No tan indie
Después del concierto de Las Yhadys –que estuvieron fabulosos, por cierto–, me dijo Isabel que de indie nada; que yo más bien soy un piji- ... indie. Y aunque escueza un poco, me dio por pensar si en el fondo, o muy en el fondo, no tendría algo de razón.
Lo de 'indie' viene a ser algo así como una etiqueta enorme para poner en un cajón de sastre, donde cabe un poco de todo. Hay editoriales y libros independientes, músicos indies y prensa alternativa, pero más allá de una supuesta falta de dependencia orgánica, eso de la independencia parece más una voluntad de reivindicarse que un verdadero movimiento cultural. Un salvarse de la quema para aquellos que no encajan en el mercado; para artistas, creadores o escritores que, por supuesto, buscan como todos dar con las teclas del éxito, pero no amoldándose al gusto comercial, sino pretendiendo que sean los de demás los que se acerquen a sus planteamientos creativos y estéticos. Si no, parece raro que bajo el mismo término quepan Los Planetas y Ojete Calor, por no buscar ejemplos más extremos.
Para mi generación, ahora que nos estamos negando a hacernos viejos, el rollo indie supone una tabla de salvación. A finales de los noventa, adorábamos a los artistas de culto y detestábamos a quienes se vendían a la comercialidad. Ir de indie, pues, supone diferenciarse de las líneas dominantes, reafirmar la personalidad y la valía propias frente a la uniformidad de la masa.
Sin embargo, y ahí tiene razón Isabel, que parece que hubiera leído a Víctor Lenore: hay un cierto tufo elitista en todo esto, que nos lleva a mirar a los demás del hombro y tildar lo ajeno de 'mainstream'; como si gustar a mucha gente fuera algo malo. Lo peor, vamos.
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