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De izquierda a derecha, los olímpicos Betanzos, Beitia, Pérez, Nicholls y Botín, con el exregatista Jan Abascal al fondo, instantes antes de bajarse del autobús en la plaza del Ayuntamiento de Santander.
Santander aclama a sus héroes

Santander aclama a sus héroes

Ruth Beitia es la estrella del homenaje que la capital cántabra rinde a sus olímpicos en los Juegos de Río

Marco García Vidart

Martes, 23 de agosto 2016, 19:29

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Las sensaciones, a buen seguro, que estarán casi a la par a las vividas en ese podio de Río. Cuando Ruth Beitia miraba con unos ojos como platos cómo subía la bandera española junto a los acordes del himno. Porque una cara muy parecida fue la que puso cuando ayer salió de la sala de embarque del aeropuerto Seve Ballesteros con su medalla de oro en salto de altura al cuello. Unas trescientas personas recibían a la cántabra a su llegada a su tierra tras su mayor logro. Semejante gesta requería un recibimiento de los buenos, completado poco después junto a los demás olímpicos de la capital Laura Nicholls, Beatriz Pérez, Berta Betanzos y Diego Botín en un no menos emotivo y multitudinario acto en la plaza del Ayuntamiento con miles de personas aclamándoles. Santander y por extensión toda Cantabria se volcó ayer con sus deportistas.

Raquel sentaba sus siete años sobre una barandilla del aeropuerto de Parayas. De su cuello colgaba una medalla de cartón que brillaba como el oro, con una foto de Ruth Beitia en el podio de Río que su hermana Paula había bajado de Internet. «Es la primera vez que venimos a recibirla. Ruth estuvo en el colegio de Paula y queremos devolverle el gesto», afirmaba Rosa, la madre de ambas. Eran unos de los cántabros anónimos que habían ido a honrar a su campeona, la única de los deportistas de la ciudad que venía en ese vuelo desde Madrid. A eso de las 19.30 horas, el ambiente se iba caldeando. Por la entrada del aeropuerto aparecía la enorme figura de José Luis Beitia. El padre. A su elevada altura y corpulencia se une el que no cabe en sí mismo de satisfacción. «Era el sueño de la chiquilla y ya lo ha conseguido». Juez de atletismo al igual que su esposa, Aurora, la final que ambos vieron a solas en su casa no tuvo secretos para ellos. «Yo creía que medalla iba a conseguir. Y cuando falló la americana... ¡Qué gritos!». Aurora, la madre, también tenía un punto de emoción al hablar de Ruth. «Mi niña pequeña... Era lo que le faltaba».

El reloj corría y los nervios aumentaban. Lo mismo que la cantidad de gente. El coro Ronda Altamira empezaba su serie de montañesas para caldear el ambiente. También un dúo de pito, tambor, acompañado de un bígaro. Las pancartas colgaban de las columnas metálicas de Parayas. Como tantas otras veces con tantas medallas. Pero en esta había palabras inéditas. Gracias, Ruth y Ramón. Oro. Campeones olímpicos, rezaba una de ellas.

A eso de las ocho de la tarde, llegaba el avión que traía a Ruth Beitia. Los más allegados, junto a representantes de la familia olímpica de Cantabria, como Chani Galán o Jan Abascal, pasaban a la sala de embarque a recibir a la campeona, con el concejal de Deportes Juan Domínguez como maestro de ceremonias. Los pasajeros iban llegando y comenzaban los primeros vaciles de todos los presentes. Bienvenido a Cantabria Infinita, le gritaron a uno. Pero en eso surgieron los primeros gritos. Alguien había visto a una mujer altísima con una medalla de oro al cuello.

Los niños, primero

A las 20.17 horas estalló la locura en el aeropuerto Seve Ballesteros. Y el gentío impresionó a la cántabra. Los flashes de los fotógrafos y las cámaras se abalanzaron sobre la campeona olímpica. Pero Ruth, más que veterana en estas lides, tiene para estos casos una rutina igual que en sus saltos. Y siempre hace lo mismo. Los primeros en tener un beso, una caricia o una foto con su campeona son los más pequeños. Paula miraba embobada a esa mujer que aparecía en su medalla de cartón y que la estampaba un enorme beso en la cara. A partir de ahí, una improvisada y algo caótica rueda de prensa en la que se hacía casi imposible escuchar a Beitia con tanta algarabía alrededor. Que si la medalla es «muy espectacular», que si estoy «encantada de que el Complejo de La Albericia lleve mi nombre»... Y tras unas pocas preguntas, comenzó una interminable ronda de selfies, besos, abrazos y felicitaciones. Había un pequeño peligro. El autobús turístico de dos plazas que debía llevar a Beitia hasta la plaza del Ayuntamiento, previa parada en la estación Marítima para recoger a los demás olímpicos en Río, tenía que arrancar en algún momento. En el aeropuerto también estaba la cántabra Beatriz Pérez, integrante de la selección española de hockey, que también se llevó su ración de fotos. Aunque ayer casi todas las miradas se las llevaba una medalla de oro.

Paseo triunfal

Con un poco de retraso, Ruth, Beatriz Pérez y sus familiares, chavales de distintos clubes de atletismo y los periodistas, subieron a ese autobús que transitaba por la autovía escoltado por la policía y en el que los cánticos de campeones, campeones se sucedían sin cesar. Los coches que circulaban en sentido contrario hacían sonar sus bocinas en homenaje a una Ruth Beitia que, en la parte delantera del piso superior, repartía saludos, besos y abrazos con todo el mundo. La entrada a la capital cántabra hizo que cientos de santanderinos, desde las aceras o desde los balcones de la calle Marqués de la Hermida, saludasen a la protagonista.

En la estación marítima se completó el equipo santanderino en estos Juegos. Ahí subieron Laura Nicholls, con su flamante medalla de plata en baloncesto, y los regatistas Berta Betanzos y Diego Botín. Junto a Ruth y Bea Pérez, conformaron un quinteto de talento que no paraba de saludar. El autobús enfiló, ya camino del Ayuntamiento, un Paseo Pereda en el que no había nadie que no se parase a saludar a la comitiva. Cuando el autobús llegaba a la plaza del consistorio, a eso de las nueve y cuarto de la noche, miles de personas esperaban a los suyos para honrarles como se merecían. Para decirles que la capital de una comunidad pequeña no puede estar más orgullosa de tener tanto talento de nivel mundial. Y por un pasillo humano desfiló la comitiva, encabezada por una dama de oro y otra de plata que ayer eran las mujeres más felices del mundo.

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