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La grada estalla en alegría ante el empate

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La grada estalla en alegría ante el empate Luis Palomeque

96 minutos de locura compartida

El Racing vuelve a vivir un recibimiento multitudinario con ambiente de play off y después, un Sardinero encendido lleva en volandas al equipo y sostiene el pulso hasta el último segundo

Leila Bensghaiyar

Santander

Domingo, 8 de junio 2025

Por delante, cien metros de humo, voz y piel de gallina. Por detrás, una ciudad entera empujando. El Racing se jugaba en casa ante el Mirandés el primer asalto del play off de ascenso con la misma ceremonia que cerró la Liga ante el Granada y certificó el sexto puesto: con su gente haciendo de pasillo y de pulmón. La escena se repitió, pero sin desgaste. No había cansancio en el rito, solo hambre. Otra fiesta más, sí, pero con la fe prendida en el deseo de que la siguiente sea la de una hipotética final… Y la que acabe en el ascenso a Primera División. La convocatoria del club a su afición no cayó en saco roto, pero la previa ya había comenzado unas horas antes, a eso de las 13.00 horas. Desde Tetuán, las peñas habían comenzado el domingo con la coreografía habitual: abrazos, cánticos, cerveza fría y nervios. A eso de las 16.15 horas la comitiva verdiblanca echó a andar en corteo hasta los Campos de Sport entonando el que ya se ha convertido en un himno para el Racing: «Dueños de una pasión, verdiblanco el corazón, una ilusión nos persigue, la Primera División». Por ganas que no sea.

Ondeaban las bufandas, se agitaban las banderas, retumbaban los bombos. A medida que se acercaban al estadio, el aire se espesaba con la carga simbólica de los grandes días. La marea racinguista ya se había apostado a ambos lados de las vallas que separaban los cien metros que hay entre el Palacio de Deportes de la puerta de vestuarios de El Sardinero aguardado al equipo. Y en la esquina de la S-20, otro puñado de aficionados esperaba el autobús, listos para desenfundar las bengalas. El autocar llegó con algo de retraso, a eso de las 17.00 horas, pero el reloj era algo anecdótico, lo importante es que todo estaba listo.

La plantilla y el cuerpo técnico descendieron envueltos en el humo denso de las bengalas verdes que ascendía en espiral al cielo. José Alberto, a la cabeza, con rostro de concentración y agradecimiento, avanzó saludando con una sonrisa. «¡Que no se vaya Sangalli!», gritó un chaval con voz aguda, medio trepado en los hombros de su padre. Íñigo Vicente se desvió un momento para abrazar a una niña que lo llamaba desde las vallas. Gestos que no están en el manual de ningún preparador físico, pero que suben el ánimo más que cualquier batido de proteínas.

La previa

En Tetuán, las peñas comenzaron con la coreografía de cánticos, cerveza fría y nervios

Euforia con el 3-3

Cuando el reloj ya no marcaba minutos sino milagros, Karrikaburu hizo uno para empatar

Recibimiento

Fue todavía más intenso que el anterior. El racinguismo rezumaba motivación y ganas

Y aunque el ritual se repita, no hay dos recibimientos iguales. El de este sábado fue todavía más intenso que el anterior. El racinguismo rezumaba motivación. Como si todos supiesen que esta vez sí. Que toca. Que es ahora. Ese sentimiento acompañó a los aficionados también dentro del estadio. Las gradas hervían con bullicio y se asemejaban a un hormiguero repleto de camisetas verdiblancas que se movían entre los asientos buscando su sitio y saludando a las caras conocidas de cada domingo, que por lo que sea, sonreían más. En los asientos que flanqueaban la Gradona descansaban banderines verdes y blancos, y pronto los aficionados les dieron uso. La Gradona desplegó un enorme tifo con la palabra 'Malditos' mientras un mar de banderines ondeaban a su alrededor. Comenzó a sonar la Fuente de Cacho mientas los equipos saltaban al terreno de juego con las bufandas en el alto sobre las cabezas y algún que otro móvil captando la imagen para el recuerdo.

«Vamos Racing, alé», estalló la Gradona ya antes de que Sánchez López pitase el inicio del encuentro. El estruendo que acompañaba a cada acción del Racing tapaba casi hasta el silbato del árbitro, pero a Íñigo Vicente debía parecerle poco, porque arengaba al estadio levantando las manos y pidiendo más todavía. Que más quería El Sardinero, que le obedeció raudo cuando varios jugadores verdiblancos y rojillos se enredaron a la salida de un córner. Desde Tribuna hasta Preferencia las quejas bajaban en cascada. El murmullo indignado era constante, pero tenía picos:la falta que no se vio, la amarilla que no se mostró... Y en esas llegó también el primer ¡Uyyy! del partido con un cabezazo de Mantilla que se estrelló en el larguero. «Alé, alé, Racing Santander, te van a ver volver», se desgañitaba la Gradona al ritmo del bombo.

Rebote

José Alberto observaba lo que ocurría en el campo con los brazos en jarras, pero la tranquilidad le duraba poco. Salía a la carrera por la banda corriendo de un lado a otro, gritando y elevando los brazos. Sobre todo cuando el Mirandés rondaba con insistencia la portería de Ezkieta.

Vicente dejó con la miel en los labios al racinguismo que ya se preparaba para cantar un gol con el de Derio corriendo a por un balón en largo de Andrés Martín frente a la portería de Raúl Hernández, pero la pelota rebotó y salió desviada. Y entonces llegó otro rebote, pero distinto. Izeta hizo el primero para el Mirandés entre las protestas del racinguismo, que tardó poco en dejar de silbar y comenzar a animar de nuevo. Las celebraciones eran cosa de los casi 400 burgaleses que se habían desplazado hasta El Sardinero, que en poco menos de tres minutos estaban ondeando las bufandas por segunda vez con el tanto que hizo Hugo Rincón. Pero ni con el 2-0 de los rojillos se enmudecieron los Campos de Sport. «Vamos dale Racing, vamos campeón», tronaba la Gradona. Y fue como un sortilegio, porque en esas llegó el gol de Vicente para recortar distancias. El Sardinero estalló de júbilo. Aluvión de decibelios.

El partido era una toma y daca. En la segunda mitad llegó el tercero de los burgaleses de las botas de Reina. «Sí se puede», cantaban los rojillos, mientras el estadio prorrumpía en una tremenda oleada de pitidos porque Meseguer estaba tendido en el suelo y reclamaban una falta previa al gol. Nada. Sánchez López dijo que no, que 1-3. José Alberto pedía calma, pero exudaba cabreo por cada poro de su cuerpo. La Gradona seguía a lo suyo, animar a base de bombo y megáfono. «Y dale, y dale, y dale Racing, dale». Y el Racing le dio. En concreto Andrés Martín, que puso en pie a todo el estadio con un golazo para exorcizar fantasmas. El mosqueo de la parroquia verdiblanca no se podía ocultar cuando se anuló un gol por fuera de juego. Y entonces pasó. Cuando el reloj ya no marcaba minutos sino milagros, ocurrió uno. Alonso marcó en propia meta para empatar el partido. El grito de El Sardinero salió disparado al cielo bombeando épica. Un estallido sin acordes y un 3-3 que sabía a gloria..

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