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Globalización, inmigración, crecimiento

RAFAEL DOMÍNGUEZ MARTÍN

Sábado, 7 de octubre 2006, 03:32

La intensidad del reciente fenómeno de la inmigración y, sobre todo, la incesante llegada de subsaharianos a nuestras costas han recrudecido en los medios el discurso de la inmigración como problema, aupándolo al lugar preferente de preocupación pública y de agitación en el debate político.

Abordar este componente -sin duda positivo- de la globalización que es la movilidad internacional del trabajo requiere, por tanto, de cierta pedagogía social. La creciente integración mundial de los mercados de bienes, servicios, capital y mano de obra ha supuesto un formidable aumento del bienestar para España. En 1985 nuestra renta per cápita era apenas el 70% de la media de la UE-15: en 2005 llegó a casi el 91% (98,3% de UE-25). En 1985 la suma de las exportaciones y las importaciones de bienes y servicios representaba el 34% del PIB: en 2005 somos una economía más abierta que la media de la Eurozona (30,7%), con el 41,4%. En 1997, la inversión directa española en el extranjero superó por primera vez la inversión directa extranjera en España y nuestro país se ha convertido en uno de los principales inversores internacionales (el décimo en términos netos y el séptimo en volumen del stock de capital), además del segundo en Iberoamérica por detrás de Estados Unidos. En el Censo de 2001, el número de inmigrantes rebasó al de españoles residentes en el extranjero (todavía casi millón y medio) y desde 2004 somos el segundo destino mundial de la inmigración por detrás de Estados Unidos, el décimo por volumen de inmigrantes y el sexto por remesas.

Y es que, como señala Guillermo de la Dehesa, la globalización pasa por «la reducción de las barreras a los movimientos migratorios de los trabajadores más emprendedores». La tasa de actividad de los inmigrantes, que con casi el 76% supera en más de veinte puntos la de los trabajadores nacionales (55%), nos acerca a los Objetivos de Lisboa. Esas más de 600.000 personas que cada año llegan con sus pasaportes como turistas en avión, tren y autobús -los que arriban en cayucos representan menos del 3%, y los subsaharianos apenas alcanzan el 4% de los regularizados- vienen a trabajar para mejorar su condición. Son claramente los individuos más arriesgados y emprendedores en sus comunidades de origen, como lo fueron también los españoles y cántabros que emigraron a América y a Europa (una parte importante de los cuales lo hizo igualmente de manera subrepticia).

Por tanto, la inmigración es un auténtico maná, un bien que se recibe gratuitamente y de modo inesperado... o no tanto para los que conozcan el teorema de la igualación de los precios de los factores de Mundell: si las exportaciones intensivas en mano de obra de un país se ven frenadas por barreras al comercio, entonces el país exportará la mano de obra. Porque la globalización, en palabras de Amin Maalouf, «no es un proyecto sometido a referéndum, es una realidad». Sólo si se acorta el diferencial salarial por debajo de 4 a 1, que es el que hay entre Estados Unidos y México, parará el movimiento migratorio: porque actualmente entre España y Senegal se encuentra la mayor frontera económica del mundo con una diferencia de renta de 14 a 1... que se ensancha de 28 a 1 con la contigua Mali. De ahí la importancia de la liberalización del comercio y la cooperación al desarrollo.

La inmigración es una de las principales fuentes de crecimiento económico de España. Sin esos más de 4 millones de nuevos ciudadanos, nuestra renta per cápita, en vez de aumentar entre 1995 y 2005 a razón del 2,6% acumulativo anual, se hubiera reducido a un ritmo del -0,6%: de disfrutar una renta un 29% más alta que en 1995 tendríamos una renta un 6% más baja y nos hubiéramos alejado de -en vez de de situarnos en torno a- la renta media de la UE, sin hablar de la sostenibilidad del sistema de pensiones.

La mitad del incremento del consumo, un tercio de las viviendas, una cuarta parte de los coches y un 60% de los bienes de consumo duradero vendidos, se pueden atribuir a la nueva demanda de los inmigrantes, que han aportado casi el 80% al avance de la población total y más de la mitad del aumento de la población activa desde 1995, además de absorber el 60% de la nueva ocupación y generar la mitad de los nuevos hogares desde 2002. Las regiones que están creciendo más son aquellas que han recibido mayores cantidades de nuevos trabajadores, los cuales contribuyen decisivamente a elevar su competitividad vía moderación salarial. En Cantabria, con apenas 23.000 inmigrantes (el 4% de la población regional), nuestra situación de práctico pleno empleo masculino, y la distancia con la media española (8,7% de inmigrantes), es indudable que los trabajadores extranjeros aumentarán rápidamente, como de hecho ya ha ocurrido entre 2005 y 2006, período en que han crecido el 10,9 frente al 4,1% de España. Y además es necesario porque la inmigración va a ser una de las claves de nuestro progreso diferencial con respecto a Europa y lo que nos puede permitir crecer más que la media nacional. El reto, pues, es la integración social de estos ciudadanos foráneos que impulsarán la prosperidad de la región. En un mundo en el que las identidades se inflaman con la retórica de las raíces hace falta promover una identidad basada en el orgullo de pertenencia a una región abierta y con elevada calidad de vida. Porque las personas no son plantas, sino individuos de la especie humana (tienen piernas, no raíces) que van allí donde existen más oportunidades vitales. Y, por supuesto, las personas son sujetos de derecho.

En España, llevamos en este aspecto más de cuarenta años de retraso con Estados Unidos. Durante el mandato demócrata, la Ley de Derechos Civiles (1964) reconoció el derecho al voto para las minorías raciales y la Orden 11246 (1965) de Acción Afirmativa implantó la discriminación positiva para minorías y mujeres mediante cuotas, lo que favoreció desde entonces la construcción de una identidad nacional más integradora. Esto es lo que habrá que hacer en un futuro inmediato. Y de ello vamos a hablar en el ciclo de conferencias de Cátedra Cantabria 'Inmigración e integración social', que, junto con la exposición 'Revelando la inmigración', persiguen poner en positivo una realidad (mal)tratada demasiadas veces como un falso problema. La inmigración es una de las principales fuentes de crecimiento económico de España. Sin esos más de 4 millones de nuevos ciudadanos la renta per cápita no habría crecido tanto

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