China-EE UU, ¿quién tiene más que perder?
Aunque el caos desencadenado por Trump al lanzar una guerra comercial sin precedentes contra muchos países está lejos de desvanecerse, ya se aprecian signos de ... que es posible, bastante posible, que la sangre no llegue al río. Seguirá habiendo mucha incertidumbre y, previsiblemente, el tráfico comercial tardará en recuperar sus niveles previos, pero todo apunta a que, si no se producen nuevos contratiempos, podremos contar con una cierta calma comercial. ¿Qué ha pasado para que esto sea así? Pues, a mi juicio, que la administración estadounidense se ha percatado de que seguir por el camino de una escalada continuada en el frente arancelario les podría ocasionar un mayor perjuicio que beneficio.
Los Estados Unidos se lanzaron a esta guerra comercial bajo la creencia de poseer lo que, en los conflictos bélicos, se conoce como dominio de escalada (escalation dominance), esto es, que ellos, los EE UU, tenían la capacidad de escalar un conflicto de manera que la escalada sea desventajosa o costosa para el adversario, mientras que este no tiene capacidad para tomar represalias. Puesto que Estados Unidos mantiene una posición deficitaria frente a, por ejemplo, China y la Unión Europea, la Administración Trump pensaba que en un conflicto comercial serían los claros vencedores; en palabras del ahora presidente, «las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar».
El problema es que esta lógica trumpiana es, al menos en este caso, incorrecta. Y lo es por varios motivos, pero el más relevante de todos estriba en que, como Estados Unidos representa sólo alrededor del 15% del comercio mundial, a poco que el 85% restante muestre un poco de unidad, Norteamérica lo tiene difícil para ejercer su dominio; vamos, que es complicado que tenga una baza ganadora. Ya sé que lo de la unidad del resto es, hoy por hoy, una entelequia, pero también que hay actores (países) que tienen poderío suficiente para hacer frente a la escalada norteamericana. Dejando de lado el caso de la Unión Europea, al que me he referido en otras ocasiones, ahora quiero centrarme en China, país con el que Estados Unidos mantiene un enorme déficit comercial.
Que Estados Unidos no está en posesión de un dominio de escalada con China se ha puesto de manifiesto con el acuerdo de suspensión de tensiones arancelarias logrado hace un mes. Al responder Pekín inmediatamente la escalada iniciada por Washington, los norteamericanos han tomado conciencia de su propia debilidad. Pese a ser deliberadamente ignorado por la Administración Trump, era y es de sobra conocido que la economía de los Estados Unidos depende vitalmente de la importación de muchos productos chinos (materias primas, manufacturas, componentes industriales, etc.) para su correcto funcionamiento, y que estos productos no pueden ser reemplazados fácilmente por otros procedentes de terceros países, o producidos en el propio Estados Unidos, sin un coste económico prohibitivo. Tal y como se señalaba en un medio estadounidense no hace mucho, Washington, no Pekín, es quien en este envite tenía, tiene, la mano perdedora y es precisamente por ello que ha iniciado un proceso de desescalada.
Aunque de forma indirecta, esta fragilidad de la economía estadounidense, que otorga la baza ganadora a Pekín, se ve reforzada por un hecho que, debo reconocer, había pasado por alto en columnas anteriores y que me ha recordado un artículo del profesor De Grauwe: el fuerte vínculo existente en el caso que nos ocupa entre la economía real y los mercados financieros. La sensibilidad de estos últimos a todos los problemas derivados de la guerra arancelaria aumenta significativamente la vulnerabilidad de la economía americana a las represalias tomadas por China.
Dos argumentos adicionales ayudan a entender por qué es probable que el país asiático salga ganador en el conflicto con los Estados Unidos. Uno de ellos es que si otras grandes potencias, léase, por ejemplo, la Unión Europea, reaccionan tal y como lo ha hecho China, y actúan de forma unitaria, conjunta y decidida frente a los Estados Unidos, la capacidad de estos últimos de salir ganadores en el envite arancelario se verá bastante mermada. Indirectamente, China volverá a salir ganando. El otro argumento, pese a ser más sutil, no es menos relevante: siempre que los intereses comerciales de los socios multimillonarios de Trump se han visto amenazados, la Administración estadounidense ha reculado, lo que constituye otro signo de debilidad; esta circunstancia no se da, por su propia naturaleza, en el caso chino, lo que es otra baza a favor del gigante asiático.
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