Risas en la graduación
Aalgún cachondo mental de la prestigiosa Northwestern University se le ocurrió recientemente invitar al actor cómico Steve Carell para que diera un discurso en su ... ceremonia de graduación. Yo soy un tipo que se emociona y llora una vez cada década, pero de risa flojafácil, y me reí bastante con el personaje de Carell en 'The Office'. El actor inició su discurso advirtiendo de que iba a versar sobre la amabilidad, y luego mandó callar a todos con brusquedad. Risas.
Después contó una historia. Un tal Ezequiel Davis prestó una vaca a su vecino, Jedediah Ashcroft, para que pudiera beber leche, pero todavía no había aparecido la pasteurización y toda la familia de Jedediah murió. Una historia triste sobre la amabilidad humana, según Carell, aunque acabó reconociendo que se había inventado la historia para crear un efecto dramático. Más risas. Finalmente, como admitió no saber muy bien de qué estaba hablando, decidió hacer una pausa musical.
Mandó a todos ponerse en pie, sonó la música y comenzó a bailar con las autoridades académicas y luego a correr entre los alumnos. Vaya espectáculo. Si no fuera por estos ratos. El caso es que algunos tenemos menos gracia que Pedro Sánchez pidiendo perdón, así que necesitamos a los cómicos. Como aquel personaje de Les Luthiers que se presentaba como cómico y poeta: «si no se están riendo, eso es un poema», añadía después. Los que necesitamos salir de la hipérbole permanente tenemos que reírnos de algo.
Necesitamos el humor negro para esconder el canguelo a lo trascendente. Necesitamos el chascarrillo, la gamberrada, la parodia, la tontería. Algo que nos recuerde lo insignificantes y ridículos que somos. Necesitamos a tipos que van a una graduación y convierten aquello en una verbena. Intentaré dejar a ellos los chistecitos, aunque no prometo nada.
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