El viaducto
No es algo que solamente le ocurra a Carmen Merino: por desgracia, ninguno estamos libres de perder la cabeza. Por eso, cuantas más trabas encontremos ... en ese camino espinoso, mejor. Me refiero, y con pesar, al triste suceso de la pasarela de Cazoña, cuando una vecina intentó saltar al vacío. Por fortuna, la policía consiguió disuadirla y se evitó la tragedia, pero no siempre van a llegar tan a tiempo.
Poco antes del cambio de siglo, en Madrid decidieron instalar paneles de cristal en el paso elevado de la calle Bailén, acabando así con el 'Viaducto de los Suicidas', un punto negro en la más negra historia de la capital. Dos metros y diez centímetros de pantalla terminaron con una horrible tradición, activa desde principios del siglo pasado. Lo mismo sucede en otras grandes ciudades: desde la terraza del Rockefeller Center, en Nueva York, tampoco se puede saltar; lo impiden muros de metacrilato. En lo alto de la Torre Eiffel, eran unas rejas de metal. Cierto que, para quien esté decidido, cualquier lugar es propicio, pero este tipo de protección nunca está de más. Y no solo contra las ideas suicidas, sino para cualquier tipo de cruce de cables. Porque también hay a quien los lugares elevados le invitan a hacer el mal, pero a los demás; hace unos años hubo casos, por ejemplo, de lanzamiento de objetos contra los vehículos que circulaban debajo. Y el vandalismo, ya se sabe, nunca pasa de moda. Puede que la solución pase por el compromiso, como le ocurrió a Demi Lovato, que firmó un contrato con su productora por el que se comprometía a no suicidarse. Ella, de momento, lo ha cumplido, pero para los demás... unas pantallas en lugares estratégicos no nos iban a hacer ningún daño.
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