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Un sheriff del Barrio Covadonga
Sueño americano. Juan Carlos García pasó de ser un niño de Torrelavega al jefe de la seguridad en el condado de Erie, en el estado de Nueva York
Era sólo un niño cuando, después de un viaje de seis mil kilómetros y muchísimo frío de la mano de su familia, su nueva profesora ... se dirigió a él en un inglés que todavía no entendía y le preguntó por su nombre: «¿Juan Carlos?». La duda le extrañó; ese había sido siempre su nombre, claro: Juan Carlos García Bulnes, nacido en 1962 en el Hospital Valdecilla de Santander y criado en el Barrio Covadonga de Torrelavega, Cantabria, la tierruca que ha llevado siempre a gala a través de una bandera, una fotografía y, sobre todo, un recuerdo indeleble mientras vivía el sueño americano. Su vida cambió para siempre aquel primer día de colegio. «Te llamaremos John», le sonrió la maestra.
Han pasado seis décadas desde aquel aterrizaje en Búfalo, en el estado de Nueva York (Estados Unidos), y el nombre americanizado de nuestro protagonista, John C. García, está grabado hoy en una placa de oro, la del sheriff del condado de Erie, una institución policial electa y fundamental en la jerarquía funcionarial del país. Aquel crío de tres años, Juan Carlos, que cruzó el Atlántico cogido de la mano de sus padres -él de Ramales de la Victoria y ella de Bejes (Cillorigo de Liébana)- para buscarse la vida y sin saber inglés, hoy es el primer hispano que luce esa distinción después de más de 200 años de historia en la oficina. «No está mal para ser un chaval de Torrelavega, ¿no?», saluda con simpatía, perfecto español y un inevitable acento inglés. Esta es la historia de Carlos, John, Bulnes -como le llamaban algunos en la infancia- o 'boss', como seguramente se refieran a él muchas de las cerca de 1.200 personas que tiene a su cargo a lo largo de este condado de un millón de habitantes. Esta es la historia del sheriff del Barrio Covadonga.
«Allí me llaman John; aquí, Carlos». Está a muchas horas en avión de las calles que lo vieron crecer, pero con «aquí» se sigue refiriendo a Torrelavega, a su casa, a la calle Amancio Ruiz Capillas que dejó cuando tenía tres añitos y a la que volvió siendo un chaval de doce, entre 1975 y 1979, para recopilar algunos de los mejores y más tiernos momentos de su vida. Todavía los recuerda: desde aquellos viajes en el autobús escolar por la carretera, cuando estaba aún por hacer y contaba más baches que tramos lisos; su formación en el colegio Ramón Menéndez Pidal, del que recuerda a todos los profesores que lo ayudaron cuando todavía no dominaba el español; hasta la Escuela de Maestría y todas esas tardes de canastas, las que le elevaron a subcampeón en dos ocasiones junto a la Sociedad de Amigos de Baloncesto (SAB).
Criado en la calle Amancio Ruiz Capillas, García es el primer comisario hispano en los más de 200 años de la oficina del condado
Carlos no puede evitar abstraerse de la conversación y evocar las imágenes de aquel Barrio Covadonga de entonces, 'Katanga', todos los ratos con amigos en la Plaza Mayor, las jornadas viendo a la Gimnástica en El Malecón y los paseos en general por las calles de aquella Torrelavega de los setenta, rebosante de una gente, un ambiente, un comercio y una comida, «qué comida», que sigue echando de menos a día de hoy. «Esas aceitunas, los hojaldres, las rabas, el pulpo, el Bar Chema... Sigue abierto El Munich? ¿En serio? ¿No me digas?». Comillas, Suances, las playas... Se acuerda de todo. «No os metáis en la playa de Los Locos, nos decían. Y todos a Los Locos», ríe. Los recuerdos vienen en cadena. «Me gustó muchísimo vivir en Torrelavega. Realmente lo echo de menos. Eran años muy interesantes y el ambiente era fenomenal. Veníamos de la nada. Jamás he olvidado de dónde vengo».
Ese apego hacia su origen siempre le ayudó a mantener los pies en el suelo aún a pesar de codearse con las autoridades más importantes y gestionar asuntos de suma delicadeza. «La empatía y la humildad son muy importantes en este trabajo», apunta. García es, desde que fue elegido en 2021 de la mano del Partido Republicano, una pieza clave del engranaje de seguridad en Erie. Su labor abarca desde la administración de las dos cárceles de la capital del condado, la seguridad en el estadio de los Buffalo Bills de fútbol americano hasta todo tipo de trabajos de vigilancia e índole judicial.
Mucha responsabilidad y también mucho riesgo. García ha estado en prácticamente todas las situaciones que puedan imaginar. No sólo como sheriff. Ya antes fue comandante de la protección de dignitarios, detective de homicidios e incluso investigador infiltrado para destapar redes de narcotráfico. «La gente no se imagina que hablo español. Me ha venido muy bien para este tipo de trabajos». Y no siempre sale todo a las mil maravillas. Una vez, en febrero de 2010, nuestro protagonista recibió un disparo de escopeta en la cara: «Si me da en el ojo, hoy sería un pirata».
Aquel susto, al que siguió un receso de ocho meses, le sirvió para volver a Torrelavega, disfrutar de los suyos y, dicho sea de paso, del 'Puyolazo' contra Alemania que llevó a la selección española a la final del Mundial de fútbol de Sudáfrica -la final la vio en Madrid-. Goles al margen, de lo que más se acuerda el alguacil cuando trabaja en la oficina -donde luce una bandera y presume de torrelaveganía ante sus colegas- es de la familia. Lucía, Ramón, José Antonio, Pablo, Javier... Envía palabras de cariño a todos.
Entre tanto, el sheriff del Barrio Covadonga viene haciendo otros contactos, no tan cercanos, aunque sí inolvidables. Su puesto le ha llevado a estrechar la mano del presidente de EE UU, Joe Biden, recientemente, y también la de todos los inquilinos de la Casa Blanca de los últimos treinta años, desde George Bush padre, Bill Clinton, George Bush hijo, Barack Obama hasta Donald Trump. De todos, destaca a Clinton, por su carisma y gran capacidad de oratoria: «Dejaba a todos totalmente hipnotizados. Entiendo por qué ganó dos veces».
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