Fiesta triste
El día de la Constitución se convierte cada año en el día de mostrar nuestras vergüenzas
No sé por qué dedicamos una fecha para honrar a la Constitución si la convertimos en un día para hacer todo lo contrario: ¿Fiesta? ¿Qué ... fiesta? No fabricamos el comentario para afirmar que hay que honrarla todo el año y no hay que destinar más tambores. No lo dudamos por eso. Está bien dedicarle un día, incluso diría que efectivamente para amarla y sobre todo para cumplirla debería de ser recordada todo el año en la escuela, en nuestras casas, en nuestras cosas, que nos representan junto a la bandera como nación y que tanto significado tienen.
Muchas veces se hace insoportable la vomitiva y reiterada expresión rastrera o separatista sobre nuestra enseña que le denomina trapo, le niega su importancia o la quema. Es desolador, sobre todo cuando recordamos que somos herederos de una de las naciones más antiguas e influyentes de la historia de los pueblos, que pudo llegar hasta aquí con la cabeza bien alta, un idioma universal y una capacidad sin límites de reinventarse y ponerse de pie incluso después de algún que otro torpe tropezón en el pasado.
La última consecución histórica de la que los ciudadanos, los españoles, no podemos sentirnos más orgullosos fue la Transición a lomos de una Constitución de todos, probablemente mejorable, aunque desde luego no sea este el momento de su revisión porque sirvió y sirve, vaya si sirvió, para avanzar con su apoyo hacia cotas de progreso inimaginables hace unos años y vaya si sirve para mantener esperanza.
Bien, pues el día de la Constitución tendría que ser, que haber sido, el día de la unión, del orgullo de sentirnos españoles y, sin embargo, se convierte cada año en el día de mostrar nuestras vergüenzas, en un día de fiesta triste. Para repararlo existen dos métodos: uno, no celebrarla; dos, celebrarla obligando por ley a que todos los diputados, senadores, presidentes de CC AA, Gobierno en pleno presidido por S.M. el Rey tuvieran la obligación legal, no sólo moral, de estar presentes.
Y si una u otra opción no fueran factibles, existe un camino intermedio: prometer o jurar que se van a evitar ese día al ciudadano los comentarios o declaraciones de separatistas, populistas, comunistas y muchos 'istas' más que solo asisten para insultar a la bandera, a la propia Constitución o al rey. ¿Qué interés pueden tener las declaraciones de Aragonès, Oriol, etarras o rufianes sobre la Constitución? ¿Qué interés pueden tener las palabras de nuestro presidente del Gobierno defendiéndola a la vez que sienta en la tribuna a Bildu o a Esquerra y gobierna con ellos y con Podemos? «A las putas y a los voceros, a la vejez os espero», que decía Quevedo y, mientras tanto, ¡Feliz Navidad!, que no fiestas.
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