Partido Popular
La última crisis de la derecha española se sostuvo sobre los celos de un líder hacia el joven valor de su partido
La polémica definitiva entre Pablo, Isabel y Teodoro: crónicas de un pueblo. La agravada manifestación de los partidos como herramientas inmorales para ... manejar un argumentario. «Los ciudadanos -piensan los secretarios de organización- no deben esperar nada de nosotros. Somos la parte amarga y decepcionante de la sociedad; tenemos el mínimo de democracia para defendernos de ella». El espectáculo en el Partido Popular lo visionamos antes en el PSOE con idéntico perfil protagonista: jovencitos que penetran en las estructuras básicas del poder y, poco a poco, ascienden en el escalafón de los preferidos sin ofrecer proyecto. Y ni falta que hace: Zapatero nunca ganó en León y fue aupado en 2000 por el terror que Bono infundía en el guerrismo. Sánchez era un desconocido que sirvió a Susana Díaz para detener el avance de Madina. Así se escribe la historia.
En el Partido Popular, se batieron Ayuso y Casado, pero no hay programa detrás que justifique la violencia; únicamente existen las envidias electorales y los golpes bajísimos. La imagen de Pablo Casado, abandonando en soledad el hemiciclo, mientras su grupo parlamentario (responsable de la defenestración) aplaude al cadáver en su último viaje, nos devuelve la humanidad perdida del político, pero no su honra: se trata de la fragilidad de la carne que asume el final de su misión.
La última crisis de la derecha española se sostuvo sobre los celos de un líder, que carece de la gracia del vencedor, hacia el joven valor de su partido. Una imagen que nos devuelve a los tiempos bíblicos: aquella inquina del rey Saúl hacia el pastorcillo David, más agradable a los ojos del Eterno (y de las autoridades religiosas). Sin embargo, en el caso patrio, el relato no es, ay, tan amable y maniqueo: Casado y Teodoro, dicen, ordenaron investigar a Ayuso por lo de su hermano y las mascarillas. El asunto, lamentablemente, no puede reducirse a la cloaca, ni siquiera a un feo enchufe. Ayuso ha despertado una ilusión histérica y disparatada entre los simpatizantes del PP similar a la que despertó Robinho en el madridismo tras aquel partido en Cádiz.
Hay una siniestra marea de fondo que revuelve la institucionalidad española cada vez que los partidos se agitan. Mientras la escena internacional arde con la invasión rusa de Ucrania y con la confirmación del modelo chino como guía para un crecimiento económico pragmático y sin libertades civiles, en España otras son las batallas televisadas: los representantes públicos y sus medios afines, entrelazados y dependientes, abriendo y cerrando las miserias de un sistema erigido sobre una corrupción que ya no sorprende a nadie. Casado ya es historia. ¿Puede Ayuso ser, aún, presente?
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