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GONZALO SELLERS
Domingo, 10 de agosto 2014, 07:53
Esa 'lucha de gigantes' que cantaba Antonio Vega se mudará de su 'mundo descomunal' a la bahía de Santander. Cinco titanes de metal, de cinco metros de altura, vigilarán la fachada marítima de la capital mientras dure el Mundial de Vela. Los cinco tendrán el mismo esqueleto -un muñeco construido con chapas de acero- pero rostros muy distintos. Entre el Palacete del Embarcadero y la playa de Los Peligros, cada uno de ellos representará un continente distinto, «ejemplo de la diversidad de deportistas del mundo entero que participarán en la competición», explica el arquitecto y empresario cultural José Ángel Cicero, precursor de este proyecto.
María Centeno, Sandra Suárez, José Luis Ochoa, Tomás Hoya y Emeric Minaya llevan tres semanas trabajando en una nave de Candina, desde donde las esculturas serán trasladadas, la noche del próximo día 28, a la ciudad. Todos ellos son artistas de la Asociación Cántabra de Artes Visuales (ACAV) y su particular visión de la realidad les abrió las puertas del concurso organizado por Cicero para sacar adelante esta iniciativa, al abrigo de la Fundación Santander Creativa y del Ayuntamiento, y valorada en cerca de 50.000 euros. De los doce bocetos presentados para formar parte del 'Santander World' -una de las 300 actividades previstas en tierra durante las fecha del Mundial-, los elegidos fueron los cinco suyos por «su simbolismo y potencia icónica».
Madera y color
Con el olor a pintura empapando el aire, María Centeno pone la banda sonora en la nave en la que se guardan las cinco esculturas. El silencio de los que pintan contrasta con los punteos eléctricos de la sierra con la que da forma al caparazón de madera de pino que envolverá la figura. Una piel en blanco y negro para representar «la tradición, la espiritualidad y el hermetismo» del continente asiático. «No quería solo intervenir en el material, sino añadir más. Aportar un simbolismo que deje la interpretación abierta al espectador», proclama.
Centeno, de 29 años, es la única que trabaja con el 'muñeco' tumbado en el suelo, y no de pie. Lo necesita para pegar las piezas y que no caigan al suelo. La superposición de las piezas de madera provocará un efecto de tres dimensiones. «A vista de pájaro simula el 'horror vacui', huyendo de lo plano con un juego de volúmenes», adelanta la artista.
Su traslado, como el del resto de esculturas, será un reto. Su tamaño, además de la delicadeza propia de las obras artísticas, obligará a adaptar un camión para llevarlas a los cinco puntos elegidos para instalarlas y destaparlas en la inauguración del día 29: Los Raqueros, Puertochico, el Museo Marítimo, el Palacete del Embarcadero y Los Peligros. La chapa de acero y su estructura interior metálica permitirá que soporten el viento y el agua propios de la fachada marítima.
Quien juega con esos dos elementos en su obra es Tomás Hoya, de 44 años, encargado de representar a 'Oceanía'. La tradición cultural y etnográfica del continente, además de su peculiar reserva natural, se deslizan por las dos caras de la talla. Tortugas, koalas y canguros conviven con reminiscencias totémicas -el rostro de la escultura-, mientras el agua «fluye por todos lados», señaló Hoya, quien ha optado por la pintura con esmalte «para que la pieza dure».
Aire tecnológico
Emeric Minaya es el único artista foráneo del grupo. De 40 años y nacido en Santo Domingo, tiene por delante el reto de mostrar una Europa «con muchas identidades pero con un sentimiento colectivo». Trabaja con esferas que representan a la población de los países. Muchas y de distintos tamaños, pero «todas dentro de la misma piel».
Minaya pulirá toda la figura antes de metalizarla, como un simbolismo del «aire tecnológico» con el que pretende imbuir a su obra. Europa como precursora de los grandes inventos de la historia de la humanidad y de la revolución industrial.
Nada que ver con la luz y el color de la 'América' de Sandra Suárez. Esta artista de 28 años vivió tres años en Brasil, una experiencia que ha tallado el prisma con el que mira al continente, como ella misma reconoce. Lo indígena y la naturaleza monopolizan el retrato de aquella tierra, trazado con esmalte de agua. «Lo he dividido en tres zonas: el cielo arriba, después la tierra y el mar en los pies», explicó Suárez.
La última escultura es la de José Luis Ochoa. África será esculpida en sus manos con metales transformados, base también de la tesis doctoral en la que trabaja. Este artista trabajará con lo que llama materiales pesados, pero lo hará en polvo y con limadura. «Un contraste con reminiscencias a la alquimia y que resalta el valor simbólico de los materiales», desvela Ochoa, de 40 años. De momento, ya ha impregnado la figura con una capa de pintura que simula el viento y las mareas. Luego la oxidará y sobre ella dejará caer una lluvia de metal espolvoreado que «remite a los conceptos de reunión y los elementos naturales de África».
Las esculturas estarán en pie hasta el día 22, cuando acabe el Mundial. Después, solo una se quedará en Santander como recuerdo, como icono del Mundial. La que sea más adecuada según donde la vaya a poner el Ayuntamiento.
Antonio Vega tenía miedo de la «enormidad» donde nadie oyese su voz. La de estos artistas santanderinos sí se escuchará. Y se verá en la mejor sala de exposiciones que tiene la ciudad: su bahía.
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