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Mariano y Nisio, ante la puerta del Eros. :: Daniel Pedriza.
Me suena su cara...

Los dos hermanos del Eros

Durante 38 años estuvieron preparando hamburguesas. Su frase: «Hijo, ¿qué te pongo?»

Álvaro Machín

Lunes, 6 de mayo 2013, 12:56

Ala mujer de Mariano le preguntaron hace poco cuántos hijos tenía. «Dos», dijo. No entendió la broma. Porque se le olvidó sumar todos los de El Sardinero. «La de ellos que ha dejado tu marido por allí». Y es que, para Mariano y Nisio, los dos hermanos que atendieron el Eros durante 38 años, todos los que entraban por la puerta eran "hijos". Curioso. Un negocio que arrastró a multitudes sólo contaba con 25 metros cuadrados. Tal vez por eso ya preguntaban a los clientes casi desde la calle: «Hijo, ¿qué quieres?».

Dionisio es el mayor de los dos y el segundo de la saga González Polanco (eran cuatro, con dos hermanas). El más bajito y el que se ocupaba de la barra. A Mariano, el tercero -el más alto-, le tocó la plancha. Toda una vida juntos. En Campogiro y en San Luis, donde vivió su familia y, desde el año 73, un día tras otro levantando la persiana de uno de esos puntos de encuentro que saben a ciudad. Pero el Eros no fue su primer trabajo. A los siete años, Nisio ya repartía ollas de leche. «Cuando quitaron los carros de hierro y tuvieron que poner ruedas de goma para ir por las calles». Luego llegó el café-bar Madrid, en el Paseo de Pereda, donde entró como botones antes de convertirse en ayudante de barra. Y, de ahí, al almacén de Sal de la calle Carlos Haya. "Sales Vallina".

Mariano también empezó pronto. Con catorce ya entró como empleado en el supermercado Ángeles Sainz. «Hasta que fui a la mili», dice. Más de una vez le tocó llevar el pedido a casa de Gregorio Barbero. Eran vecinos de su tía y había cierta amistad. Fue Barbero el que le dijo si le interesaba trabajar en un bar, «una hamburguesería en El Sardinero». Ahí empezó todo y ahí se unen sus historias. En el año 73, Mariano inauguró junto a Gervasio y Ángel (alguien que compartió vida con los dos hermanos) "El Delfín Verde" (lo que, con el tiempo, pasaría a llamarse Rocamar). Al lado, Nisio y Sagrario Gutiérrez (la mujer de Mariano) abrieron el Eros. En pocos días, la plantilla era de doce trabajadores y dos cocineras. «Florentino como encargado, Antonio... Venía mucha gente. Cuando El Sardinero era El Sardinero...». Y los dos hermanos pasaron pronto a estar juntos en la barra del local chico, aunque, en el caso del mayor, a tiempo perdido. Porque cogía el camión para repartir sal casi al amanecer y viajaba a diario a Asturias. «Al Eros llegaba a las siete y estaba hasta las diez o las once». Fue cosa de unos años.

Desde el 77 ya no hubo más que hamburguesas y perritos para ambos. Los tiempos «del auge de las discotecas». El "700" y, más tarde, la estruendosa calle Panamá. «Fue un cheque al portador». Las pandillas de Cueto, de La Albericia, la chavalería de Las Esclavas y Los Agustinos... «Nos traían cestos enormes de mimbre con el pan. En un día, mil perritos. Un fin de semana, por ejemplo, sesenta kilos de hamburguesas». En 25 metros cuadrados. «¿Estáis?», les preguntaban por teléfono las orquestas de Santander que terminaban actuación en algún pueblo. Azabache, Tobogán... Hasta gente ensayando en el almacén. «"El niño", el difunto Fidel...».

El cierre

Son muchas historias y una lista de clientes «que eran amigos, como familia». Esos que aún les preguntan dónde ir desde el 18 de septiembre del año pasado, el último día. A Nisio le tocaba jubilarse y a Mariano le atacaron tres hernias. «Hemos sido muy felices», dicen. ¿Y entre ustedes? «Si acaso, los follones por atender primero. No podíamos ver a la gente esperando»... Eso merece el premio al trabajador ejemplar. Justo el que les dio la Asociación de Hostelería. Una buena despedida. Como el cartel que queda en el Rocamar, con Jesús -el encargado-, tras la barra: «Hamburguesa y perrito especial Eros». Como un homenaje.

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