El charrán y la gaviota
Nacho y María José no se dirigen la palabra, no se ajuntan, pues el primero dice que su segunda es una traidora y la segunda dice que el primero no quiere despedirse del cargo y sueldo con elegancia
David Remartínez
Martes, 14 de febrero 2017, 07:08
Cuando discuten en el PP me cuesta un montón identificar los bandos. Principalmente, porque desde Bárcenas hasta Soraya casi todos visten igual. Con mil personas ... en pantalones marengo y camisa blanca de mi esperanza resulta muy complicado aclararse, me refiero para un votante medio, para alguien acostumbrado a formarse sus contundentes opiniones políticas con dos titulares compartidos en Facebook, cuatro coletazos de tertulias radiofónicas y un vistazo somero a las pintas del candidato cuando asoma en televisión.
Este fin de semana he repasado al detalle cuantas fotos he pillado del congreso nacional del PP, pero no he logrado ubicar a ningún delegado cántabro en las dos falanges que, desde hace meses, celebran un entrañable certamen de cuchilladas, una cesárea aplicada a lo bruto y en silencio para alumbrar "una renovación". Aparte del significado político de "renovación" (¿pantalones de espiga? ¿camisas estampadas?), desconozco a estas alturas quién ha puesto su escudo al servicio de María José Sáenz de Buruaga (la secretaria que aspira a la Presidencia en la región) y quién lo ha alzado para proteger a Ignacio Diego (el presidente al que quizá no le quede ni secretaria).
Ya sabemos que Nacho y María José no se dirigen la palabra, no se ajuntan, pues el primero dice que su segunda es una traidora y la segunda dice que el primero no quiere despedirse del cargo y sueldo con elegancia, ergo es un traidor. ¿Quién es Bruto, quién César?, ¿quién el charrán y quién la gaviota? Yo a Ignacio lo veo siempre muy elegante y a ella también, y a Íñigo de la Serna (que en esta comedia vendría a ser un ufano William Shakespeare afinando su pluma) ni te cuento. Visten todos con similar donaire y sonríen y se abrazan con tanta bonhomía, y acatan con tamaña disciplina la prohibición de hablar con la prensa de sus desangres, y defienden con semejante bravura la Unidad de España ("reseca historia que nos abraza") que me resulta imposible imaginarlos siquiera en una trinchera fraternal.
Supongo que los diputados y alcaldes azules están esperando al último momento para decidirse entre sus dos patricios enfrentados. Al fin y al cabo se trata de una renovación profunda, y no de cambiar las apariencias.
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