A Maite, embajadora de la Casa de Cantabria en Madrid, en su partida
Rodolfo Montero
Lunes, 16 de junio 2025, 02:00
La desolación es una manta fría que me envuelve mientras escribo estas palabras. La pérdida de Maite, nuestra querida amiga, deja un vacío inmenso, un ... silencio ensordecedor donde antes resonaba su risa cálida, su voz serena y su cuidado ejemplar. Es difícil aceptar que ya no esté, que esa luz que iluminaba la Casa de Cantabria en Madrid se haya apagado. Pero mientras la tristeza me abraza, también lo hacen los recuerdos, miles de momentos compartidos que se resisten a desvanecerse y que se aferran a mi memoria como un tesoro interminable.
Recuerdo a Maite llegando cada mañana a la Casa de Cantabria en Madrid a finales de los noventa cuando la conocí, con su sonrisa amable, dispuesta siempre a ayudarnos en nuestros afanes y nuestros sueños de cineastas. Siempre con energía y optimismo, y lo que era más importante, siempre con fidelidad a su querida Casa de Cantabria. Su lealtad a la institución era inquebrantable, una lealtad que se manifestaba no solo en su dedicación incansable, sino en el profundo cariño que sentía por todos y cada uno de los socios y socias. No fue simplemente una empleada de nuestra institución; fue una embajadora, una defensora incansable de sus valores y su misión. Su compromiso trascendía lo profesional; era una extensión de su propia personalidad, una mezcla única de profesionalidad, empatía y pasión.
Maite no solo era eficiente y competente; era considerada, atenta a las necesidades de todos, siempre dispuesta a ayudar, a tender una mano amiga, a ofrecer una palabra de aliento. Su capacidad para conectar con las personas era excepcional. Recordaré siempre su habilidad para crear un ambiente de armonía y colaboración, para resolver conflictos con diplomacia y comprensión, para encontrar la solución justa en cada situación. Su presencia era un bálsamo, un oasis de paz en la ajetreada vida de la institución.
Era una mujer risueña y elegante. Castellana de nacimiento y cántabra de adopción, nunca buscó el protagonismo, prefería trabajar en silencio, dejando que sus acciones hablaran por ella... Dedicación, compromiso, respeto, alegría y afecto fueron siempre su divisa. Maite irradiaba positividad, inspiraba confianza y además su discreción era tan notable como su generosidad. Nunca presumía de sus logros, siempre minimizando su importancia, a pesar de que todos reconocíamos su valía y contribución inestimable a la Casa de Cantabria.
Trabajar junto a Maite era un privilegio. Aprendí mucho de ella, no solo sobre el trabajo, sino sobre la vida misma. Aprendí la importancia de la lealtad, la perseverancia y la empatía. Su ejemplo fue una guía amable, una inspiración constante. Su legado no se limita a los años que dedicó a 'La Casa', como ella decía, sino a la huella imborrable que dejó en la vida de cada una de las personas que la conocieron.
Ahora, el silencio de su ausencia lo abarca todo. Pero en ese silencio, resuenan los ecos de su voz, de su risa, de su bondad... Y mientras la tristeza se aferra a nuestros corazones, también lo hacen los recuerdos, los miles de momentos compartidos que atesoramos para siempre. Que la tierra te sea leve, Maite, querida amiga. Descansa en paz. Tu recuerdo perdurará en nuestras vidas. Amén.
Junto con Rodolfo Montero de Palacio, firma la junta directiva de la Casa de Cantabria en Madrid.
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