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Excesivo y prolífico, Luis Antonio de Villena ha publicado cuatro libros desde finales de 2022. Dos de ellos -'La dolce vita. Breve diccionario sentimental de Italia' y 'Brines. La vida secreta de los versos'- los presenta este sábado en la feria Libreando de Torrelavega (19.15 horas)
-Su volumen de publicaciones es constante desde hace décadas. No descansa.
-La verdad es que me sale. En realidad, yo no me esfuerzo mucho por hacerlo. El lado si quieres malo, en el aspecto económico, es que he escrito mucho, pero nunca he tenido un trabajo de otro tipo y tendré una jubilación escasa. Te lo cuento también porque he vivido treinta años muy bien, pero a partir de la crisis del 2012, todo ha ido bajando. Realmente, en el mundo de la literatura todo está por los suelos. Uno tiene que hacer más cosas porque sobrevivir ahí no es pequeña tarea. Aun en mi caso, que tengo muchos libros.
-Hablando del estado de la literatura, usted que ha dedicado años a hacer crítica literaria, ¿encuentra que con el tiempo hay más crítica y menos literatura de calidad?
-En cierto sentido, crítica hay mucha, pero, como en todo, buena y mala. Como poesía buena y mala. No todo lo que se edita es oro. En este momento, además, las grandes editoriales, que parecen mercaderes de libros, están dedicados al bestsellerismo puro y duro. Me aparecen nombres de desconocidos que han publicado un libro que se ha fabricado ya como best seller. Si tiene éxito le dan opción a escribir otro y si no, lo tiran y buscan a otros para hacer lo mismo.
- ¿Qué consecuencias produce?
-Eso produce un tipo de literatura afable de leer pero con un valor literario muy escaso, como los folletines en el siglo XIX. Tenían montones de lectores pero poco valor. Hoy se encuentra sobre todo en la poesía más joven, de 40 años para abajo, un gran caos. Hay gente buena, pero está todo tan mezclado que es muy difícil separar el oro de la paja. En este momento, los niveles de la literatura, en términos generales, son bajos. Hay que mirar un poco al mundo de personas que tienen más de cincuenta o sesenta años, que han, hemos, si me puedo meter ahí por edad, vivido otro mundo y cuando ha llegado este marasmo de las nuevas tecnologías, venimos de una época en la que no existía y tenemos una situación más estable. El nivel cultural de España hoy en día es bajísimo y te sorprendes de la cantidad de cosas que la gente ignora. Y lo que es más triste, la caída de la educación, incluso cívica, que es algo desastroso. Tiene que haber menos lectores porque el nivel de la cultura es menor y el lector va a una literatura muy fácil porque es imposible que vaya a otra. Como colectivo, todo funciona regular.
-En ese mundo que ha vivido, se encuentra su pasión por Italia, a cuyo vocabulario le dedica uno de sus últimos libros.
-Ese libro fue un encargo que acepté de hacer un diccionario de temas italianos. Me di cuenta de que si hacía uno puramente erudito, tendrían que ser ocho tomos, porque Italia tiene una cultura gigantesca. Lo que hice fue poner mis preferencias. El libro está estructurado en orden alfabético, pero se puede leer de la primera página a la última a saltos, porque van saliendo escritores, directores de cine, pintores, gente de la moda, la cocina, ciudades... Eso va dando la Italia que yo aprecio, donde he estado muchas veces. Eso se va uniendo un libro de pasión por la cultura italiana.
-Su otro libro se acerca a 'Brines. La vida secreta de los versos'. ¿Qué esconden los versos en su vida secreta?
-Brines fue un hombre un poco puritano en su aspecto exterior. Era valenciano, en una familia campesina con mucho dinero y educado en los años 40 en los Jesuitas. Tenía una educación católica aunque no era católico en absoluto. A nivel de su vida privada era absolutamente libre, falta de prejuicios, pero en lo público era muy pudoroso, excesivamente. Lo habían convertido, como muchas veces en la cultura española, en una estatua de mármol blanco impoluto. Yo fui muy amigo suyo durante 30 años y salíamos por Madrid casi todas las noches, y me dio pena pensar que el hombre Brines había desaparecido.
-¿En qué sentido?
-Al hombre Brines lo habían abolido. Era solamente un poeta bondadoso, retirado en su casa de campo de Elca. Decidí que tenía que escribir un libro sobre mi relación con Brines donde aparecía ese hombre vitalista, muy sexual, que tenía un apetito enorme de vida y eso lo habían hecho desaparecer. Quise contar muchas cosas de su intimidad que conocía porque había sido testigo directo y ver cómo eso está también en sus versos. No era contar anécdotas. Eso aparece esquinado y hay que leerlo con cuidado para saber que está ahí. Sin su vida nocturna y sexual no habría sido lo que fue. Escribió su poesía porque vivía como vivía. Sin trabajar, porque tenía dinero, muy libre, sin obligaciones y dedicado a la literatura, la poesía, la amistad y el placer.
-Dice de José Hierro que su amor por Juan Ramón Jiménez le llevó mucho más allá de su esteticismo. ¿Qué inspiración le lleva a usted más allá de sus propios marcos creativos?
-No lo sé. Es una pregunta compleja. Escribo lo que creo que quiero escribir. Hay esteticismo, decadentismo, vitalismo, sensualidad, una crítica al mundo del orden, puritano. Creo que el catolicismo en España ha hecho mucho daño porque nos ha hecho más papistas que el Papa. La moral católica que ciertos partidos asumen es un error, porque uno puede ser católico, pero debe respetar a los que no lo somos. La pluralidad es la esencia de la democracia y la libertad. Las dictaduras, de ambos signos, aunque se hable más de unas que de otras, son abominables y las hay.
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