"Podía haber muerto aquel día si no llega a ser por vosotros"
El empresario de Santander que sufrió un accidente y los dos jóvenes que le auxiliaron sellan su "amistad para toda la vida" en un emotivo reencuentro
Mariña Álvarez
Sábado, 24 de diciembre 2016, 07:50
Este es el tercer y último capítulo que dedicamos a la apasionante historia de una búsqueda iniciada por un vecino de Santander, que deseaba fervientemente dar las gracias a dos muchachos que el azar puso en su camino cuando más lo necesitaba.
primer capítulo
"¡Fuimos nosotros!"
Aparecieron en medio de una noche lluviosa, en un parque solitario y oscuro, y le tendieron la mano cuando él estaba al borde de la muerte tirado debajo de un árbol después de estrellarse con la moto. Esto pasó hace cinco años. No volvieron a verse ni llegaron a saber quién era quién. Pero este hombre, que sobrevivió al accidente, no lograba recobrar la paz. Para cerrar su historia vital necesitaba tenerlos de frente y expresarles su agradecimiento. Pidió ayuda a El Diario Montañés y la difusión de su propósito llegó al mejor de los puertos.
En el bar La Cascada, al lado del parque de La Vaca donde todo ocurrió, este lunes se materializó el reencuentro entre estas tres personas. Difícil describir el estado de nervios en el que estaban, ese tartamudeo al verse por primera -segunda- vez. "Soy yo", "y yo", "y yo". Y luego el apretón de manos dejó paso a los abrazos y, tras intercambiar unas rápidas impresiones, allí lo que había era ya tres amigos quedando para comer en enero, después de las fiestas. La historia de la búsqueda termina con el principio de una amistad.
La búsqueda
Este periódico ha tenido que ajustarse a las dos únicas exigencias del impulsor: respetar su anonimato y no desvelar si el agradecimiento lleva algún tipo de recompensa, una cuestión que solo ellos sabrán llegado el caso. Con tales condicionantes, el relato se articula en torno a un empresario de Santander de origen gallego y dos jóvenes veinteañeros que sí han aceptado mostrarse: son Alberto García, maestro y educador social de 27 años, y Fernando Güemes, ingeniero de telecomunicaciones de 26, amigos de toda la vida, residentes en Cazoña y pasando los apuros laborales propios de su edad en un país como este.
Aquella noche del 28 de octubre de 2011, dos estudiantes atravesaban el parque de La Vaca para llegar al local que su pandilla tiene alquilado por allí. Se les cruzó una moto descontrolada cuesta abajo y vieron a lo lejos al motorista caer. Corrieron hasta allí. Un hombre malherido les pidió ayuda para levantarse y rechazó la ambulancia que los chicos querían pedir visto su estado. Una vez en pie, se fue con la misma moto y nunca más se supo. Ellos se preguntaron una y otra vez "¿quién sería aquel hombre, qué le habría pasado?" y él tampoco pudo quitarse de la cabeza a aquellos chicos con capucha y mochilas, uno con rastas, con los rostros desdibujados en su memoria.
Estamos ante uno de esos milagros bonitos que ocurren a veces gracias a internet y las redes sociales. La noticia de la búsqueda que colgamos en esta web y publicamos en la edición de papel de El Diario corrió por la red a un ritmo tal que en cuatro horas ya nos llegó el mensaje de Alberto García respondiendo al llamamiento. "¡Fuimos nosotros!". El contacto con el que los buscaba se produjo vía telefónica, primero, y ahora al fin cara a cara.
Así fue el reencuentro
A las once menos cinco de la mañana, Alberto y Fernando se presentaron en La Cascada. Pidieron un café y se apostaron en una mesa alta. A los cinco minutos llegó el empresario. Pasó por delante de ellos sin mirarlos y se fue a la barra. Los chavales titubearon unos segundos cuando les advertimos que era él. Alberto se decidió a darle un toque en el hombro. El hombre se dio la vuelta con ojos asombrados. Fernando se sumó. Se dieron la mano, luego se abrazaron y se enfrascaron en la típica conversación: Mis padres se llaman tal y cual, yo procedo de tal pueblo, tu cara me quiere sonar, conoces a mis hijos... datos fundamentales en una ciudad como Santander en la que casi todos se conocen, entremezclados con muchos "gracias", "qué ilusión", "no me lo podía creer", "al fin nos conocemos" (...).
En un momento dado la charla cobra un tono solemne cuando el hombre expresa lo que quería decirles desde hace un lustro: "Os estoy inmensamente agradecido. Perdonad que estoy nervioso, pero os tengo que decir que podía haber muerto aquel día si no llega a ser por vosotros. Quiero que entendáis la magnitud que vuestra ayuda ha tenido para mí y que os brindo mi amistad eterna". Así del tirón. Se intuyen nudos en las gargantas de esos jóvenes que escuchan atentos a un hombre que está cumpliendo un deseo trascendental, y que reflexiona: "¿Cuánto vale lo que habéis hecho? ¿Cómo se cuantifica la vida? Es imposible. Ahora mismo me comprometo a ser vuestro punto de referencia mientras viva". Con todo lo que esto sugiere.
Alberto y Fernando piensan que no han hecho "nada extraordinario", que cualquiera en su situación hubiera echado una mano a alguien en apuros. Pero sí comprenden la importancia de permitir a ese alguien cerrar el círculo. "Es tan emocionante esto", expresa Alberto, "aunque hemos hablado muchas veces de lo que nos pasó nunca pensamos que nos fuera a buscar", añade Fernando.
La búsqueda llegó a "desbordarles" el día en el que este periódico desveló sus nombres. "Nos han llamado de todas partes, medios de otras provincias reprodujeron vuestro artículo. Vecinos, amigos, conocidos con los que hacía siglos que no hablábamos se pusieron en contacto con nosotros...", dijeron los jóvenes. También al empresario hubo quien lo reconoció a pesar de dar la espalda y hasta de su pueblo de Galicia le llegaron mensajes.
Son las anécdotas colaterales de un cuento que por casualidad ocurre en Navidad y en el que todos los protagonistas están en ese punto que te dibuja una sonrisa. "A mí lo que de verdad me interesaba era encontrarlos", dice el hombre al volver del paseo de reconocimiento por el parque de La Vaca con Alberto y Fernando. "Esto puede servir para otras personas a las que tal vez algún día les ha ayudado alguien y que puedan dar este paso", piensa Alberto. "A mí con que haya venido a darnos las gracias ya me parece buenísimo", cierra Fernando.
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