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María Gil Lastra
«Con la crisis todos somos más cautos»

«Con la crisis todos somos más cautos»

La decoradora santanderina está metida de lleno en la rehabilitación de once edificios junto a un equipo de arquitectos de Nueva York

Mariana Cores

Santander

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Domingo, 14 de abril 2019, 13:25

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Aparentemente no hay estrés, ni llega apurada a ninguna parte. Es una de las grandes ventajas de su forma de ser. Sin embargo, detrás de la interiorista santanderina Memi Escárzaga hay un equipo de cinco personas, que varía según las necesidades, como en su nuevo proyecto de Manhattan (Nueva York), donde participa en la rehabilitación de varios edificios. Su pasión por la decoración le viene «de pequeñita». «En casa siempre se le dio importancia». Recuerda con cariño cómo Paco Muñoz, «el que fuera el mejor decorador de España, con repercusión internacional», hizo la casa de sus padres. «Me fascinaba ver cómo trabajaba. Sus dibujos a mano alzada eran algo mágico». También participa activamente en la ONG de su hija Lucía Lantero, Ayitimoun Yo, dedicada a proteger a los niños de Haití.

–Está rehabilitando varios edificios en la Gran Manzana. ¿Cómo se dirige un trabajo de esta magnitud desde Cantabria?

–Estamos haciendo todo el interiorismo. Elección de materiales, calidades, etc. de este grandísimo proyecto. Nos llegó porque ya habíamos trabajado para estos clientes con anterioridad. Al principio tuvimos nuestras dudas, pero decidimos apostar por ello. Estamos en contacto con el estudio de arquitectura, que dirige los proyectos, con videoconferencias casi diarias, que nos facilitan mucho el trabajo. Se acaban de obtener las licencias y permisos de obra, así que a partir de ahora nos desplazaremos a Manhattan con frecuencia. Tengo claro que esto no sería posible sin el equipo de mi estudio, que son grandes profesionales.

–¿Cuál ha sido su mayor reto, sin contar con este último?

–Conseguir comprar y rehabilitar una casa en la avenida de Los Infantes, cuyo arquitecto original fue González de Riancho, y que se encontraba casi en ruinas.

–La aparición del 'low cost' también en la decoración, ¿ha sido un varapalo para su profesión o es un buen complemento?

–Creo que se complementan muy bien. Por ejemplo, una alfombra de rayas negra y blanca del gigante sueco de la decoración combina perfectamente con una mesa escandinava de los 70. Son un solución perfecta para seguir decorando si te has pasado con un presupuesto en alguna pieza muy buena.

–En su página web se la describe como una cazatesoros. ¿Qué tesoros busca?

–Siempre me encantó meterme por caminos y carreteras y descubrir casas que tengan algo especial para rehabilitarlas. Sin duda, del proyecto del que estoy más orgullosa es el de la recuperación de la plaza de la iglesia de Anero. El día que pisé este lugar por primera vez, caminaba entre las ruinas.

De la calle Cádiz de Santander, al mundo

Fue al colegio en Santander hasta los doce años y lo terminó en Inglaterra. Después, estudió Empresariales en Madrid. «Pero me tiraba tanto el mundo del interiorismo, que con 22 años tiré y remodelé un piso entero en Santander». Fue el inicio de una carrera que le «apasiona». El siguiente paso importante fue abrir la tienda Matices, en la calle Marcelino Sanz de Sautuola. «Allí empecé de lleno con las rehabilitaciones y decoraciones importantes», recuerda. Por motivos familiares, se trasladó a vivir a Barcelona, donde continuó con sus proyectos. Hace once años regresó a Santander, donde montó el estudio Memi Escárzaga, que actualmente está situado en la calle Cádiz, donde sigue trabajando para el mundo.

–Uno de los grandes retos de la construcción es el ahorro de agua, para lo cual ya hay materiales y sistemas que lo permiten. ¿Está el sector concienciado?

–En realidad hay muy poca conciencia, algo más en los trabajos que hacemos en las casas de campo, donde solemos recuperar el agua del tejado.

–A través de su trabajo se toma muy bien el pulso de la situación económica. ¿En qué momento estamos, desde su punto de vista?

–Creo que después de la gran crisis que hemos vivido, todos en general somos más cautos con el gasto, pero, sin duda, en este momento se está moviendo el mercado.

–Hay personas que no se atreven a llamar a un interiorista por miedo a que su presupuesto no esté a la altura. Los pequeños proyectos, ¿también cuentan?

–Todos los proyectos me ilusionan. No hace falta que se trate de un piso en primera línea. Un ejemplo son el taller y oficina de Pesca Porres, en San Martín, que con un presupuesto más ajustado, el resultado no puede ser más vistoso.

–También se atrevió con una aventura hostelera. Tras recuperar una casita en Anero, abrió El Baruco. ¿Qué vio para que se lanzara a esa aventura?

–Un día, acompañando a mi cuñada, que es de Anero, descubrí este pueblo y me encantó. Pero todo estaba muy deteriorado. Tras comprar y rehabilitar tres casitas que se caían, literalmente, el bar-ultramarinos de toda la vida se traspasaba. Me horrorizaba la idea de que se convirtiera en un lugar sin personalidad, con mesas y sombrillas con publicidad de bebidas, así que me lo quedé.

–Su hija, Lucía, un verano se fue a colaborar a Haití, tras el terremoto de 2010. Lo que iban a ser unos meses, se convirtió en un proyecto (fundó la ONG Ayitimoun Yo), sin fecha de regreso. ¿Cómo recuerda los inicios?

–Lucía se fue a un proyecto de reforestación de Haití y al ver el horror de cómo sobrevivían los niños, decidió quedárselos para poder buscarles una ONG que pudiera ocuparse de ellos. Pasaron los meses y al ver que nadie se hacía cargo, decidió crear su propia organización: un hogar para los niños. Lo pasé fatal. Enseguida fui a verla para intentar convencerla de que era una misión imposible que siguiese allí, que ni siquiera era legal. Pero comprendí que me tenía que rendir y ayudar, porque nunca les iba a abandonar. De eso han pasado ya más de ocho años.

–Hoy se celebra un evento en el Palacio de La Magdalena para recaudar fondos para la ONG. Haití sigue liderando los países con mayor porcentaje de población hambrienta. Usted hizo y hace un papel importante como enlace. ¿En qué momento están?

–Todo ha cambiado muchísimo. Ahora el terreno donde está la casa que acoge a los niños y la escuela son propiedad de la ONG. Se ha avanzado increíblemente y diría que la mayoría de lo conseguido es gracias a la gente de Cantabria. Hubiera sido imposible sin todos los que colaboran, donan, van a todas las fiestas, etc. Es como si hubiera un trocito pequeño de Cantabria en Haití.

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