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El Textil Santanderina logra por quinta vez consecutiva la permanencia en la Superliga Masculina
En este lustro entre la élite, los cabezonenses han pasado de ser el equipo de un lugar desconocido a la envidia de casi todo el voley español por el ambiente que se vive en su pabellón
A buen seguro que aquel 12 de octubre de 2014, en el pabellón Los Montecillos, en Dos Hermanas (Sevilla), muchos hicieron el mismo razonamiento. 'El ... Textil Santanderina, de Santander'. En aquel primer partido del Textil Santanderina en la Superliga Masculina –se perdió por 3-2– tocó hacer pedagogía. Como en muchos otros lugares a lo largo de esa temporada. 'Que no. Que es Cabezón de la Sal. Un municipio de poco más de 8.000 habitantes'. Una semana más tarde, los castellonenses del L'Illa Grau comprobaban dos cosas. Que aquellos novatos de un pueblo para muchos desconocido en Cantabria iban a dar guerra. Y que su pabellón, el Matilde de la Torre, reunía a gente que sabía algo de voley –el Textil tiene ya 45 años de vida– y que animaba a más no poder al equipo de su pueblo. El Textil ganaba por 3-2 a los castellonenses y avisaba a la Superliga. 'Hemos venido para quedarnos'.
De aquello ya han pasado cinco temporadas completas. Que un equipo humilde a más no poder de un municipio tan pequeño tenga un equipo en la máxima categoría durante un lustro sigue sonando a utopía. «En ese momento no nos lo planteábamos. Yo no veía más allá de esa temporada». José Ignacio Marcos es el entrenador del Textil Santanderina y uno de los nombres imprescindibles de esta historia. A base de trabajo y buen hacer, las permanencias en la Superliga, más o menos apuradas, fueron llegando. Y con ello el respeto de toda la Liga y el interés de los jugadores por venir a Cabezón. «A todo el mundo le gusta venir a jugar aquí. Por el ambiente que hay, esa mezcla de gente que lleva toda la vida viendo voley y los que se han enganchado a vernos en la Superliga». En el Textil el dinero es más que escaso y la mayoría de los jugadores compatibiliza el voley con estudios o trabajo. Tan sólo los extranjeros –Antonio Soares 'Siba', Frank Amorín y Danilo Gomes, que son brasileños; y Carlos Mosquera, que es colombiano– tienen una ayuda que consiste «en no tener gastos, en cuanto a casa y comida. Ellos vienen un poco para dejarse ver. Los jugadores saben que no van a cobrar mucho, pero que no puede haber más cariño para ellos».
De suplir lo mucho que no se alcanza con el dinero se ocupan varias personas. Los primeros, la directiva. Felipe Merino cumple su primera temporada como presidente. «Soy yo porque tiene que haber uno», señala entre risas. «Seremos seis o siete en la directiva, contando a Marcos, ¿eh?». A ellos les toca hacer de todo a cambio de nada. «Una pila de cosas. Papeles, llevar y traer jugadores a algún sitio, buscar publicidad, vender carnés...». Otra decena de personas conforma un grupo colaborador que echa una mano en lo que puede. «La gente se porta», reconoce Merino con orgullo. Comercios que se anuncian en pancartas en el pabellón todo el año –cuestan 120 euros– o un carné de socio para toda la temporada que vale apenas 25 euros hace que pequeñas ayudas no falten. Toda ayuda es bienvenida para el equipo más pequeño de la Superliga
El templo del norte
La veteranía del equipo, la trayectoria en la Superliga, ese precio más que asequible de los carnés, el cariño por el equipo del pueblo... Todo eso ha hecho que a lo largo de un lustro en la máxima competición, el Matilde de la Torre se haya convertido en un referente. El Textil Santanderina tiene el bendito problema de tener más socios –cerca de 1.100, incluso con abonados de otras comunidades del norte de España– que localidades tiene el pabellón, 1.075. «Es que la entrada más floja son más de 600 personas», dice Merino. «Los rivales temen al frío y a la humedad de aquí, pero les encanta ver el pabellón lleno, aunque esté en contra», apunta Marcos. El hecho de que en el voley no haya contacto físico ayuda a que haya «buen rollo entre los jugadores». El Matilde de la Torre sólo se enciende cuando ve una falta de respeto de un rival. «Si no, se dedica a animar a su equipo. Y hemos institucionalizado el saludo de respeto, en forma de ovación, al rival. Y eso lo valoran». Marcos reconoce con orgullo el apodo que se ha ganado Cabezón de la Sal en la Superliga por un ambiente que rivaliza con el de los grandes equipos, como Teruel o Almería... «En las redes, nos llaman el templo del norte. Nos ponen de ejemplo de equipo modesto que hace las cosas bien».
Textil Santanderina
Bárcena, Amorín, Pujol, Ruiz, Herrera, Gomes, Osado, Rodríguez, Calzón, Ramírez, Soares, Palencia y Mosquera.
1
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3
Urbia Palma
Da Cruz, Perini, Mas, Diedhiou, Ramón, Gravern, Jiménez, Llopart, Cairus, Sánchez, Osorio y Carinelli
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Parciales 19-25, 25-22, 13-25 y 26-28
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Árbitros Portugal y Sabroso.
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Incidencias Decimonovena jornada de la Superliga Masculina de voleibol. Pabellón Matilde de la Torre (Cabezón de la Sal). 850 espectadores.
El Matilde de la Torre se ha convertido en una referencia en contraste con lo que se ve por ahí. «Es que en Castellón igual había 15 personas en la grada. Y 20 en Barcelona. Es algo que entristece porque hablamos de la máxima categoría de un deporte». Fran Calzón es uno de los capitanes del equipo. Sevillano de Utrera, lleva ya siete temporadas en el Textil. Los amigos que se van haciendo por el voley patrio ya llaman en la semana que les toca venir a Cabezón «para ver cómo está el ambiente. Les encanta ver cómo la gente llena el pabellón», señala entre risas. El sevillano es uno de los mejores ejemplos del ambiente familiar que se vive en el Textil Santanderina. «Llevo ya siete años aquí. Tengo, además del voley, mi trabajo, mi familia... Irme ya ni me lo planteo. Tengo ya un sentimiendo de pertenencia al club». Pocos conocen mejor que él el secreto del éxito para el Textil. «La gente sabe cómo trabaja Marcos. Es un gran entrenador. Los jugadores vienen sabiendo que cobrarán poco, pero que aquí tienen oportunidad de mejorar. Y luego está el ambiente que hay en Cabezón, donde cada vez más gente se ofrece a echar una mano».
En el cielo despejado que es ahora el momento del Textil Santanderina hay un par de nubes. Una, que en Cabezón hace falta otro pabellón que desahogue a un ocupadísimo Matilde de la Torre. La multitud de equipos que lo utiliza hace que programar entrenamientos regulares sea una quimera. «La mayoría de días, entrenamos de ocho de la tarde a diez de la noche. Por la mañana, no podemos», incide Marcos. Hay sesiones hasta a las 15.30 horas, con jugadores volviendo de la Universidad y comiendo directamente un bocadillo en el coche. De momento, toca resignación «porque la queja no nos convierte en mejores jugadores». La otra incertidumbre tiene fecha y forma. El 26 de mayo hay elecciones autonómicas y municipales. Y como el Textil Santanderina percibe dinero en forma de subvención, siempre que hay elecciones existe la duda sobre lo que harán los próximos gobiernos regionales y municipales. «En junio tenemos que contestar si estamos en Superliga», añade el presidente Felipe Merino. Y eso pasará por tener amarrado el dinero del que que se pueda disponer.
Ese dinero público complementa a lo que desde hace 45 años, en un caso insólito en el deporte español, aporta Textil Santanderina. La búsqueda de «más patrocinadores», señala el presidente, que apoyen la labor de la gran fábrica de Cabezón de la Sal es otra de las labores de una directiva que desde mañana mismo empieza a pensar en la siguiente temporada. Un modo de trabajar instaurado en Cabezón de la Sal y que le he permitido tener eventos tan señalados como el Día de Cantabria, que arrancó a mediados de los 60, o más recientemente Los 10.000 del Soplao. «Trabajo, trabajo y trabajo», concluye Marcos para revelar la fórmula del éxito. Y la ilusión de un pueblo que cada quince días va a ver con indisimulado orgullo a su equipo. Todo eso ha hecho que cinco años después, Cabezón de la Sal no sea un lugar casi desconocido de Cantabria sino uno de los lugares de referencia del voleibol español. Con la permanencia asegurada, toca pensar en el objetivo marcado desde el inicio del curso de quedar al menos entre los ocho primeros clasificados. Esos fieles del templo del norte bien merecen el esfuerzo.
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