Vísceras de aplausos y agresiones
ENTRE PARÉNTESIS ·
Mientras escribo, me viene al teclado la musiquilla de la ópera de 'Rigoletto': «La donna è mobile/ qual piuma al vento/ muta d'accento/ e ... di pensiero». Pero no sólo las damas son cambiantes de palabra y de parecer. Lo somos todos. Por ejemplo, nos emocionábamos cuando salíamos al balcón para aplaudir a los sanitarios por el intenso trabajo que nos dedicaron durante el confinamiento de la pandemia, pero con la atención primaria desbordada por tanto paciente de Ómicron, ahora los aplausos se han convertido en insultos, malos modos e incluso agresiones.
Qué les voy a decir del gentío malhumorado que se concentra en los servicios de urgencias. Ilustro esa incoherencia con una historia contada por Eduardo Galeano en su delicioso libro 'El fútbol a sol y sombra'. Le ocurrió al escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum cuando al regresar a su país fue a ver un partido de fútbol y se quedó perplejo al contemplar cómo al comenzar, la afición, de pie, dedicaba una gran ovación al árbitro por haber acudido a pitar tras la muerte de su madre el día anterior. Adoum se pellizcó un brazo. No podía creer en aquella transformación del público que él recordaba ocupándose del colegiado sólo para gritarle «hijo de puta». Pero ahí estaba la grada, ovacionándole por tanto amor y vocación a su profesión, como si fuera un sanitario en plena pandemia. A los quince minutos, el equipo local metió un gol, el árbitro lo anuló y la misma gente que le aplaudía rugió llamándole ¡huérfano de puta!
Yo no sé si el gol fue legal o en fuera de juego, o si hay motivos para desahogar nuestra ira por la falta o el agotamiento del personal sanitario, pero somos, 'qual piuma al vento', veletas que se guían por caprichos pasionales, sin rumbo propio, esclavos de nuestras vísceras de aplausos y agresiones que nunca podremos trasplantar.
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