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María Jesús Santoveña, en el comedor de la Cocina Económica. Alberto Aja
«Hay que tratar a todos como iguales»

«Hay que tratar a todos como iguales»

María Jesús Santoveña Morla lleva 23 años colaborando como voluntaria con la Cocina Económica y está convencida de que «si uno es bueno, ayudar a los demás sale solo»

Mariana Cores

Santander

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Miércoles, 21 de noviembre 2018, 07:18

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Con quince años prefirió cambiar los bailes por el voluntariado, «me sentía mejor así», dice. María Jesús Santoveña Morla (Oviedo, 1959) convive con la solidaridad desde bien pequeña: «Éramos muy humildes, pero en mi casa nunca faltó un trozo de pan para quien lo necesitara». Ha estado vinculada a asociaciones religiosas dedicadas a la caridad toda su vida; empezó con la Legión de María y ahora está en la Asociación Internacional de Caridades. Reconoce que es muy religiosa y quizá ello le ayude a ver el mundo desde otra perspectiva: «Creo que si se es bueno y se tiene capacidad de compromiso, el ayudar a los demás sale solo». Desde hace 23 años colabora con la Cocina Económica, que siente, dice, como su «segunda casa». Su máxima es «tratar a los demás de igual a igual. Escuchar y no hacer sentir a nadie inferior».

-¿Qué le llevó hasta la Cocina Económica?

-Tuve un parón de quince años en el voluntariado a raíz de mi trabajo y de formar una familia. Pero en cuanto recuperé más tiempo para mí, a través de una amiga, volví a contactar con este mundo. Ella fue la que me llevó a la Asociación Internacional de Caridades y descubrí la Cocina Económica. Tras un periodo de formación, pasé por los distintos servicios. Comencé planchando, después talleres y terminé donde estoy, en el comedor.

-¿Qué historia de las personas que ha atendido le ha conmovido más?

-Había una chica con problemas de alcoholismo, con quien llegué a contactar más de lo habitual. Me quería mucho. Aunque yo intento mantener cierta distancia, ya que de lo contrario te involucras demasiado y llegas a casa cargada con los problemas de los demás y así es muy difícil vivir. Pero con ella fue diferente. Al menos una vez a la semana me esperaba hasta que yo salía, hacia las once. La invitaba a tomar algo y charlábamos. Le gustaba que la escucharan, como a todos. Al inicio, al darle dos besos, me daba cuenta de que había bebido. Yo le pedí que no lo hiciera. Claramente continuó bebiendo, pero, al menos no cuando quedaba conmigo. Saber que hacía ese esfuerzo, me ayudó mucho. Después murió. Sigo pensando en ella.

-¿Cómo han cambiado las necesidades de las personas a las que atienden?

-Hace años, al inicio de mi colaboración, la mayoría de las personas que atendíamos tenían algún tipo de adicción. Sin embargo, la crisis trajo a familias de clase media. Nunca sabemos cómo nos vamos a ver en un futuro. Estas personas no se lo esperaban.

-Ante este nuevo panorama también cambiaría la manera de utilizar la psicología.

-Por supuesto. A estas personas, afectadas por la crisis económica, que han tenido todo tipo de comodidades, les cuesta pedir ayuda. En muchos casos sienten vergüenza. Algunos, cuando me los cruzaba por la calle, hacían como que no me conocían. Pero tenía claro mi discurso y cuál debía de ser mi manera de actuar, como he hecho siempre. Les explico que todos somos iguales, que son las circunstancias las que nos llevan a donde estamos actualmente. A estas personas que lo están pasando tan mal hay que hacerles ver que les importas, hacerles sentir que son como tú.

-¿Usted nota que realmente se haya salido de la crisis o hay personas que se han quedado estancadas?

-Hay un poco de todo. Yo sólo puedo resaltar la gran labor de las hermanas de las Hijas de la Caridad. Tienen una fantástica organización, con talleres de formación y la colaboración con trabajadores sociales. Gracias a ello algunas personas han podido reincorporarse al mercado laboral. Pero otras se ven sumergidas en este túnel del que ya no encuentran salida. Es muy duro.

-¿Hay casos de personas a las que haya ayudado que, al mejorar su situación, vuelvan para ser ellas las que echen una mano?

-Yo de esas no te puedo decir. No conozco a nadie, aunque puede que existan. Yo lo que sí veo es a gente usuaria de la Cocina Económica que ayuda en lo que puede. Son personas muy agradecidas.

-Usted es voluntaria desde los 15 años. ¿Ve esta sensibilidad en la gente joven de ahora?

-Los que colaboran son muy voluntariosos. Siempre serán necesarios más voluntarios y hay que reconocer que muchos jóvenes pasan de todo esto, pero otros son solidarios. Creo que las familias deberían de reflexionar. Yo soy como soy por el ejemplo que vi en mi casa. También he de reconocer que hoy en día, con la vida tan ajetreada de los padres, es difícil dedicar el tiempo que me podía dedicar mi madre a mí y a mis hermanos. Ahora, la familia se vive de una manera más individual. Pero no quiero que esto suene a crítica hacia los jóvenes.

-¿Qué recibe de la gente que usted ayuda?

-Mucho. A mí me gusta ayudar sin hacer ruido, por eso me cuesta tanto esta entrevista, pero entiendo que es una manera de animar a otros a que se hagan voluntarios. Para mí, la recompensa es inmensa. Yo soy creyente y confío plenamente en que Dios nos devuelve todo lo que hemos aportado a la sociedad.

-Se acerca la Navidad. ¿No es uno de los momentos más duros?

-Al contrario. Las hermanas crean un ambiente que hace que la gente que viene estos días se siente como en casa. Les ves felices. Se olvidan de sus problemas por un rato. Es muy bonito pasar aquí la Navidad.

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