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De Juan Ignacio Bárcena Rodríguez-Barba se puede decir que fue un hombre especial, inusual, con gestos de cierta genialidad, y en absoluto vulgar. Nació ... en 1931 en Torres, en la casa palaciega (hoy transformada en el conocido como CN Foto) que ocupaba la familia creada por Leopoldo Bárcena y su esposa, Mercedes Rodríguez-Barba, uno de los hombres más importantes de Torrelavega, ligados a la minería de Reocín y a la investigación minera de España, como legendario director que fue de la Real Compañía Asturiana de Minas. Una empresa -después AZSA- a la que su hijo José Ignacio se uniría tras terminar sus estudios universitarios.
Tuvo diez hermanos, entre ellos el reconocido acuarelista José María, y una hermana, Maruxa, ligada profesionalmente como parte de su gran familia a la empresa minera.
Juan Ignacio estudió en el colegio de los padres de los Sagrados Corazones de Torrelavega, yendo a licenciarse en Ciencias Químicas por la Universidad de Oviedo. Poco después de terminar sus estudios, se integró en la plantilla de la entonces Real Compañía Asturiana, primero en la planta situada en la localidad de Hinojedo y después en la de Reocín, donde estuvo trabajando hasta el momento de su jubilación.
En 1965 se casó en Madrid, en el Monasterio de San Jerónimo el Real -los Jerónimos-, lugar de referencia para los casamientos de la burguesía madrileña, con Marina Borrajo. Una espléndida mujer que había hecho la carrera de canto -fue intérprete lírica, y su padre, violinista- y a quien conoció visitando uno de los lugares preferidos de ambos: el Museo de El Prado.
Durante tres años estuvo trabajando en la capital de España como profesor de química, hasta que en el año 1968 se instalaron definitivamente en Torrelavega, donde nacieron sus hijos, Pedro y Marcos, un nombre este imprescindible en la musicología de Cantabria. Era abuelo de tres nietos, Lucas, Lara y Victoria.
Dotado de una inteligencia excepcional, posiblemente poco reconocida, quienes le conocieron de cerca en su trabajo, no dudaban en calificarle como un sabido incomprendido, quizás arropado por una personalidad nada acomodaticia. Fue un hombre, de todo, menos vulgar. Como todos cuantos bajaron a la mina por alguna circunstancia, amparados por el Estatuto Minero, se jubiló a los 53 años, dedicando su tiempo a la música -su gran afición- especialmente a los maestros clásicos y a la ópera, llegando a ser un entendido en flamenco.
Tampoco desdeñaba a los cantantes 'nuevos', especialmente a Juan Manuel Serrat. Aunque reconocía no entender demasiado la música de su hijo Marcos Israel, siempre le apoyó en su carrera como folklorista, compositor y profesor. Fue precisamente Marcos quien, interpretando una pieza musical con su gaita, le despidió en su funeral celebrado en la iglesia parroquial de La Asunción en Torrelavega en una actuación llena de emoción y sentimiento. «Gracias infinitas a todos por las muestras de cariño y apoyo en este fin de semana por el fallecimiento de nuestro padre», escribió el propio Marcos en su perfil de Facebook.
Descanse en paz.
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