La zurda pegadora contra el rival huidizo
Una multitud que coreaba su nombre, una gran pegada y el saber estar, con un derroche de energía ante un rival conservador, le dieron el título mundial
Nadie lo hubiera creído. ¿Un chaval de Cueto esmirriado, que entrenaba en una cuadra de vacas y chones que decían que era un gimnasio, campeón del mundo? Imposible. Hasta su padre, irónico, le decía al ir a entrenar: «¿pero dónde vas chicha?
Yo le visité en su casa de Cueto y me contó cómo fue aquella pelea que convirtió a un chicha en campeón del mundo.
Todo empezó cuando sonó la campana a las 22:41 horas del sábado, 17 de diciembre de 1977. Los miles de personas que abarrotaron el Mercado de Ganados de Torrelavega comenzaron a corear un nombre con energía: «¡Uco!, ¡Uco!, ¡Uco!» y el púgil montañés se lanzó embalado hacia su oponente, el panameño Rafael Ortega.
El ataque era arrollador. Lastra tenía uno de los 'punchs' más impactantes del boxeo nacional. Su zurda era demoledora y constante, y su rival tardó pocos segundos en comprobarlo. Por eso se abrazaba a su rival, manejando peligrosamente la cabeza en los constantes 'clinchs' en los que basaba su defensa. Pero en el tercer asalto, Uco acertó a colocar un 'crochet' de izquierda en la mandíbula del panameño. Éste retrocedió a trompicones hacia las cuerdas, apoyó su espalda en ellas y sus brazos desmayados buscaron apoyo para no caerse de bruces. El árbitro, el venezonalo Jesús de Celis, inició el conteo de protección: uno, dos, tres… Cuando llegó a siete, el campeón americano se manifestó dispuesto a continuar. Uco no lo dudó y descargó sobre él una granizada de impactos en su cara, mientras el público volvió a corear su nombre con furor: «¡Uco!, ¡Uco!, ¡Uco!». La campana volvió a sonar y esta vez impidió la victoria del cántabro por fuera de combate.
Los asaltos continuaron. Uco atacaba, pero Ortega era demasiado sabio y un estratega gestionando lo que en boxeo se llama «segundo respiro». Comenzó a sacar un trallazo de derecha que era más espectacular que eficaz, mientras que Uco se desfondaba por la energía que suponía llevar la iniciativa del ataque. En los asaltos finales, el cántabro se dejó llevar por el entusiasmo de la multitud, respiró el oxígeno reconstituyente de su clamor y logró imponerse a los puntos con claridad sobre el pugilista huidizo, proclamándose campeón del mundo de los pesos plumas.
Uco Lastra me lo contó años después, cuando ya había sufrido la amputación de una pierna. Tenía a su lado el cinturón de piel y oro con las palabras mágicas que, solo con pronunciarlas, era capaz de levantar el espíritu más abatido: 'World Boxing Association. Champion'. Y esas palabras siempre estarán en su recuerdo de luchador.
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