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No imaginaba Marcos Arce que su semana iba a ser tan movida. El domingo, después de sufrir con el Racing, pese a la victoria, cogió ... un BlaBlaCar con aficionados del Dépor que regresaban cabizbajos a La Coruña. Se bajó en Gijón, donde reside por motivos laborales. El plan era el siguiente: trabajar hasta hoy y volver a Santander para pasar el puente. De por medio, el lunes, su cumpleaños. Lo celebró, ¡sí!; pero encerrado en un ascensor durante dos horas y media, buena parte del tiempo a oscuras, con una vecina de 90 años. «Eso fue lo que más me angustió al principio; pero bueno, al final terminó cantándome hasta el cumpleaños feliz», relata.
Este cántabro no olvidará nunca su 26 cumpleaños. Estaba teletrabajando en su domicilio asturiano y llegó la hora de la pausa que tiene asignada. «A eso de las doce y media salí de casa y cogí el ascensor», explica. «El aparato bajaba del sexto con una vecina a bordo que tiene 90 años», continúa. «Casi sin cerrar la puerta, se fue la luz y allí nos quedamos. Primero estuvimos a oscuras, luego se encendió una lámpara de emergencia», subraya.
Su intención era ir al bar de debajo de su domicilio para tomar un café y así desconectar antes de retomar la jornada laboral. «Eso me pasa por coger el ascensor para bajar de un segundo. A partir de ahora solo lo tomaré cuando venga cargado con bolsas del supermercado», afirma entre risas.
Su primera intención, como la de otros muchos que el lunes se quedaron encerrados en todos los puntos de la geografía nacional, fue llamar al teléfono de emergencias que hay en las cabinas. Nada, no funcionaba. Así que no tuvo más remedio que armarse de paciencia. «Me agobié un poco, la verdad. Pero no por mí, sino por mi vecina. Si hubiera estado solo, me lo habría tomado de otra manera», explica.
Marcos se dio cuenta de que la mujer lo estaba pasando peor que él, así que le ayudó a sentarse en el suelo para que estuviera más cómoda. La mejor manera de tranquilizarla fue charlar como si no sucediese nada. «Es que se echaba a llorar. No sabía qué hacer, el timbre no funcionaba, el teléfono del ascensor tampoco y el móvil lo tenía con batería, pero no había ni línea ni cobertura», continúa relatando. Poco a poco la situación fue cambiando y la conversación fue animando a la mujer. «Terminó hasta cantándome el cumpleaños feliz. De todos los que he celebrado hasta el momento, este, sin ninguna duda, no lo voy a olvidar en la vida», afirma.
Pasaban las horas y la pareja seguía atrapada. Por fortuna, su compañera de piso llegó y se dio cuenta de la situación al esucharlos. Llamaron al conserje del edificio y con la llave maestra «y con ayuda de mucha fuerza bruta» consiguieron abrir la puerta del ascensor. Por fortuna, ni siquiera había descendido un centímetro, así que el rescate fue mucho más sencillo.
«Salimos los dos caminando, pero luego vino la segunda parte», añade. «Claro, como no había luz, a la mujer se le quitaron las ganas de bajar a la calle y le ayudamos a subir uno a uno a todos los escalones para que pudiera regresar a su casa», cuenta. «Es muy buena vecina y muy buena persona. Hizo un gran esfuerzo. Hoy (por ayer) nos ha llamado hasta su hija para darnos las gracias», concluye.
El histórico dirigente socialista Jesús Cabezón fue uno de los muchos cántabros a los que el apagón dejó atrapados en el ascensor. «Bajaba de casa a tomar un café y a comprar el pan y el periódico, como suelo hacer siempre a esas horas», relata. La luz se fue y allí se quedó, a oscuras. «No funcionaba nada. Fueron 55 minutos, en total. El tiempo suficiente para aguantar el tirón y no asustarme demasiado», relata. Unos vecinos se dieron cuenta y acudieron en su rescate. «Salí gracias a ellos. Se lo quiero agradecer. Ni siquiera sabía que era por un apagón a nivel nacional», concluye.
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