Razón (y expiación)
Quien utiliza la razón duda casi siempre porque se plantea si otros también pueden tenerla
Carlos Herreros de las Cuevas
Domingo, 6 de julio 2025, 07:31
Mi amigo Thierry Chavel junto a Isabelle Le Bourgeois acaban de publicar 'La passion de l´ecoute'(Yves Briend Editeur, S.A., París 2025). Curioso que ... la coautora es una monja católica que es psicoanalista. El libro tiene la forma de diálogo entre los dos autores. El tema central del libro es la escucha. En un pasaje del libro Thierry dice: «Isabelle, acabas de hablar de algo presente en nosotros mismos: la escucha es el silencio, es decir, estamos para recibir una voz y no para ser respondedores-registradores». Para mí, lo que subyace es que al escuchar, al recibir, utilizamos la razón que puede confirmar nuestras creencias pero también está dispuesta a modificarlas.
Si pensamos en cómo son las relaciones e interacciones humanas, podríamos decir que todos tenemos un círculo cercano y relativamente pequeño en el que utilizamos la razón pero, sobre todo, las emociones. A medida que el círculo va siendo más amplio se van difuminando las emociones; y en el discurso público debería primar ampliamente la razón.
La razón, como capacidad humana para pensar lógicamente y tomar decisiones basadas en evidencia y argumentos sólidos, juega un papel fundamental en la promoción de la convivencia.
Al utilizar la razón, las personas pueden comprender mejor las perspectivas de los demás, resolver conflictos de manera pacífica, establecer normas justas y fomentar el respeto mutuo. En esencia, la razón ayuda a construir puentes en lugar de muros, facilitando la coexistencia armoniosa en la sociedad abordando la resolución de conflictos mediante la escucha atenta, convencidos de que los demás tienen razones tan válidas como las nuestras.
Pero la utilización de la razón exige lo que los autores citados llaman 'el misterio de la escucha'. «El misterio de la escucha es que puesto que yo me digo lo que puedo escuchar, ya no estoy preparado para escuchar incondicionalmente». Y mi pregunta es: ¿en el ámbito de lo público debemos escuchar incondicionalmente, es decir, sin límites ni reglas? Mi propia respuesta es que no, precisamente por lo expresado anteriormente, porque se trata de asegurar la convivencia y resolver conflictos. El respeto a las leyes que nos hemos dado dibuja el perímetro de la conversación pública a diferencia de lo que puede ocurrir en ámbitos privados o interpersonales.
Entonces, ¿defendemos un liberalismo 'limitado' por ese contorno?
Uno de los grandes pensadores liberales, Friedrick Hayek, premio Nobel en 1974 fundamentalmente por su libro 'El camino de la servidumbre', nos dice que la «preservación de nuestra libertad nos exige ser vigilantes contra la invasión o infiltración de los que buscan sustituir la cooperación voluntaria por la dirección centralizada».
Hay muchas corrientes liberales, con contradicciones incluidas. A vía de ejemplo, el presidente Milei de Argentina, que se califica a sí mismo como anarco-capitalista, dice que el Estado siempre nos roba, pero él protege el orden público precisamente porque los que intentan quebrarlo pretenden lo que Hayeck llama la 'dirección centralizada'.
Tenemos que estar atentos para que no nos confundan quienes han operado sin la razón liberal y, de repente, como si fueran Saulo cuando cayó del caballo camino de Damasco; pero no lo son.
Muchos lectores habrán visto la película 'Expiación' o leído la novela en la que se basa (Ian McGregor); la protagonista femenina acusó a un joven falsamente de una agresión sexual y dedica muchos años y esfuerzo a expiar su terrible acto. Precisamente en una novela de ciencia ficción que estoy leyendo, el autor hace que quienes quieran dedicarse a los asuntos públicos pasen por un claustro (monástico) para que reflexionen sobre la razón como exigencia de la convivencia social.
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