Libertad de expresión
En el comportamiento humano quien más grita es quien menos razón tiene
Qué hermoso es hablar en nombre de la libertad de expresión ¿verdad? Que cada uno pueda decir lo que quiera y si, además, esto lo ... unimos a las redes sociales con su potencia de llegada, mejor aún. Pero lo cierto es que en el comportamiento humano quien más grita es quien menos razón tiene o quien más impotencia siente por no conseguir imponer su criterio. Hay quienes piensan que por ser más estridentes tienen más razón o por tener más llegada mediática sus opiniones tienen más valor. Esto mismo sucede hoy en día con las redes sociales. Igual que en las redes de los pescadores pueden aparecer pescados diferentes de los perseguidos o incluso plásticos, basura, botas de pescador o restos de naufragios, igual sucede con lo que captan las redes sociales.
Confundimos contenido con continente, igual que el valor de este con su capacidad de difusión. Porque yo pueda llegar, cada domingo, a 150.000 personas, en potencia, no tengo más razón que quien me lee; mi opinión vale lo mismo que la suya.
Pero cuando esta reflexión llega a ser escalofriante es cuando pensamos en la cantidad de personas que con un simple tuit, una grabación de 30 segundos o una foto en Instagram, es capaz de difamar, engañar, manipular y calumniar a cualquier persona y siempre por motivos que contienen intereses expresos en que así sea (venganza, dinero, poder o simplemente maldad). Si a ello le sumamos que estamos diseñados para creernos todo lo malo y perverso de los demás (porque es el modo de sentirnos mejor con nuestras propias miserias), entonces la chispa puede encender un verdadero polvorín. Y lo más perverso de todo son dos terribles consecuencias, cuando se demuestra que el comentario del librepensador era falso. La primera es que «cuando el río suena agua lleva», es decir que, para muchos, por mucho que se niegue la mayor, siempre quedan restos de duda, aunque no haya habido carga de la prueba. Y la segunda es que otros muchos, como pasaba con el terrorismo (la difamación en cierto modo es una acción terrorista en la que la víctima tiene poca o ninguna opción de defenderse) es el «algo habrá hecho». Qué tremendo. Además cuando ya hemos tirado la piedra al río es imposible replegar las ondas del choque y casi imposible volver a sacar esa misma piedra del río.
¿Cuál es el mejor antídoto para esta falsa libertad? Dos vacunas. La primera saber que un porcentaje altísimo de noticias en redes son falsas (fake news) y la segunda tener criterio suficiente como para ser descreídos de todo lo que se dice de otros, sobre todo cuando el mensaje es negativo; si tenemos equilibrio y buena autoestima ¿qué ganamos creyéndonoslo y/o viralizándolo?
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