Borrar
Foto: Roberto Ruiz
CANTABRIA

Los últimos de la tijera

Defunciones y jubilaciones sin sucesión acompañan el ocaso del oficio de sastre | A mediados de la década de los 60 había 68 profesionales en activo en la región; hoy, sobran dedos en una mano para contarlos

JOSÉ AHUMADA

Miércoles, 7 de diciembre 2011, 14:48

Páginas Amarillas. Sastrerías. La conversación es aproximadamente así:

-Hola, buenos días. ¿Puede hacerme un traje a medida?

-Pues es que hace años que dejamos de tener ese servicio.

La respuesta, con alguna variante, se repite una y otra vez, hasta cosechar sólo tres síes en el repaso a la docena de casas que se anuncian. Defunciones y jubilaciones sin sucesión acompañan desde hace cuatro décadas el ocaso del oficio.

A mediados de los 60, había 68 sastres trabajando en toda la provincia, un dato exacto que proporciona Joaquín Montans, representante del gremio por aquel entonces y que aún recuerda la cifra de cuando acudía a ajustar cuentas con Hacienda. Con 66 años y la jubilación a un paso, regenta el negocio que lleva su apellido y que heredó de su padre. Él ya no tiene quien le suceda, «así que, cuando lo deje, se acabó».

Muy atrás quedan los tiempos en que se confeccionaban veinte trajes -sin contar camisas, pantalones o abrigos- cada semana. «Ahora, en un mes puedo hacer de media seis u ocho trajes. Es ridículo comparado con lo de antes».

No obstante, no puede decirse que la sastrería muera por falta de clientela: lo hace sobre todo por falta de expertos. «Es que los aprendices los quitaron hace unos 25 años. Entonces, estaban dos años aprendiendo, sin cobrar o cobrando un poquitín. Como se quitó, un aprendiz se convierte en un empleado, y no se tardan sólo dos años en aprender este oficio; como mínimo, seis, ocho... Por eso no hay mano de obra en ningún sitio. Aquí ha venido ofreciéndose gente del Este, pero he probado y, vamos, duran 24 horas».

La falta de mano de obra especializada ha supuesto la estocada final del oficio, ya herido de gravedad por el auge de la confección industrial. «Antes se trabajaba todo en la sastrería, todo en el sentido de que no había confección y se tenía que recurrir a ella. Luego la situación fue cambiando, y la sastrería quedó para las personas que visten de traje, los que se lo hacen por algún acontecimiento especial o quienes lo necesitan por su configuración particular».

De este modo, la figura del sastre fue ligándose a una cierta idea de clasicismo y exclusividad; quizás los precios tengan algo que ver. «Aquí un traje cuesta de media unos 1.500 euros. A partir de ahí se puede poner el precio que se quiera dependiendo de los tejidos que se utilicen». ¿My tailor is rich? «Ahora mismo el negocio es aceptable, pero es que un traje a medida lleva muchas horas. Se tardan tres o cuatro días de trabajo-trabajo, sin contar pruebas. Nosotros damos un plazo de unas tres semanas».

El valor de la medida

¿Por qué merece la pena hacerse un traje a medida? «Por la hechura, porque ésa es su medida, por el tejido, sobre todo por el forrado, por las entretelas -nosotros usamos entretelas puras, no pegadas-, y por la mano de obra. Esto es todo a mano. Hacemos tres tipos de ojales bordados, a mano. El de arriba, de la solapa, 'a la española', sólo lo hago yo, no lo hace nadie».

Montans insiste en la categoría de maestro que le distingue de los demás. «Un maestro es el que corta, sabe manejar el taller, sabe manejar e indicar la maquinaria, su personal, los dedos, la mano de obra, el cosido pequeño a mano, con entretelas sin pegar, con sus plastones... ésa es la diferencia. Otra cosa es la medida industrial: se toman medidas y se manda a fábrica. Pero la gente que toma medidas, en líneas generales, no sabe tomar las configuraciones para mandar a que se lo hagan. Hay que dar los grados, los cargados, los hombros... para eso ha tenido que ser antes sastre».

Pedro Vega mantiene su taller en Astillero. Ya ha cumplido 64 años -empezó de aprendiz con 14- y también ve a la vuelta de la esquina el momento de guardar el metro, la tijera y el jaboncillo. «Era un trabajo que me gustaba, y como tenía un pariente que estaba en ello, me aficioné; entré de aprendiz con él y así he seguido hasta ahora».

También él conoció la época en que no se paraba de trabajar para responder a los encargos. «Se trabajaba muchísimo más. Más horas y con menos medios, haciendo casi todo a mano. Ahora hay máquinas para todo».

Este sastre dice que no tiene otra ayuda que sus manos. Cada traje, de los cinco o seis que hace cada mes, le lleva «entre cuatro o cinco días, haciéndolo artesanal y con pruebas incluidas». El precio puede oscilar «de quinientos a mil y pico euros».

Vega no cree que exista un perfil fijo para el cliente que acude a su negocio. «Viene de todo, desde gente muy elegante a otra más sencilla. Es algo para todo el mundo, porque a cualquiera le interesa estar bien. Un traje de sastre le queda bien a cualquiera, porque se adapta a su cuerpo. Aunque tenga barriga o algo de chepa el resultado va a ser bueno, frente a uno de confección, que es como caiga. Más que pedir cosas raras, lo que el cliente hace es adaptarlo a su gusto, decir si quiere los pantalones de una manera o de otra, los bolsillos...».

Cuando, dentro de unos años, se decida a bajar la persiana de su sastrería, nadie la volverá a levantar. «En mi época había un montón de sastres, pero esto ha ido a menos y a menos. Ya no hay quien aprenda el oficio. Con lo que había...».

L o bueno y lo malo

De las dificultades para encontrar un profesional puede hablar Carlos Monje, propietario de la santanderina sastrería Tweed, quien tuvo que buscar sustituto tras la muerte del anterior. «Para mí era tan sencillo como que si no encontraba un sastre no podía llamar sastrería a mi negocio». Le costó dar con un 'sastre colaborador' que hace posible que pueda 'mantener' el nombre. «Yo ofrezco sastrería profesional, con un sastre a su servicio, y sastrería industrial. En sastrería se habla de 'bespoke' cuando se trata de un traje cortado a mano, con entretelas cosidas y el diseño que elija el cliente, que es artesanía pura; 'made to measure' es la medida industrial, en la que se pueden variar largos y anchos sobre unos patrones fijos. Las dos opciones permiten elegir todo: el tejido, la forma, las hechuras, los botones, los ojales... la prenda se confecciona al gusto de cada uno, y ésa es la gran diferencia frente a un mundo de franquicia. Al final, el resultado del traje depende de tres parámetros: el patrón, la tela y la costura».

«Una prenda buena envejece mucho más noblemente que una mala. Quizás la gran diferencia es que la buena, además de durar más, se puede reparar: en un buen traje las entretelas se puede cambiar. Claro que en unos tiempos como los actuales, en que todo se usa y se tira, vender algo que dure puede parecer anticomercial».

En Torrelavega, la sastrería José Luis Guerra -sigue llevando el nombre del fundador, fallecido en 1995-, se dedica exclusivamente a la medida industrial. «Los últimos dos sastres se han jubilado -explica María Dolores Guerra, la segunda generación en la empresa-. Ahora, en la planta de caballero, cuando alguien quiere un traje, se le toman las medidas y se envía a la fábrica. Así seguimos dando el servicio a nuestros clientes».

«El padre de mi padre, Miguel Guerra, fue quien empezó con un tema de sastrería en tiempos de la guerra, pero después emigró a México. Si te fijas, en todas las fotos antiguas se ve cómo los hombres van con traje. Mi padre vivió esos buenos tiempos de la sastrería. Los domingos de feria, y hablo de oídas, la gente bajaba a Torrelavega y aprovechaba para hacer las compras y para hacerse trajes; podían venderse hasta veinte. ¡Ya me gustaría vender en un mes lo que entonces se vendía en una semana!».

Torrelavega fue también el lugar de trabajo de Neftalí Herrero, jubilado desde 2003. Dice que nació entre telas, aguja y tijera, porque su padre era sastre y que lo suyo fue vocación. Llegó a la ciudad en 1958 desde Salamanca -concretamente desde Pereña de la Ribera, insiste en recalcar- y después de foguearse en el oficio en Madrid.

Entonces había más de treinta sastres en Torrelavega, y también tarea para todos, que fue disminuyendo conforme la confección industrial fue adueñándose del mercado. «Como me mantuve en la línea de una artesanía depurada, pude mantenerme en la profesión hasta la jubilación, e incluso retrasarla dos años más como consecuencia de la demanda del público. La reducción de trabajo fue considerable, pero siempre mantuve el taller con oficiales y auxiliares, algo que me permitió la diversidad de la oferta de la sastrería, en la que hacía trabajos militares y civiles».

Un traje le llevaba exactamente 44 horas, «aunque el plazo siempre se fijaba en función de la necesidad». Él se encargaba de atender al cliente en todo: asesorarle en la elección del tejido, tomar las medidas, cortar su traje, hacer las pruebas... Hecho esto, las prendas pasaban al taller, donde un oficial formado por él confeccionaba las piezas a gusto del jefe, con hilvanes determinados, como las puntadas o la plancha. Después, cada cual cumplía su función: hacer interiores, preparar las mangas. «La prenda se va configurando con un trocito de cada persona del taller. Después de que se ha preparado, se le ofrece al sastre para que se hagan las pruebas correspondientes, y el traje vuelve al taller con las correcciones, y así se va haciendo hasta vérselo puesto al cliente».

Salvar el oficio

Neftalí Herrero se resiste a ver cómo desaparece la sastrería, hasta el punto de que ha sido uno de los impulsores de la creación de la Asociación Cultural Oficios Olvidados a Recuperar, de ámbito nacional, de la que también forma parte su mujer. Tampoco ha querido que lo ha aprendido a lo largo de toda su trayectoria profesional se perdiese sin más. «Estamos ofreciendo cursos y jornadas, dando a conocer esta profesión a través de nuestro sistema propio, 'Saymo' -acrónimo de 'sastrería y modistería'-. Nuestro trabajo está ahí editado y en varias poblaciones se están impartiendo enseñanzas con ese método. Es un material didáctico apropiado para enseñar el oficio a través de Formación Profesional. Es una edición única después de que hayan pasado más de cuarenta años de la publicación del último libro sobre sastrería. Ésta es una profesión de la que no nos podemos desprender: he dedicado toda una vida a este oficio».

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Los últimos de la tijera

Los últimos de la tijera