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Temo que no lleguemos a tiempo y estábamos avisados, la palmera canaria puede desaparecer de nuestro paisaje y con ella una página del libro de ... la memoria. La elegante y esterilizada palmera, aunque foránea, se adaptó muy bien a estas tierras y a su clima para formar parte de un paisaje que nos sugiere una historia de ultramar.
González-Camino en el año 2022 escribía en este medio 'Nuestras palmeras en peligro' y avisaba de esa epidemia protagonizada por el picudo rojo que avanzaba matando palmeras. Ese escarabajo volador que llamamos 'picudo rojo', progresaba desde el mediodía y se acercaba al norte y ya ha llegado y ahora está devastando la zona oriental y se desplaza hacia el occidente y también al interior. La plaga ha llegado a Castro y Laredo, avanzando por Cudeyo, Ribamontán, Penagos, Villaescusa, Camargo, Cayón, Piélagos, Toranzo, Buelna, Torrelavega, Cabezón de la Sal, San Vicente y, por supuesto, Santander.
El 26 de enero de 2025 Grupo Alceda, en este medio, con 'El paisaje amenazado: las palmeras', alertaba y urgía una defensa rápida, pues la llegada del calor despertaría a ese escarabajo que hibernaba y empezaría la destrucción. La periodista Ángela Casado en diferentes escritos en este medio intentaba despertar sensibilidades y recientemente Marta San Miguel (17.4.25) escribe que no solo se pierden esos árboles, sino que se pierde la historia y decía «lo peor no es que se muera un árbol, sino lo que se muere en nosotros cuando no hacemos nada, cuando nos quedamos mudos, cuando solo vemos verde en vez de abecedario». A su vez Roberto Gancedo (17.4.25) echa en falta la actuación de técnicos de la Consejería.
La palmera llega a la península en el siglo VIII, la traen los árabes como compañera de viaje y recuerdo nostálgico de su origen, adaptándose e integrándose en el territorio peninsular al que embelleció con preciosos y reconocibles palmerales que integran parte del Patrimonio Mundial. En el norte, la palmera llegó con la emigración a América y el retorno indiano al hogar para mejorarlo, construir carreteras, traídas de agua, escuelas, hospitales y traer modernidad a sus pueblos. El viajero, al regresar al lugar donde había nacido, nos trajo también aquellas palmeras canarias que encontraría, probablemente, a su paso por las islas afortunadas, y les recordaría el sentimiento americano. El indiano plantaría esa palmera en su nueva casa como símbolo de su americanismo y del éxito.
Ahora podemos ver muchas de esas palmeras enfermas, y también muertas en todo el territorio, la imagen es desoladora, palmeras centenarias con un enorme tronco y veinte metros de altura, palmeras que embellecieron la entrada o el jardín de la casa indiana, aparecen con las palmas amarillentas y colgando para ir cayendo y dejando el tronco como un recuerdo infectado e infeccioso que hará que continúe el proceso mortal. En algunos casos los propietarios, probablemente desorientados las podan o cortan, o dejan el tronco como adorno sin saber que se propaga la epidemia.
Vemos ahora esas villas indianas en Solares, en Renedo, en Heras, en Las Caldas, en Rucandio, en Escalante, en Corvera y en toda la provincia devastadas, las palmeras de la casa de José María de Pereda en Polanco, símbolo de esa historia indiana, reciben ante una general indiferencia el ataque del escarabajo rojo.
Y también afecta a Santander, probablemente ciudad de palmeras; un paseo por los Jardines de Pereda, Reina Victoria o el Sardinero nos confirmará el desastre porque la infección significa propagación.
Hispania Nostra, asociación para la defensa del Patrimonio Cultural en todas sus manifestaciones ha incluido la palmera indiana en Cantabria en la Lista Roja por el riesgo manifiesto de perderse.
Probablemente, como ya ha sucedido en Galicia, acontece en Asturias y en el País Vasco, podemos perder este rico patrimonio paisajístico, medio ambiental y cultural y lo peor, como escribe Marta San Miguel, no es que se pierda un árbol, es que se pierde ante nuestra indiferencia sin que nada hagamos.
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