La tormenta perfecta del PP cántabro
Un sector crítico abre una brecha ante la próxima renovación de la dirección regional del partido, mientras la corrupción nacional y la posición de Rajoy tras el 20-D ponen en jaque al oficialismo
Marta San Miguel
Viernes, 26 de febrero 2016, 19:08
Si algo tiene el Partido Popular es una férrea disciplina al mandato de las siglas. Como navegar, donde la fidelidad al patrón es la garantía sobre el agua. Sin embargo, de un tiempo a esta parte las notas discordantes en el seno del PP suenan cada vez más. En Cantabria, después de perder 70.000 votos en las elecciones autonómicas de 2015 y pasar de cuatro a dos diputados en los comicios generales, un sector crítico formado por 30 afiliados ha pedido una renovación y ha perfilado una candidatura alternativa a la oficial para el próximo congreso, del que saldrá elegido el nuevo presidente del PP regional. "Nos sentimos legitimados para presentarnos. No queremos dividir el partido, sólo solucionar los errores cometidos", sostienen, como publicó este periódico. Reprochan a la dirección "haber abandonado" el partido durante los cuatro años de mandato y también durante los últimos siete meses, desde que están en la oposición. ¿Es una marejada puntual? Cinco claves han propiciado la tormenta perfecta que atraviesa el PP que aún preside Ignacio Diego, un fenómeno que no es ajeno a cuanto sucede en Madrid, donde la formación también ha roto filas sin que nadie lo ordene.
El interminable afloramiento de casos de corrupción , los 3,5 millones de votos perdidos en todo el país y la incapacidad de Rajoy para formar Gobierno han desembocado en reacciones que, más que episodios, están convirtiéndose en algo habitual entre los 'populares'. Desde el sonado "estamos hasta los cojones", del presidente del PP de Bizkaia, Antón Damborenea, hasta la manu militari de Cristina Cifuentes en Madrid (quien clama porque los afiliados "tengan voz"), las manos discordantes que piden otra forma de hacer política se alzan cada vez más alto. Y en Cantabria, también.
La derrota electoral de mayo de 2015, cuando el PP cántabro bajó de 20 a 13 diputados su representación en el Parlamento autonómico, marca el principio de esta tormenta particular. El liderazgo de Diego quedaba en entredicho, y él mismo anunció esa noche su intención de abandonar la dirección del partido. Horas después, sin embargo, daba marcha atrás y ratificaba su puesto en una Junta celebrada en el Hotel Santemar. A ese vaivén hubo que sumar la pérdida de poder en los ayuntamientos de la región, en los que el PP pasó de 58 a 34 alcaldías. Y aunque la de Santander no corrió peligro, lo cierto es que su mayoría absoluta histórica dio paso a un gobierno en minoría en la capital, al pasar de 18 concejales a 13, lo que llevó al alcalde Iñigo de la Serna a sellar pactos con Ciudadanos para gobernar.
El resultado municipal y autonómico registrado en esas elecciones por el PP no se podía tomar como algo aislado. Entre 2003 y 2011, las dos coaliciones de gobierno entre PRC y PSOE habían dejado al Partido Popular sin bastón de mando a pesar de haber sido la formación vencedora en las urnas. Cuando al fin logró la mayoría absoluta, en 2011, lo hizo bajo el peor contexto posible: la crisis económica. Hasta ese momento, el PP había visto cómo Miguel Ángel Revilla "fagocitaba" a los socialistas de Dolores Gorostiaga y Ángel Agudo, y les empujaba de rebote a su peor resultado electoral en la región. Ese declive, paralelo al de José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa, aupaba al poder a los populares de Cantabria con una victoria, esta vez sí, incontestable.
Sin embargo, su respuesta al contexto económico fue una sucesión de medidas controvertidas, muchas de ellas directamente impopulares. Cuatro años de complicada administración fueron desgastando al PP cántabro, que acabó vinculado a los recortes y la "austeridad", sin permitir margen de maniobra para que sus consejeros hicieran otra cosa que rebajar gastos públicos, tratar de frenar la sangría del paro, o culminar la apertura del nuevo Valdecilla con un polémico contrato de colaboración público-privada.
Tras ese periodo, más amargo que dulce, el PP ha vuelto a la bancada de la oposición en un Parlamento de nuevo con mayoría bicefálica.Regionalistas y socialistas han reeditado su pacto. Y por ahora, Diego ha mantenido un perfil bajo en su brega con Revilla y Díaz Tezanos.
¿Y en Madrid? Allí todavía no se puede hablar abiertamente de oposición interna, pero tampoco de gobierno. Todo está en funciones. En este tiempo nuevo de política de pactos y diálogos, el PP cántabro vivió también su propia tormenta: la que supuso formar las listas al Congreso y al Senado y que dejaron tras de sí no pocas sorpresas, con la designación de Ana Madrazo y José María Lassalle, frente a la más que esperada de Iñigo de la Serna. Desde el partido se negó que hubiera polémica alguna, pero lo cierto es que la fractura quedó expuesta a la vista de todos.
Con el posterior resultado de dos diputados en vez de los cuatro habituales, el PP se enfrenta al juego de sillones y acuerdos sin un papel alguno, alejado de esa tierra firme sobre la que se construyen gobiernos a pesar de los siete millones de votos conseguidos por Mariano Rajoy. Nada como el vendaval provocado por los casos de corrupción para que las gaviotas vuelen lejos, a la deriva, sin saber muy dónde van a acabar posándose.