Oh Dios, oh Dios, odios
Lo que hoy estamos viviendo es un escenario donde el conflicto de Ucrania, y un posible conflicto en Taiwán, han incrementado el pesimismo sobre el futuro
Odia el hermano al hermano, odia el vecino al vecino, odia el paisano al paisano, odia la comunidad a la de al lado, el país ... al colindante; el mundo se divide en bloques que se odian entre sí. Odio social y odio político.
Al contrario del amor, el deseo es siempre deseo de los atributos de otro; este deseo puede derivar en emulación (positivo) o en envidia (negativo). Deriva en emulación cuando uno se siente capaz de igualarlo, y deriva en envidia cuando uno se siente impotente. La religión aparece para domeñar y encauzar el susodicho deseo; crea mitos religiosos o inventa la política para lograr un armisticio en esta guerra permanente. A ese armisticio lo denomina convivencia, la convivencia se basa en el reconocimiento y, después, en el respeto del otro; un reconocimiento activo que lleva a la voluntad de cooperar primero y después de ayudar al otro a superar las calamidades que le acontecen, que nos acontecen. A esto lo llamamos amor al prójimo. Cuando el amor al prójimo fracasa triunfa el odio. Cuando predomina el amor las sociedades tienden a prosperar, cuando predomina el odio entran en decadencia.
El amor y el odio están íntimamente relacionados con los sentimientos de seguridad o inseguridad que alientan en el individuo particular y la sociedad en general. La inseguridad predomina cuando predomina el miedo sobre la confianza. Las crisis minan la confianza en sí mismo y en el sistema social, lo cual explica que estemos atravesando un período de odios acendrados. Las grandes potencias han perdido el optimismo respecto a su futuro, piensan que este se presenta amenazadoramente desfavorable. A no ser que reaccionen con energía, se dicen, la decadencia será imparable. En lugar de plantearse una acción concertada entre ellas han optado por el enfrentamiento; soluciones de suma cero, lo que uno gana lo pierde el otro. Y no solo a escala mundial, también está ocurriendo a nivel de país, las soluciones de suma cero predominan hoy en todos los ámbitos.
El impresionante resurgir de China ha puesto a la defensiva a los países occidentales
Si en lugar del pesimismo, que lleva a tomar decisiones arriesgadas y que -en el caso de las grandes potencias- deriva en guerra fría y/o caliente, predominase el optimismo, se visualizaría un futuro prometedor que anima a cargarse de paciencia para superar las crisis mediante un concierto global, nacional o regional. Lo que hoy estamos viviendo es un escenario donde el conflicto de Ucrania, y un posible conflicto en Taiwán, han incrementado el pesimismo sobre el futuro y encendido los odios a niveles inimaginables hace muy pocos años. Digamos que hasta 2008 la actividad mundial discurría por distintos derroteros; el optimismo producido por la victoria en la I Guerra Fría, hizo que Occidente abriera sus brazos de par en par a todas las culturas.
El optimismo promueve la ambición de fortalecer la propia nación abriéndose a las demás, mientras de puertas adentro promueve el conocimiento, la investigación -científica, industrial, comercial y cultural- el aprovechamiento del talento, y la abundancia de oportunidades a todos los niveles. Desarrolla instituciones sociales eficientes, pone fuerte énfasis en la educación y la adaptación a situaciones cambiantes. El éxito competitivo está asociado a una curiosidad intelectual muy extendida, un grado elevado de diversidad y pluralismo, la conjunción de talentos de distintos ámbitos. Lo primero que se marchita con el pesimismo es la sana ambición, crece la desigualdad al ralentizarse el crecimiento, se produce fragmentación política y étnica, las instituciones se corrompen y se vuelven ineficientes al empantanarse en la tradición. La rigidez ortodoxa trunca la competencia y la innovación.
Es fundamental, sin embargo, que haya un equilibrio muy balanceado entre las citadas tendencias, pues en cada una de ellas hay una querencia a desmadrarse y convertir las potenciales ventajas en un serio riesgo a la estabilidad del país, y, si el país es una gran potencia, del sistema global. La ambición nacional puede llevar a que tal nación se sobreextienda; un estado hiperactivo puede llevar a un proyecto centralizador, autoritario e intolerante; las instituciones eficientes pueden degenerar en burocracias ensoberbecidas y rígidas; el exceso de pluralismo puede disolver la unidad nacional; etcétera.
En la actualidad, el impresionante resurgir de China ha puesto a la defensiva a los países occidentales, provocando una reacción paralela en China y Rusia. Los excesos apuntados han mutado los buenos sentimientos optimistas en pesimismo, odio y resentimiento.
Termino con una canción para mi nieta en su 16 aniversario: El aire no huele a amor/ En su lugar huele a guerra/ No hablo de tierras lejanas/ Sino en nuestra propia tierra/ Guerra de uno contra otro/ ...Y el resto de la Tierra// Debemos reconciliarnos/ Entre nosotros, y el resto/ ¿Tan difícil de entender?/ ¿Tan atrevida la idea?/ Pero sueño, estoy soñando/ Soñando; por Dios, despierta/ Guerra de uno contra otro/...Y el resto de la Tierra.
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