con o sin mediación del padrón municipal.

Tras un breve periodo de desconcierto, en el que la calidad de vida decae enormemente, una mujer, Rosalba decide asumir el poder y se erige en improvisada alcaldesa, reorganizando la vida cotidiana de la aldea.

Esta situación se prolongará durante más de quince años, en los que las mujeres consiguen organizar una sociedad más justa y equitativa que la que hasta entonces habían conocido. Sin embargo, todo cambia cuando los difuntos esposos, acogidos a la amnistía gubernamental, regresan a la aldea, y pretenden restaurar el viejo orden de preeminencia machista, algo que las antiguas viudas no están dispuestas a tolerar.

Ficción sobre una geografía real

Lo primero que llama la atención del relato de Cañón, antes incluso de empezar la lectura, es la ubicación geográfica de la novela, que se realiza del modo más explícito posible: con un mapa, estratégicamente ubicado en los prolegómenos, justo antes del primer capítulo.

Se trata de un callejero que representa la población donde transcurre la acción, una pequeña aldea llamada 'Mariquita', en la que apenas hay un centenar de casas.

Un pueblo ficticio, pues, aunque en la región natal de Cañón existe una Mariquita, en el departamento de Tolima, aunque la real, es una ciudad de más treinta mil habitantes.

Pero, más allá de lo pintoresco, la novela recrea dos décadas de la historia de Colombia en las que la violencia y el terror marcaron a fuego a varias generaciones y a todo un país. Una negra realidad, asentada sobre un territorio que no puede ser más verídico, con independencia del nombre que querramos ponerle.

Las virtudes de Cañón

Sin embargo, aunque James Cañón recoge esa sórdida realidad de guerrilleros y paramilitares, es capaz de trascender el entorno para hilvanar una fábula contemporánea, en la que no falta el análisis social, el humor y, en cierto modo, una visión positiva de las posibilidades de la humanidad. O, al menos, de una parte de ella: las mujeres.

Con una prosa ágil y exenta de florituras estilísticas, el autor construye un doble relato, un duplicado de cada capítulo en el que se busca otro ángulo de visión, hasta lograr un efecto caleidoscópico que enriquece la novela con todas las voces relevantes para la trama.

Por un lado, la historia de la aldea Mariquita se narra de modo lineal, siguiendo la sucesión cronológica de los acontecimientos. Pero a cada capítulo se le agrega, diferenciado tipográficamente, una coda, en la que un periodista estadounidense, «un gringo curioso», transcribe sus entrevistas con varios hombres: niños-soldado, militares del gobierno, líderes guerrilleros, paramilitares, campesinos o un cura católico desfilan por las páginas de este reportero.

En una pirueta literaria, el autor funde ambos relatos, cuando en el capítulo trece el periodista llega al poblado y las viudas le ven como una solución idónea a su problema de natalidad, en una escena que muestra otro de los puntos fuertes de Cañón: su humor. Porque, a pesar de la atrocidad que transita por toda la novela, el escritor consigue arrancar a sus lectores una sonrisa perenne y varias carcajadas, con el punto justo de acidez. Porque el colombiano explota a la perfección la situación planteada, buscando siempre el lado hilarante a esta confrontación de sexos en la que no faltan casos de transfuguismo sexual o situaciones extrapolables a cualquier contexto universal. Por no hablar del original calendario que idea, basado en la menstruación, en el que los años son escaleras y los meses peldaños.

Reinventar los clásicos

A pesar de que los textos promocionales de Harper Collins y La Otra Orilla pretenden emparentar a Cañón con la línea más fructífera de la narrativa hispanoamericana del siglo XX (en las solapas y la faja no falta la socorrida apelación a García Márquez, Cortázar y Vargas Llosa), lo cierto es que no parece lo más adecuado señalar a esta autor como epígono del llamado boom del realismo mágico. Aunque le unan los lógicos paralelismos geográficos e históricos, lo cierto es que la obra de Cañón bebe de fuentes más clásicas.

Atenas, 411 antes de Cristo: la guerra asola las tierras helénicas, y una aguerrida matrona, Lisístrata, promueve un curioso boicot contra los conflictos bélicos, proponiendo a las mujeres griegas que se nieguen a acostarse con sus maridos mientras no se ponga fin a los combates.

La comedia de Aristófanes, modernamente recreada por el artista del cómic alemán Ralf König, bien podría servir de referente especular para la actitud de Rosalba, la alcaldesa de las viudas, que además recrean otro mito clásico, el de las amazonas, que a lo largo de la novela consiguen incluso aterrorizar a los guerrilleros. Cañón llega a poner el término en boca de alguno de sus personajes.

Adaptación al cine

A pesar de que la fortuna literaria haya sido esquiva con la novela, aún queda un as en la manga: los refuerzos que llegarán desde Hollywood.

Y es que en un par de meses se presentará la adaptación cinematográfica, producida por Maya Entertainment y con un cartel de lo más suculento; baste decir que lo encabezan Christian Slater y la mujer desesperada Eva Longoria.

Será dirigida por Gabriela Tagliavini, quien ya se encargara el año pasado de realizar la adaptación teatral.

La peripecia lingüística

Hemos reservado para el final el dato más sorprendente de la novela. Y es que, en realidad, se trata de una obra traducida, porque fue escrita originalmente en inglés.

James Cañón, nacido en Ibagué en 1968, estudió Publicidad en Colombia y a mediados de los noventa se trasladó a Nueva York a estudiar inglés.

En la Universidad de Columbia cursó un máster en Escritura Creativa, y vivió esa metamorfosis de la que sólo pueden presumir un puñado de autores privilegiados: Conrad, Kafka, Nabokov o Kundera. Escritores capaces de firmar obras magistrales en una lengua que no es la suya.

O que no lo era, pues el propio Cañón relata en su web cómo utilizó la redacción de esta novela para aprender inglés; es decir, para profundizar en su conocimiento hasta el punto de poder explotar sus habilidades literarias y crear textos de calidad. De alta calidad, añadimos.

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