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Los tirones de orejas por el mal estado que arrastra el antiguo cementerio de Comillas han ido de una administración a otra. El 21 de marzo la alcaldesa de Comillas, Teresa Noceda, alertó al consejero de Cultura, Luis Martínez Abad —le escribió una carta–, acerca de su preocupación por el deterioro del conjunto histórico. Diecisiete días más tarde, la Policía Local llamó a Patrimonio para comunicar la caída de una piedra del camposanto. El 8 de abril, martes, inspectores del Gobierno de Cantabria acudieron a valorar in situ los daños que lastran el esplendor del bien patrimonial. En última instancia, la jefa del servicio de Patrimonio Cultural, Ana Sanz, ha remitido un informe al Obispado, titular del cementerio, para que «adopte con carácter urgente las correspondientes medidas para conservar y proteger los bienes citados –refiriéndose al camposanto–».
Aunque lo cierto es que los males que afligen ya casi de manera irremediable al conjunto arquitectónico, Bien de Interés Cultural (BIC), llevan años siendo anunciados y pronosticados por expertos en patrimonio y, salvo contadas excepciones, la respuesta institucional ha sido postergada. Así que de aquellos barros, estos lodos. La infraestructura no aguanta más y su deterioro es palpable, lo que hace suponer, ha llevado al Ayuntamiento a actuar.
O a pedir que se actúe. En el escrito que la regidora del PRC envió a la Consejería, alega que «a simple vista, se observa el desmoronamiento de sectores de los muros de la antigua iglesia y de la tapia perimetral, con boquetes en la mampostería, lo que está originando la inclinación de los pináculos que jalonan esa tapia, diseñada por el arquitecto catalán, Lluís Domènech i Montaner». Éstos siguen los desniveles del promontorio en el que se ubica el cementerio. Además, el contrafuerte que sujeta el arco triunfal, donde se ubica la escultura del Ángel Exterminador de Josep Llimona, otra joya del modernismo, sufre una erosión considerable, de manera que la totalidad del arco que rodea la fachada de acceso «puede venirse abajo», con el consiguiente peligro que supone para las personas.
Noceda recuerda, eso sí, la reciente restauración de la verja de Domènech, fruto de la insistencia del doctor en Historia del Arte, Enrique Campuzano. Una situación a la que habría que añadir los apaños que se han venido realizando con materiales como ladrillo o madera; las malas hierbas que crecen entre los nichos y el lamentable estado de conservación de algunas de las lápidas.
Dadas las circunstancias y ante la llegada de la Semana Santa, desde la Policía Local de Comillas reiteraron la necesidad de efectuar las medidas necesarias para «garantizar la seguridad de las personas», dada la gran afluencia de visitantes que se esperaba durante este periodo estival. Eso es precisamente lo que Patrimonio le comunicó al Obispado el pasado 10 de abril: «Que adopte con carácter urgente las correspondientes medidas para conservar y proteger» el cementerio. Desde entonces, que se sepa, la institución religiosa competente no se ha pronunciado. Tampoco desde Patrimonio han anunciado que se vaya a actuar –aunque luego las costas vayan a parar al Obispado–, como estipula la ley de Patrimonio Cultural. Así se lo remarca la regidora al consejero, «haciéndose –dice– eco del malestar y la alarma social que la situación del cementerio ha provocado en la villa». Un problema que no es de ahora. De hecho, hasta el momento, los únicos que han 'luchado' por la conservación de este bien son expertos que de forma voluntaria han examinado la icónica escultura de Llimona. Fue en junio del año pasado.
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