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Hagamos una sencilla tabla. En la fila primera, buenas ideas políticas; en la segunda, las malas. Ahora, en la columna primera, gestores eficaces; en la segunda, los ineficaces. Entonces, mentalmente visualizamos las cuatro celdas, de izquierda a derecha y de arriba abajo, nombradas con las cuatro primeras letras del alfabeto. Buenas ideas unidas a buenos gestores (políticas A); buenas ideas con malos gestores (B); malas ideas con buenos gestores (C), y finalmente malos programas y malos gestores (D).

Puede uno pensar que toda política existente o imaginable caerá en una de estas cuatro celdas; y que, aunque lo más deseable por el ciudadano es siempre la categoría A, resulta más bien rara de hallar. También, que no faltan los casos de la celda D, como la gestión del inicio de la recesión por Zapatero y su equipo, según paladinamente han admitido socialistas como Solbes o Solchaga. Y que los casos en verdad interesantes, por complejos, son los B y C, es decir, cuando un programa bueno sobre el papel es ejecutado por gente desmañada, o cuando un programa temible y algo caótico es aplicado por personas concienzudas.

Trate de colocar la Cantabria de esta legislatura moribunda (o el mandato cuatrienal en su ayuntamiento) en una de esas celdas, y quedará más próximo al experimento mental que estoy planteando. Por ejemplo, ¿no sería magnífico que pudiéramos desarrollar parques eólicos para generar energía limpia y reducir el impacto en el clima? Pero no somos capaces en 15 años de poner un solo molino, aparte del experimental de Vestas en Celada-Marlantes. Por tanto, esta clase de situaciones son de categoría B: la idea es buena, pero no hay manera de ejecutarla.

La política B es muy incómoda para el gobernante, que solo puede hacer dos cosas: o echar la culpa a otros de la inejecución (B1), o prometer que ya, que sí, que es inminente (B2): el «se va a hacer» con el que se rellenan las crónicas de los corresponsales municipales. Es decir, la excusa retrospectiva o la prospectiva, signos infalibles de la desmaña.

Pero la política C es la que ofrece el reto analítico más apasionante. Se trata de programas demagógicos, mal pensados, de poco fundamento, que sin embargo son llevados a cabo por personas cumplidoras. Por un lado, podemos pensar que un error llevado a término con agilidad será un error más perfecto y, por ello, más pernicioso. La eficacia en contagiar la gripe no es muy loable por más eficacia que sea. Por otro lado, puede que la prudencia de quien debe aplicar una mala idea consiga, al menos, dulcificar algunos de los peligros que encierra, y lograr una reducción del daño. Así vemos que las políticas C se desdoblan en las demoledoras (C1) y en las amortiguadas (C2).

Si buscamos tipos puros de político, nos quedarían, pues, por este orden: el Estadista, el Desmañado (en los modos acusativo o promisorio), el Chapuzas (en los modos temerario o prudente) y el Vándalo. Podría decirse que la democracia, pensada para elegir estadistas, acaba siendo en la práctica un sistema para castigar a desmañados y chapuceros, a riesgo de encomendarse alguna vez a vándalos. Así que el proceso democrático puede ser visto como el tránsito entre unos errores y otros, con ocasionales periodos de brillante acierto. La vida misma.

Dada la complejidad de los gobiernos y de sus departamentos, posiblemente es la combinación ABCD en todos ellos lo que acaba dando una imagen global ante el electorado. A lo mejor ahora ya puede usted deletrear la legislatura de Cantabria 2015-2019, o la de su alcalde o alcaldesa. Pura gimnasia para cuando venga la hora de estimar futuribles el 26 de mayo.

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