La apuesta final de Armstrong
J. G. PEÑA
Sábado, 3 de julio 2010, 02:21
A Lance Armstrong le gusta recordar que las profundas arrugas de su entrecejo no se van ni cuando duerme. Es el legado de su mirada, siempre intensa. Desde que recuerda. Nació así. Intimidador. En 1993, con 21 años y el maillot de campeón estadounidense, conoció su primer Tour y ganó la etapa de Verdún. Llegó hasta el decimoprimer día y se fue cuando ocupaba el puesto 62, a 55 minutos de Induráin. Tanto tiempo atrás. Hoy inicia su último Tour. «Estoy seguro de que será mi despedida de la competición en Europa», desvela. En 2011 correrá en EE UU, cerca de sus cinco hijos, y en citas que le sirvan para promocionar su fundación contra el cáncer. «Tengo casi 39 años y sé que ya nunca volveré a estar en mi actual forma física».
¿Y cómo está? «Con el mejor nivel que se puede uno encontrar a mi edad y tras la caída que sufrí en la Vuelta a California», responde. Esto es: «Mejor que en 2009 y más motivado». La de este Tour es su traca final. Y quiere disfrutarla. «En 2005, en el que suponía que iba a ser mi último Tour, no lo hice bien». No aprovechó el momento. Corrió como siempre, sólo pendiente de la clasificación, sin reparar en los paisajes, el público. «Ahora será distinto», dice.
Con un equipo, el RadioShack, cosido a su medida, Armstrong quiere convertir este inicio del Tour en un casino. Enloquecer la carrera. «Sé que no voy a ganar el prólogo», admite. Y sabe que Contador y los Schleck le pueden en la montaña. Le queda su mejor arma: la táctica. El viento de los diques holandeses y el pavés de Aremberg. Cuando hoy se inicie el prólogo de Rotterdam, Armstrong escuchará algo así: «Hagan juego, señores». Que el viento, los abanicos, las caídas, los adoquines y los despistes ajenos rebajen la altitud del Tourmalet y La Madeleine.
Y jugará a todo o nada. Se arriesgará a perder su patrimonio, a hundirse tras un ataque de locura. «Pero no creo que eso ocurra». Durante sus siete victorias en el Tour, apenas sufrió un par de desfallecimientos: en el Joux Plaine y en la contrarreloj de Cap Decouverte. En cada uno de esos episodios perdió minuto y medio. Sin dramas. Armstrong lo mide todo. No explota. En 2009 acabó tercero, tras Contador y Andy Schleck, y nunca estuvo entre los tres primeros de las etapas. No brilla; no falla. Aunque en su adiós al Tour dará un golpe en la mesa. Tiene hasta el martes. Luego, la mesa de juego cambia el paño. Más rugoso, más a mano de Contador, el rival al que le encantaría destrozar.
Ni siquiera las acusaciones de dopaje de Landis parecen preocuparle. «Mi carrera habla por sí sola. Nada me perturbará. Al revés, me inspirará». «Mi peor recuerdo es la muerte de mi compañero Fabio Casartelli, en 1995». La cara del resto de su equipo aquella noche. Luego le vino el cáncer, la resurrección y los siete Tours. Hoy empieza su despedida por etapas.
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