«Quien pierde tiempo, gana espacio»
El arquitecto Francesco Careri arropado por un grupo de ‘paseantes’ trazaron una ruta dialogada «a la deriva» por Santander
Desde lo alto de un camión de bomberos que ha aparcado en la calle del Sol para atender una incidencia leve, el arquitecto Francesco ... Careri (Roma, 1966) habla de Caín y Abel, de nómadas y sedentarios, de cómo el acto de caminar puede transformar una ciudad por completo. Alos pocos minutos, el camión avisa de que tiene que seguir la marcha para ocuparse de otra llamada. Careri se despide de los bomberos, les agradece que le hayan dejado subir a la cubierta del vehículo, y después se dirige al medio centenar de personas que le escuchan desde la acera: «¿Les parece bien si seguimos caminando?».
El camión es la primera parada del recorrido que el arquitecto y su grupo de paseantes emprendieron el pasado miércoles por Santander. Aún no lo sabían, pero sus pasos les llevarían a saltar tapias, a llamar a puertas ajenas, a detenerse ante edificios derruidos, a recitar poemas, a asistir a un ensayo de instrumentos de viento, a brujulear por barrios de la falda norte de General Dávila que no habían pisado nunca. No fue un recorrido al uso: la pedagogía de Careri, teórico, cofundador del grupo ‘Stalker’, profesor en la Universitá degli Studi Roma Tre, está lejos de las visitas guiadas por los hitos arquitectónicos. Careri pide a sus paseantes que caminen a la deriva, que se pierdan. Así planteó la actividad −organizada por María Avendaño y Librería Gil en colaboración con el Colegio de Arquitectos, Caseta de Bombas y La Caverna de la luz−, como un recorrido dialogado en el que fue lanzando reflexiones de su libro ‘Pasear, detenerse’ (Gustavo Gili), y en el que, sobre todo, dejó que hablaran los demás.
Antes de empezar la caminata, dio claves para el paseo: primero, la propiedad privada no es sagrada, se puede explorar; segundo, los caminantes no pueden volver sobre sus pasos, y, tercero, la actividad no tiene horario: «Quien pierde tiempo, gana espacio».
Domingo de la Lastra presentó la ciudad a su colega y después el grupo comenzó a caminar. Se encontró con el camión de bomberos y supo aprovecharlo. Después se internó en un callejón de la calle del Sol, y, oh, sorpresa, aquello parecía no tener salida. Los paseantes usaron entonces las ‘herramientas’ de Careri, llamaron a la puerta de una casa con jardín cuyo muro prometía una vía de escape. «Somos miembros de un seminario de poetas itinerantes», se presentó una portavoz ante la dueña de la vivienda, llamada Marisol, y le explicó que necesitaban cruzar su casa, saltar el muro, continuar su marcha. La situación fluyó: Marisol se mostró encantada de participar en una acción poética. «Estoy muy sorprendida, me parece muy bonito. Me ha recordado a cómo entiende la poesía[Alejandro] Jodorowsky. ¡Pensé que os había mandado él! Esta acción es un regalo», comentaba mientras prestaba sillas para saltar el muro.
El grupo logró acceder a un descampado aledaño y emprendió la subida hacia el Grupo Santa Teresa sin saber que se dirigía hacia allí, deteniéndose en esquinas, grafitis y balconadas con vistas a la bahía; deteniéndose a oler los aromas de las cocinas. Frente a las escaleras que Dreucol intervino este verano, el grupo cantó una canción. Más adelante, se recitaron poemas de Ángel González o Gloria Fuertes.
Cerca de las Antenas, unos jóvenes, sorprendidos ante lo que parecía una visita turística, comentó al grupo que El Sardinero les quedaba lejos. Pero el grupo siguio explorando General Dávila y alrededores, sin prisa, viendo árboles y ventanas enrejadas, visitando boleras, hablando con Sofía y Encarna, vecinas de Polio. En el Conservatorio Jesús de Monasterio, el grupo se encontró con el consejero Francisco Mañanes y su hijo Raúl, estudiante de violín, que tocó para los paseantes.
En un paseo de horas, Careri invitó a provocar a la ciudad para encontrar sus otras almas. «Yo camino para encontrar lugares que permitan conocer la ciudad de otra manera. La metodología −no es la palabra exacta− es perderse. Solo perdiéndonos podemos encontrar lo desconocido. Normalmente, lo hago (con alumnos, en seminarios) en zonas industriales, en campamentos de gitanos, lo hago donde está ‘el otro’, donde pasan cosas que no están en el periódico, y así saber cómo se transforma la ciudad sin planificación e, incluso, contra la planificación».
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