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Orson Welles en una escena del falso documental.
JOYAS IMPOPULARES

La mentira como una de las bellas artes

'Fraude', el falso documental con el que Orson Welles cerró su carrera es la obra maestra de un genio que se ríe de si mismo y construye un juego de increíbles falsificaciones sobre la ilusión que es el cine

óscar b. de otálora

Jueves, 1 de octubre 2015, 10:26

El destino quiso que la última película estrenada por Orson Welles fuese 'F from Fake', 'Fraude', en castellano, un falso documental que se convierte en un monumento a la mentira como una de las bellas artes. La obra, presentada en 1974, corría paralela a muchos otros proyectos del caótico Welles pero solo esta consiguió terminarse. Cuando el monstruo cinematográfico murió en 1985 su carrera estaba atascada en quimeras que los líos de financiación condenaban al fracaso. Si 'Fraude' salió adelante fue casi un milagro .

'Fraude' es la mejor forma de cerrar el círculo de la obra cinematográfica de Welles. Si su opera prima, 'Ciudadano Kane', está considerada una de las mejores filmaciones de la historia, 'Fraude', la obra final, es una parodia en la que Welles se ríe de si mismo, del cine y del arte. Él mismo confiesa que su vida es la epopeya de un "charlatán". En los primeros minutos, Welles hasta se burla de su propia película y dice que a él lo que le hubiera gustado es rodar una historia sobre el "fino arte de mirar a las mujeres". Segundos después da rienda suelta a una catarata de ilusiones y mentiras.

Las primeras secuencias muestran a Welles haciendo magia a unos niños en la estación de Austerlitz, en París, ante la mirada condescendiente de su compañera en ese momento, la exótica actriz húngara Oja Kodar. Welles enseguida sentencia que el cine es ilusión, trucos, y entonces se lanza un complejo juego de espejos que se desarrolla en Las Vegas, París, Ibiza, Roma o Los Ángeles. Primero, con la historia de Elmyr de Hory, una famoso falsificador de arte especializado, entre otros, en Modigliani y Picasso. Pero la historia de Elmyr que cuenta Welles está construida en base al relato de Clifford Irving, un escritor de medio pelo norteamericano que se hizo famoso en los años 70 por haber escrito una falsa biografía del magnate norteamericano Howard Hugues. Welles va salpicando la película con sus propias historias sobre Hugues -"la celebridad supersecreta"- y las leyendas de un millonario que vivía como un vagabundo en los áticos de los hoteles de Las Vegas. A veces reconoce que miente y a veces duda.

Si algo tan caótico tiene sentido es por el montaje endiablado que solo Welles podía crear. El director, en este sentido, es el padre de un sentido de la imagen que aún en día muy pocos cineastas son capaces de lograr. La música de Michel Legrand y las miradas que Welles capta se van convirtiendo en una especie jazz misterioso, una montaña rusa de ritmos e imágenes. Y el producto final es sublime, con el mérito añadido de que parte de la filmación no fue rodada por Welles sino por el cineasta francés Francois Reichenbach, al que el autor yankee había comprado unas secuencias ya grabadas sobre Hory e Irving.

Todo conduce a dos momento cumbres: la catedral de Chartres y Picasso. Ante el monumento gótico, Welles se rinde y asegura que esa obra es la que realmente sobreviviría a una hecatombe que redujese el mundo a cenizas y la única que realmente revelaría qué es lo que la humanidad es capaz de llevar a cabo. "Y esta obra de arte no tiene firma", añade, poniendo de relieve que los egos, la vanidad, los falsificadores, se convierten en nada ante una creación tan sublime. Entonces se zambulle en el relato de una misteriosa y laberíntica historia sobre un affaire sexual entre Picasso y Oja Kodar. En los compases finales, cuando las barreras entre lo cierto y lo falso se tambalean, Welles declara: "La realidad es un cepillo de dientes, un billete de autobús, un cheque... y la tumba".

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