Tortilla de patatas

Te invitan a cenar a una casa y aquello es un sinvivir de platos exóticos, de rarezas culinarias, aguachirles. Y llegas tú, invitado, con tu paquetito de jamón ibérico, la tarta de manzana o el arroz con leche que hiciste a fuego lento con la receta de tu madre, y no falta el atontado que te pregunta si le has puesto azúcar invertido o si no crees que le irían bien unas esferificaciones de compota. Y venga platos de nombres raros que a nadie le gustan, que no hay Dios que se los coma porque no saben cocinarlos, porque no están en nuestra tradición ni en nuestro paladar. Y, al final, lo que salva la cena es el jamoncito y el arroz con leche, benditos sean.

Y además, a los anfitriones, o a nosotros si vamos a un restaurante y queremos pasar por gente de mundo, la cena nos cuesta una fortuna, esa cena de tontos que completaremos más tarde, al volver, con lo que encontremos en el frigo de casa. Y a lo mejor es esa tontería extendida la que nos lleva a arrancar naranjos para sembrar aguacates, a cambiar los manzanos de reinetas por mangos. Y, así como nuestros paladares no están preparados para esas lejanas exquisiteces, así nuestra tierra no tiene agua para cultivos tropicales. Así que, si no les importa, si me invitan a cenar, tortilla de patatas.