Demasiados ahogados. No sé la razón, pero las playas de Cantabria se han deslucido este verano con demasiados cadáveres surgidos de las aguas. Repaso la ... lectura del relato 'A flor de playa' (1873), de Amós de Escalante, y me estremezco con la historia de Juan, un joven y consumado nadador que engendra afecto con una distinguida veraneante, Cecilia, iluminando sus días de agosto santanderino hasta que, justo en el día de los Santos Mártires, su novio se presenta y las atenciones de ella se vuelcan en el recién llegado. Juan se ve abatido por la amargura y busca remedio en el mar, dispuesto a nadar sin regresar a tierra. Cuando llega al punto donde solía regresar a la playa, decide bracear con más vigor mar adentro. Redobla sus esfuerzos hasta que el instinto vence a la desesperación y el miedo comienza a aturdirle. Qué lejos está y «con qué callado frenesí llamó a la vida», nos describe Escalante. Pero en su arrepentimiento, sus fuerzas menguan al regresar y se va apagando su voluntad. Los músculos yertos dejan de obedecer y blandamente Juan inclina su cabeza ahogada sobre el mar. «El mejor nadador es del agua», concluye Amós de Escalante.
Qué pena que en aquellos tiempos no surgiera un surfista deslizándose sobre las olas, o nadando con su tabla para extender su brazo a la imprudencia de Juan. Entre avisos de emergencias, Miguel, técnico del 112 Cantabria, me asegura que los ahogados se hubieran disparado este verano si no hubiera sido por los surfistas. Benditos surfistas. Nunca se enfaden con un surfista. Respetémoslos y admirémoslos, no sólo como deportistas. Salvan más vidas que los servicios de salvamento. Hijo de policía armada, siempre tuve en casa un dibujo enmarcado de un Ángel de la Guarda que guiaba a unos niños al cruzar un puente. Ahora sé que esos ángeles llevan consigo una salvadora tabla de surf.
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