«Con Saramago se cierra un modelo de gran escritor comprometido»
Fernando Gómez Aguilera | Poeta, ensayista y filólogo ·
El ensayista cántabro, que participa en los Martes Literarios de la UIMP, cree que hay que «leer más el ciclo portugués, las novelas en las que incrustaba la ficción en la Historia»Le gusta subrayar que Saramago «residía en la interrogación». Y, en este sentido, asegura que con el autor de 'Memorial del convento' «probablemente se cierra ... un modelo de gran escritor comprometido y de intelectual crítico al modo clásico». Fernando Gómez Aguilera (San Felices de Buelna, 1962), poeta, ensayista y filólogo de formación, director de la Fundación César Manrique (Lanzarote), participa hoy en la velada de los Martes Literarios de la UIMP y El Diario, junto a la viuda del escritor, Pilar del Río, traductora y presidenta de la Fundación José Saramago.
Una cita que conmemora los veinte años de la concesión del Nobel al autor de 'La caverna'. Gómez Aguilera, artífice de una gran exposición sobre la vida y la trayectoria del escritor, presentó varios de sus libros y es autor de la biografía cronológica 'La consistencia de los sueños' y de 'Saramago en sus palabras'.
Además de esta intervención en los Martes, el poeta cántabro presenta mañana en Santander su nuevo poemario, 'Turbión', en la librería Gil.
-¿Quién era Saramago más allá de sus palabras y escritos?
-Una persona coherente, solidaria y leal con sus amigos. Un hombre serio, directo, sin dobleces, concernido por lo que ocurría en el mundo, muy sensible con la injusticia, dotado de una extraordinaria capacidad de análisis. Sus puntos de vista y su inteligencia aportaban en las conversaciones reflexiones originales y perspectivas abiertas y agudas.
-¿Cree que a la figura del autor de 'La balsa de piedra' se la ha querido cubrir de un cierto buenismo que ha tergiversado al hombre y ha ocultado su obra?
-La personalidad de Saramago era muy conocida. No disfrazó ni ocultó sus ideas. Las compartió abiertamente a través de escritos, foros y medios de comunicación. Su presencia en la esfera pública fue abrumadora. Y se mostraba como era. Creo, pues, que el ser humano se hizo bien visible. El recorrido social de su obra, por otra parte, se compadece con el de un autor muy frecuentado. Ahora bien, puedo compartir que su vigorosa figura de intelectual público y de conciencia moral de la izquierda, su amplia influencia mediática a partir de la segunda mitad de la década de los noventa, sobre todo, desbordó al escritor.
-Veinte años ya del Nobel, ¿en qué medida le cambió el premio a Saramago?
-El Nobel no cambió a Saramago. Tuvo efectos sobre su agenda, que se volvió aún más endiablada, pero no sobre sus ideas, actitudes, forma de vida ni sobre su literatura. Le ofreció un altavoz más potente de cara a su intervención civil, para difundir sus ideas, que no se moderaron ni se modificaron. Decía que no sentía el peso del Nobel y que le había servido para ser más él.
-¿Hay alguna palabra que era ajena a Saramago?
-Su visión del mundo y sus valores fueron siempre, en su esencia, los de un hombre de orígenes campesinos, vinculado a la tierra y a las dificultades de vivir, reelaborados luego a través de los instrumentos de la cultura. Valores robustos, propios de una conciencia de clase firme, resistente y militante. Desde esa perspectiva, le fue siempre ajena la indiferencia, la aceptación pasiva de las verdades establecidas, el consenso y la conformidad.
-¿Dónde reside el fundamento de 'La consistencia de los sueños'?
-Su abuela Josefa solía advertirle al pequeño Saramago: 'Zé, en los sueños no hay firmeza'. En 2007, me ocupé de preparar una amplia exposición sobre su vida y su obra. La generosidad de Pilar del Río y de José me permitió acceder a abundante documentación desconocida, incluidos inéditos de sus primeros años, que Saramago no recordaba. Nada en su vida parecía anunciar el Nobel ni el escritor celebrado en el mundo. El balance de la aproximación a su trayectoria me pareció que excepcionalmente contradecía las palabras de su abuela porque, en su caso, el sueño sí había devenido en firmeza, se había hecho consistente.
-En Saramago, ¿dónde empieza el escritor y dónde el ciudadano?
-A donde va el escritor va el ciudadano, reiteraba. En el sistema saramaguiano, la literatura puede convivir de manera conflictiva con la ideología, pero no al margen de ella. La pieza vertebral de su concepción y de su práctica era la persona que es el autor. La obra es el novelista y el novelista es la persona del autor. Creía que el escritor debía decir quién era y qué pensaba. La condición de ciudadano del escritor no debía declinar sus deberes cívicos amparándose en la autonomía de la literatura y del escritor. Le resultaba inaceptable. El suyo es un trabado sistema de responsabilidades cruzadas. Sin embargo, defendía, al mismo tiempo, que la literatura no obedece a consignas ideológicas. Rechazaba que pudiera convertirse en un panfleto. Su lógica es la del arte y la de la libertad creativa.
-¿Puede ser que el intelectual se comiera públicamente al escritor?
-En general, los medios son más sensibles a las polémicas, las opiniones y las confrontaciones que a la transmisión de historias o ideas culturales. Saramago desarrolló una conciencia pública muy dinámica, con alcance global. Se desenvolvió como un activo polemista y un analista reflexivo y perspicaz, con un reconocido talento para la comunicación. No evitaba ningún tema y decía lo que pensaba sin amortiguadores, como un verdadero espíritu 'volteriano'. Naturalmente, esta posición de intelectual público incómodo adquirió una posición relevante en el imaginario social en relación con la percepción de su figura. Pero es bien sabido que la Academia le concedió el Nobel por su sobresaliente obra literaria.
-Fuera de estereotipos y de posiciones atrevidas, ¿qué nos falta de conocer de Saramago?
-Sin duda, se trata de un escritor estudiado académicamente y conocido por el gran público. No creo que asistamos a grandes sorpresas. Habría que leer más al Saramago del ciclo portugués, las novelas en las que incrusta la ficción en la Historia para poner en juego nuevos sujetos históricos periféricos y ofrecer visiones alternativas, para relativizar la 'Verdad'. Y sugeriría leer al Saramago de las crónicas literarias publicadas en los setenta. En lo inmediato, nos falta conocer su diario de 1998, el año del Nobel, recientemente hallado por su mujer, Pilar del Río, que se encontraba extraviado en la memoria de un ordenador inutilizado. Se publicará este otoño.
-¿La suya es quizás la última gran obra crítica, coherente y comprometida de la literatura del presente?
-Con Saramago probablemente se cierra un modelo de gran escritor comprometido y de intelectual crítico al modo clásico, capaz de sobrepasar fronteras en la expansión de su voz y capaz de influir. Los escritores hoy no se aproximan a ese papel de la persona de cultura que piensa lo que dice y dice lo que piensa sin medir las consecuencias. Ni asumen como propias aquellas palabras de Kafka, uno de los modelos del autor de 'Ensayo sobre la ceguera': no merece la pena escribir nada si no es un hacha capaz de romper el mar helado de nuestra conciencia. Por otro lado, quizá, ni la configuración de la sociedad actual ni el nuevo escenario disgregado de la comunicación digital asimilen figuras jerárquicas en el plano de la conciencia social. No lo sé, pero el desierto crece, eso también es verdad.
-Naturaleza, medio ambiente y territorio. Una ecuación que en Cantabria está muy presente pero sin calar socialmente. ¿Cómo se afronta este relato vital?
-Es el gran asunto para la humanidad. Estamos asistiendo a un cambio de ciclo histórico. Vivimos inmersos en procesos de desestabilización ecológica y social con alcance global. Se nos han ido las manos con la Tierra. El planeta no aguanta nuestro modelo de desarrollo capitalista, basado en la producción sin límites, el consumismo como ideología y la distribución injusta de la riqueza. El negacionismo no conduce a ningún lugar que no sea acelerar la catástrofe. Estamos obligados a emprender transiciones hacia nuevos escenarios sostenibles y justos. Nuestras lógicas actuales han encontrado sus límites en el ser humano y en la continuidad de la vida. Creo que tenemos que pararnos a escuchar y a respetar la Tierra. En este sentido, no puedo entender la barbarie paisajística y sentimental que se está cometiendo con los espigones de La Magdalena. Es un acto de salvajismo institucional, que debería provocar una amplia reacción ciudadana. La indiferencia nos destruye.
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