Mi intimidad es mía
Ni la ministra comunista del ramo, ni el Gobierno, ni el sursum corda van a poder intervenir legislando para laminar el derecho de objeción de conciencia del médico
No soy defensor de la nueva literatura infantil actual. Ni mucho menos, más bien todo lo contrario: entre la apropiación indebida de algunos contenidos por ... parte de programas docentes separatistas, que distorsionan la historia con mentiras, y el abordaje de temas que quieren inculcar complicadas interpretaciones sobre la familia o el sexo, me parece que no está pasando por su mejor momento. En mi modesta opinión, no existe uniformidad en los textos docentes, ni gran ingenio, ni mucho talento entre los que escriben para los más pequeños.
Cuando cae en mis manos alguno, dado que me gusta esa vigilancia, no deja de sorprenderme algún tema del tipo de una niña de ocho años con cuenta en Instagram compartiendo vídeos y fotos, que me parece una pasada, o el de otro con novia formal a los diez años, que produce en mí habitualmente una decepción absoluta sobre lo inadecuado y tendencioso de algunos manuales cuando se habla a esos cerebros tan ágiles, rápidos y observadores, como son las mentes infantiles, tan inmaduras como deslumbrantes e interesadas en la atención y el aprendizaje.
Por ello, cuando me encuentro con un texto oportuno lo disfruto enormemente y creo ver su importancia cuando sin necesidad de estar permanentemente en 'Los 7 enanitos' o 'La Cenicienta', que tampoco estaría tan mal, se presenta ante nosotros un texto infantil original e instructivo.
Una contadora de cuentos, Maruxa, autora de algunos textos tan gráficos como 'Clara y los Peces' o 'Memorias de una Bizca', aborda para los más pequeños un tema que parece de mayores pero no lo es. Ocupaba un capítulo sobre el respeto a los derechos humanos, suficientemente denso a tan tierna edad que incluía un apéndice sobre el valor que tiene para uno mismo el derecho a la intimidad y su búsqueda permanente.
Hoy se tiende a prescindir de lo íntimo, al menos teóricamente, porque en la práctica, ¿quién puede mancillar mi intimidad si no es con mi permiso? Por lo tanto, la lucha de esta sociedad tan abierta con hacerse con esa parcela esperemos que sea estéril.
Es que lo íntimo poco tiene que ver con lo vergonzoso o con el pudor. Son áreas distintas que se preservan hoy muy poco, quizá porque se confunden unas con otras.
Hoy lo moderno, por ejemplo, al acudir a una oficina o a un despacho es no tener tabiques. Ya no hace falta aquello de que «las paredes oyen» y se participa por vecindad en temas que requerirían cierta discreción, pero se abordan igualmente con gente alrededor. Es chocante, pero en aras del «aquí todo es decente» puede ser útil en las relaciones comerciales y si lo adoptaron las grandes corporaciones por algo será. Inexplicable pero por algo será.
Pero otra cosa es esa esquinita íntima de nuestras cosas que ninguna modernidad puede poner en riesgo y habrá que reclamarlo: mi intimidad es mía y la llevo conmigo, ¿hasta dónde? Hasta donde yo quiera. Además es maravillosamente útil enseñarle a los niños a preservarla como territorio propio.
Cuando se aborda la formación de un médico, por ejemplo, un capítulo del que poco se habla y que es muy oportuno recordar ahora, tal y como lo hicimos siempre en el aula, es una obligación ineludible el preservar con exquisito tacto: el respeto al paciente y el cuidado a ultranza de su intimidad, porque del gen que permite la ayuda comprometida ya es portador y no hace falta recordarlo.
Es decir, cuando el médico y el enfermo están solos, existe una relación especial y conspiradora que cuando tiene éxito, supone «un pasaje magnífico digno de disfrutarse», que decía Sheweninger describiendo entusiasmado la curación de un paciente.
Pues bien, allí pegadito al oasis maravilloso y propio de la intimidad, en ese lugar lejano, recóndito y amurallado que defendemos por encima de cualquier cosa, se encuentra la objeción de conciencia que ni la ministra comunista del ramo ni el Gobierno, ni el sursum corda van a poder intervenir legislando para laminarlo por mucho que amenacen. Y si quieren practicar el aborto en cualquier momento de la gestación o la eutanasia en el sistema público, practíquelo usted, que se aprende fácil porque el médico cura, no mata, salvo excepciones. Entonces, contrate para ello, que puede, a las excepciones que no excepcionales médicos para tal cometido. A los demás ni nos mire ni conculque nuestro juramento no sólo porque sería lamentable, sino porque será baldío.
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