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Marcos Menocal
Jueves, 8 de octubre 2015, 11:52
«¡Que pena que no venga el Barça como antes con el culo apretado!». Nostalgia contenida y rabia. La frase es de Tito Urdiales, uno de los jugadores nacionales con mejor palmarés de la historia. Es cántabro. Jugó en el Teka. Eso es signo de jerarquía. De distinción. Lo ganó todo y lo hizo en La Albericia. Allí, en el viejo pabellón donde ayer, después de ocho años, se cortó el tráfico como antaño y las colas en las taquillas volvieron a alargarse. Regreso al pasado a lomos de una memoria cómplice.
Sus ojos, los de Tito, eran como una máquina del tiempo; los suyos y los de los 2.000 aficionados que volvieron a disfrutar del mejor balonmano en casa. Muchos de ellos eran los de siempre, los que nunca se fueron. «Yo viví toda la época del Teka. He sido socio siempre y hoy aquí estoy», aseguraba orgulloso Pedro Mazo, mientras trataba de sacar de la cartera un carné de los años noventa como prueba irrefutable de su versión. Otros, una enorme multitud, debutaban en un acontecimiento como este. «Yo tengo 17 años, a mí me lo han contado», cuenta Fede Miera. Sus padres se encargaron de ello. Recuerdos cómplices. El regreso del Barcelona a Santander sacó de bambalinas el escenario de las tardes más gloriosas; gente con prisa, coches mal aparcados, bufandas, vendedores ambulantes de frutos secos y refrescos, tambores de charangas y todos los recuerdos que caben en la imaginación. «Ya no me la quito», bromeaba Luis Fernández, a quien le quedaba como un guante una camiseta del Teka. Descolorida en la mangas. Se golpeaba el pecho.
El autocar del Barcelona aparcó en la parte de atrás. Buen asfalto, nada que ver con aquellos baches insalvables que acompañaron al pabellón durante décadas. Eso sí ha cambiado. Llegó pronto, pero ya había gente. A algunos de los jugadores culés es probable por la edad que también les contarán durante esta semana lo mucho que sufría su equipo entre esas cuatro paredes. Dani Dujshebaev, el hijo de Talant, nació apenas a un par de kilómetros de la pista en la que ayer se vistió de forastero. Su padre, el mejor de todos los tiempos, le hizo de guía personal años más tarde. Le enseñó el escenario de su leyenda. «Nunca falto. Siempre que vuelvo a Santander vengo a echar un vistazo al pabellón», dijo Talant en su último paso por la capital santanderina. Quizás, por todo ello, su hijo fue ayer uno de los más aclamados. La gloria de su padre está cosida a retazos en la memoria de los que ayer aplaudían detrás de su banquillo.Más recuerdos cómplices.
Cayó el telón
Una vez dentro, La Albercia alzóel telón del espectáculo. Cada gol del Go Fit fue aplaudido con un fervor que retumbaba; cada parada de sus guardametas fue un grito uniforme. «Ser aficionado de este equipo es un privilegio», decía Víctor Diego, portavoz del Racing, acomodado en la grada con su familia como uno más. Cuando él soñaba con ser futbolista los títulos europeos del Teka ya se disfrutaban en Santander. «Paso a paso, eso sí, pero, ¿por qué no soñar con que regrese la magia que siempre se vivió aquí?».
Las gradas se llenaron, tan solo quedó un pequeño espacio por ocupar reservado a todos los que después de ver lo que ayer sucedió sientan el hormigueo en el cuerpo. Bocinas, trompetas y tambores; a nadie le molestó el ruido, cámaras de televisión en las bandas; periodistas llenando las cabinas de radio; dedos que teclean sin cesar ordenadores portátiles... el futuro más ilusionante pidió pista para despegar ayer. Terapia para todos. «Ojalá fuera así todos los días», suspiraba Violeta, «madre y esposa de jugadores de balonmano».
Todo el mundo tenía algo que decir; una historia que contar, un deseo que cumplir o un sueño que soñar. Xavi Pascual, técnico del Barcelona, no se puso en pie en ningún momento; Rodrigo Reñones no se sentó. Él fue uno de los pocos para los que el partido no era uno más. Sentimiento solitario.
A última hora hay quien hasta miró el marcador a pesar de que ayer era lo que menos importaba. El último minuto de partido fue todo un recordatorio; Paquito el chocolatero tomó el mando y el pabellón le siguió al compás. El silbato del árbitro fue una puñalada, un despertador que nadie quiso escuchar. La hora de juego pasó volando, pero a buen seguro dejó un poso de los que no desaparecen. Los aficionados, en pie, despidieron a los jugadores del Go Fit, herederos orgullosos de las andanzas de aquel Teka que siguen tatuadas a fuego en las paredes y en el corazón de la afición.
El modesto túnel de vestuarios que separa las duchas de los equipos volvió a ser un campo de abrazos. Jugadores, técnicos, árbitros... todos en apenas cinco metros cuadrados. Allí todos eran bienvenidos. Nadie desentonaba. Los jugadores cántabros, con gesto de resignación, se cruzaban con el ejército enemigo. La Torre de Babel que forma el elenco de estrellas culé fue lo más esperado fuera del pabellón. La afición, después de cumplir con su cometido animar sin cesar a los suyos quiso darse un merecido premio.Los más pequeños aguardaron pacientemente la salida de los «mejores del mundo. Es que esto no sabemos si se volverá a repetir», señalaba un adolescente con gesto de admiración. La policía no fue más que un espectador. Los protagonistas de esta historia fueron agasajados en el camino al autocar.
«Lo de hoy es para disfrutar, son tiempos de cambio, ¿por qué no soñar?». Urdiales lo dejó ahí.Como si su mensaje fuera una señal. La Albericia se apagó, pero sigue activada y esperando que la vuelvan a encender.
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